En el mes de julio, Pedro Sánchez lo tenía bastante más sencillo que ahora para ser investido presidente. PSOE y Podemos sumaban diez escaños más que ahora (ocho, si restamos los dos diputados que obtuvo Más País en noviembre), y ERC se desvivía por abstenerse en la investidura y tener un Gobierno amigo, o al menos un Gobierno no tan hostil como el que podría haber surgido del trío de Colón. Además, toda la "Antiespaña", es decir, Unidas Podemos y los partidos nacionalistas/independentistas, tenían muy presente la amenaza de un Gobierno de PSOE y Ciudadanos, cuyos principios de acción podrían chocar frontalmente con sus intereses. A todo ello se unía la legitimidad de haber sido el indiscutible vencedor de las elecciones, con 57 diputados más que el segundo.
En resumen: Sánchez tenía la investidura al alcance sin hacer apenas ningún esfuerzo. Pero ya sabemos lo que ocurrió: el presidente no podía conciliar el sueño en La Moncloa, cavilando sobre las terribles consecuencias de dar entrada (por la puerta de atrás y en Ministerios sin importancia) a Unidas Podemos, así que se pasó meses mareando absurdamente la perdiz y terminó por repetir las elecciones, con recordado éxito para sus intereses. Ahora, Sánchez ha perdido su alternativa (la suma con Ciudadanos) y se ha visto abocado a pactar con los únicos con los que puede pactar: los "quitasueños" de Unidas Podemos -a los que les ha proporcionado exactamente los Ministerios, y casi todas las competencias, que Podemos pedía en julio- y ese poco más del 10% de votos y escaños que en España apoyan a partidos de ámbito regional o local. Una cuestión problemática cuando 28 de dichos escaños son abiertamente independentistas.
El principal escollo para conseguir la investidura, la abstención de ERC, se desbloqueó el jueves, como más o menos venía anunciándose desde hace semanas, a cambio de un foro bilateral de diálogo entre el Gobierno español y la Generalitat de Cataluña. Una concesión aparentemente muy menor del PSOE (parece más que lógico que exista un foro de estas características, y más con un movimiento independentista como el catalán), pero de gran peso simbólico, precisamente por los años que llevamos asistiendo a un diálogo de sordos sin final aparente, cada vez más enconado y polarizado.
Desde esta perspectiva, el foro de diálogo, una necesidad palmaria, puede constituir una buena noticia si se reconduce por cauces asumibles por parte de la ciudadanía: una negociación que desembocase en la profundización del autogobierno catalán, un nuevo estatuto de autonomía o resucitar el anterior, la reforma de la financiación autonómica y de la estructura territorial del Estado, etcétera, serían resultados aceptables... Si estuviéramos en 2013. Ahora, las cosas están mucho más complicadas.
Por un lado, la derecha española está subida al monte, comprensiblemente escandalizada con un presidente del Gobierno que se pasa meses abjurando del independentismo y anunciando medidas para cortar las alas al autogobierno catalán y que al día siguiente de las elecciones comienza su enésimo giro de 180 grados en pos de la investidura. Y, por supuesto, es criticable el obstruccionismo sistemático de la derecha, la agresividad de su lenguaje y su pretensión de que lo único que hay que hacer es, o bien no hacer nada, o bien deshacer el Estado autonómico. Pero la derecha está en la oposición y no tiene por qué facilitarle la vida al PSOE absteniéndose. Y es ciertamente coherente que unos partidos que llevan años echándose al monte, precisamente porque están ahí, en lo alto del monte, no quieran saber nada de pactar con Sánchez mientras éste busca el pacto con los independentistas... aunque sea lo único que puede hacer.
Por otro lado, los independentistas también se han echado al monte, víctimas de su propio "relato" del procés independentista. También es bastante normal que sea más complicado quitar el pie del acelerador con la mitad de los líderes independentistas huidos o en la cárcel (con penas de prisión de diez años), en condiciones procesales, como recientemente ha puesto de relieve el TJUE, como mínimo discutibles. Así, tenemos a la mitad del independentismo, CUP y JxCat, negándose a cualquier componenda con el PSOE (salvo en la Diputación de Barcelona; ahí sí que les parece bien), y dejando claro que el slogan "Spain: sit and talk" era un mero cuento propagandístico más; o eso, o que quería decir "Spain: sit and JxCat". Siéntate y haz lo que digamos nosotros, que ese es el diálogo bien entendido.
Finalmente, tras años y años de polarización en torno al independentismo, sin que prácticamente nadie se haya desmarcado nunca de la espiral entre "España" y "Antiespaña", con el PSOE cómodamente instalado en "España" mientras mandaba la derecha, para pasar a la "Antiespaña", a ojos de la derecha constitucionalista, cuando comenzó a mandar, es muy complicado escaparse de esa dialéctica. Y la prueba es que el mismo jueves, tras la noticia de la abstención de ERC y las condiciones del pacto alcanzado con el PSOE, el Partido Regionalista de Cantabria ha anunciado que votará en contra de la investidura de Sánchez.
El PRC gobierna en coalición con el PSOE en Cantabria (hasta ahora, pues el PSOE ya amenaza con romper la coalición). Y pese a eso, es tal la incidencia emocional, simbólica, y también práctica, del diálogo con los independentistas, aunque sea en condiciones difusas, que este partido ha llegado a la conclusión de que le compensa más ubicarse en la "España constitucionalista", con Vox, el PP y Ciudadanos, que con el PSOE y sus aliados. Lo cual genera un marcador muy apretado: en estos momentos, y a la espera de dilucidar, cuando escribo esto, qué hacen BNG y CC, Sánchez cuenta con 166 apoyos por 164 votos en contra. Como el BNG ya ha dejado claro que no votará en contra de la investidura, esto significa, en la práctica, que Sánchez contaría con suficientes votos... por la mínima.
Una coalición muy virada a la izquierda y totalmente dependiente de los independentistas, es decir: justo lo que Pedro Sánchez decía que no le dejaba dormir y no consentiría en ningún caso, razón por la cual se repetían elecciones... y aquí estamos. Un nuevo viraje de un político de raza, si por ello entendemos que fía absolutamente toda su suerte al tacticismo electoral y piensa, ante todo y por encima de todo, en cómo alcanzar y conservar el poder como principio motor de sus acciones. Lo interesante del asunto es que el Sánchez podemita-indepe tal vez consiga desbloquear, o al menos mitigar bastante, el conflicto catalán, mientras se garantiza una mayoría de Gobierno que puede ser todo lo antiespañola que se quiera, pero suma suficientes votos y escaños para obtener investidura tras investidura... al menos, mientras Sánchez decida mantener sus actuales principios pactistas plurinacionales, pues ya tenemos claro que si es necesario se sacará de la manga otros principios, los que hagan falta, para cada circunstancia.
En definitiva, ahora que está tan de moda hablar, en ciertos círculos, de la amenaza comunista del futuro Gobierno y de los principios marxistas que animan a Pedro Sánchez, habrá que aclarar que se refieren al marxismo de Groucho, no de Karl: estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros.
La formación del nuevo gobierno llegará en unos días, pero la investidura que acabamos de vivir es alarmante no solo por la fragilidad sino por los apoyos recibidos, los discursos que pronunciaron los independentistas y la falsedad tan palmaria del nuevo presidente