TODO DA LO MISMO

Laurie, Jesús, Patricia, Pablo, Peggy y Carolina Herrera

27/09/2020 - 

VALÈNCIA. Me encargan una entrevista con Laurie Anderson. Hay que hacerla un sábado, y además tiene que ser a la hora de comer, para coincidir con la mañana en Nueva York. A Laurie Anderson la entrevistaría en cualquier momento, da igual el día o la hora. Casi no me haría falta preparar preguntas, pero como trabaja tanto y abarca tanto, sería una negligencia no documentarse bien. Además, no puedo estar preguntándole lo que a mí me apetezca, que es lo que quisiera hacer en la mayoría de las entrevistas que llevo a cabo. A Laurie Anderson la entrevisto cuando sea y las veces que haga falta. Con ella y con unos pocos más me pasa lo mismo que decía aquella letra de Víctor Manuel: A la hora que tú digas voy.

Llamo a Laurie Anderson. Nos preguntamos el uno al otro que qué tal, la típica frase de cortesía en estos casos. Sería brutal que el entrevistador -yo- conteste a esa pregunta del entrevistado -ella- con una explicación interminable sobre cómo estoy. Pues he pasado mala noche por culpa de un dolor de cervicales y además… Aunque sospecho que en ocasiones el entrevistado agradecería cualquier cosa que rompa con la rutina promocional. Pero no es este el caso, Laurie no estrena obra y eso da pie a un cuestionario más abierto. Da gusto oírla. Por el tono de voz y también por lo que cuenta. De repente se oyen unas voces al fondo. Me pide que la disculpe un momento. La oigo hablar con unos hombres. Perdona, es que tengo trabajadores en casa, se excusa. Y seguimos hablando. Cuando transcribo la conversación y llego a esta parte me doy cuenta de que la combinación reformas/reparaciones y Laurie Anderson es tentadora. Tener trabajadores en casa es la performance definitiva. Una transformación del espacio, una alteración de la realidad. Y para colmo, no es algo provocado con fines artísticos. En todo caso, tú, para superar la invasión del fontanero o el albañil (caigo en la cuenta de que nunca he visto fontaneras ni albañilas, me pregunto si habrá), intentas vivir la situación así, desde un prisma artístico. Puedo ver a Laurie Anderson tocando el violín entre los albañiles, proyectando imágenes de realidad virtual sobre un desconchado en la pared del baño, hablándoles a los hombres con voz de vocoder y diciendo: ¿qué es más macho, lightbulb or schoolbus?

Suena el timbre de abajo. No hace falta que me ponga la mascarilla, los mensajeros ya han cogido la costumbre de dejar el paquete en el ascensor, así no tienen que subir. Llamo al ascensor. Abro el paquete. Dentro, la Guía del Madrid de la Movida (Anaya Touring), escrita por Jesús Ordovás y Patricia Godes. La movida es de ese tipo de asuntos que, por una parte, y como ocurre con tantos otros temas, está tan manoseado que ha terminado diluyéndose en algo que ya no es nada más que algo impreciso y descolorido que eclipsa su genuino significado y lo importancia de su acontecer. Por eso mismo, por la gratuidad de tantos comentarios y análisis, porque al final lo importante no importa, agradezco documentos que contrarresten todo lo anterior. Envejecer también debería significar ir ampliando la mirada sobre aquello que hemos vivido. Jesús y Patricia fueron testigos y parte activa de todo el asunto desde el primer instante y su libro consigue lo que ya parecía imposible: aportar nueva información sobre el tema a partir de un enfoque muy original. La idea de hacer una guía turística sobre el tema es perfecta. Todas las piezas que usan para armar el fresco encajan, e incluso las que no lo hacen a priori, están ahí para darle sentido al resto. La movida no se entiende sin todo el contexto urbano de lo que no necesariamente era la movida. El heavy, los barrios periféricos, los cantautores de La Mandrágora. Ellos lo explican todo perfectamente a través de bares, tiendas, clubes, cines, locales de ensayo… Las fotos de Domingo J. Casas son fantásticas. Y la portada es todo un acierto. Yo hubiese incluido también el domicilio del periodista Diego Manrique, pero creo que sigue viviendo ahí, así que tampoco es plan.

Hablo con Pablo Sycet pero no precisamente de la movida, aunque sea este un tema sobre el cual también tiene mucho que decir, sobre todo desde la perspectiva de las artes plásticas y la literatura. Pablo está haciendo una gran tarea de recuperación y catalogación de obras artísticas del periodo de la movida, una escena que él también vivió en primera persona y de manera activa. Pinturas, dibujos, fotografías, objetos. Muchos pertenecen a su colección particular. Y al igual que algunos pasajes del libro de Jesús y Patricia, cuentan muchas intrahistorias de esa celebrada movida que va más allá de lo que ya sabemos. Algunas de esas historias Pablo las va desgranando también en sus postigos de Facebook. A raíz de uno de ellos, en el que habla de palmeras, intercambiamos notas de voz por Wathsapp. Dependiendo del momento, mandarse notas de audio es mucho más interesante que hablar por teléfono. Da mucha más libertad, porque estás pero a la vez, no estás. Es una conversación a la carta. Hay gente que lo considera que enviar notas de voz es una horterada. A mí eso me da igual, siempre he sido un gran admirador de lo que es cómodo, que no siempre tiene resulta elegante. Los cd’s, por ejemplo, son cómodos, pero lo elegante es el vinilo. Lo malo del Wathsapp es esa gente que solamente por el hecho de tenerte en su lista de contactos te envía spam; o te escriben a cualquier hora de cualquier día por asuntos de trabajo, como si el e-mail ya no existiera. Alguien debería redactar un estatuto con las normas de uso de esta aplicación. Un documento que deje muy claro cuándo se incurre en lo invasivo, en la impertinencia. En definitiva: odio Wathsapp si no es para usarlo con gente de confianza o para cuestiones práctica en situaciones muy concretas. Así que le grabo un mensaje de voz a Pablo para decirle que la palmera que aparece en una fotografía que publicó de Javier Campano tiene historia, y que la conozco. Me pide que se la cuente la historia de esa palmera valenciana. La vimos cada tarde y cada noche, cuando allá por 1981 íbamos al Pyjamarama con los de Glamour. Si ibas a la discoteca Metrópolis o a cualquier pub de la calle Julio Antonio, veías esa palmera. Era nuestra guardiana.

La Colección Olontia debería haber encontrado una sede física en Gibraleón, el pueblo de Huelva de donde es él. Pero al final la colección no tiene un hogar que la acoja. Mientras, Pablo sigue añadiendo piezas a la colección. Este verano le dije que si le podrían interesar las fotos que hice cuando era un crío y publicaba un fanzine que se llamaba Estricnina. Si las fotos se quedan conmigo acabarán estropeándose o perdiéndose. Las fotos no tienen mayor interés artístico -aunque he de admitir que, para estar hechas con más instinto que técnica, hay alguna que no está nada mal- pero casi todas tienen su carga testimonial. Radio Futura ensayando en 1982, Ana Curra en su casa -guapísima, muy sexy-, El Zurdo en su habitación, Los Monaguillosh en un ensayo, Edi Clavo y Ferni Presas de Gabinete Caligari, un ensayo de Dinarama antes de que se les uniera Alaska… Jamás me imaginé donando material a una colección de arte. Supongo que eso hace que Pablo sea la persona más parecida a Peggy Guggenheim que voy a conocer en mi vida. Aunque nunca sabes a quién vas a terminar conociendo. Un día, cuando aún vivía en Madrid, le pedí a Pablo que me acompañara al Ritz, a la presentación de un libro a la cual tenía que ir por compromiso. Terminamos hablando con Carolina Herrera, que estaba en la cafetería.

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