Hoy es 15 de noviembre

TEATRO EN DESESCALADA 

Luis Crespo, el artista tras la escenografía de tus obras favoritas

5/08/2020 - 

VALÈNCIA. Hay una canción del dúo catalán Astrud que ironizaba en 2004 con un hombre en España que lo hace todo. Desde entonces, al estribillo le han salido muchos novios. Si lo trasladamos a València y lo acotamos al ámbito de las artes escénicas, Luis Crespo es el escenógrafo que lo hace (casi) todo aquí y expande su inventiva y agudeza fuera de nuestra región y de nuestro país. El 13 de marzo, víspera del estado de alarma, le pilló en la ciudad alemana de Schwerin, donde ultimaba la pieza de danza Frida-Carmen en el Mecklenburgisches Staatstheater. A la salida del último ensayo general, su móvil se saturó de fotografías de supermercados arrasados. Su mujer guardaba reposo en casa, porque cursa un embarazo de riesgo. El creador pidió permiso entonces a la coreógrafa de la pieza para volar a España antes del estreno: “Le expliqué que hay un punto en el que el teatro no puede ser más que la vida”. 

Fue la primera de una cascada de lecciones, contradicciones, desengaños y dolorosas certezas que han bullido estos meses en su ya de por sí activa cabeza. Sus últimos trabajos para Titoyaya Dansa, CARMEN.maquia, y Crit Companyia de Teatre, La ciudad de escarcha, podrán verse en Sagunt a Escena.

- Completa la frase: Se abre el telón y…
- Se llevan el telón y nos dejan sin teatro.

- ¿Qué emoticonos te representan estos días y por qué?
- Los del coronavirus, la oruga, la mariposa y el mosquito.

Durante esta pandemia me he dado cuenta de las crisis y los cambio nos transforman, y hay gente que va a mejor y gente que a peor. La metamorfosis del gusano en mariposa me hace gracia, pero no paro de ver a gente a mi alrededor que es más bien mosquito: están todo el santo día chupando del bote. Hay cantidad de personas a las que oigo decir que la mascarilla es un timo, que la libertad se pierde, que el coronavirus no existe y no ha habido muertos. Y luego preguntan por su subvención y por su paro. No sé cuánto Esperando a Godot hay que hacer, cuánta pedagogía hace falta para entender el concepto de lo público: el papá Estado eres tú, como todos los demás. Esto de sólo formar parte del grupo para los derechos y no para los deberes, me ha impactado. Igual puedes pensar que la mascarilla no es importante para ti, y que con tu edad puedes pasar el coronavirus, pero la enfermedad está ahí, le afecta a cierto tipo de personas, que mueren, y hasta que haya una vacuna, como en todas las anteriores gripes, este momento exige de ti un comportamiento hacia los demás. Tanto hablar de China y del comunismo y resulta que ellos son disciplinados. Y se demuestra que lo que nos va a matar es este individualismo radical y salvaje que no tiene otra cosa detrás que el capitalismo neoliberal más brutal.

- ¿Qué te sugieren estos nuevos oficios surgidos con la pandemia: rastreador, policía de balcón, guionista de bulos y diseñador de mascarillas?
- Las primeras dedicaciones son las que fomentan que haya COVID y que nos lo merezcamos. La última, en cambio, sí me parece importante, porque el diseño otorga valor y eso implica ecología y conservación. Cuando una cosa merece la pena, la cuidas, la conservas, la reparas, le alargas la vida y te acompaña. Cuando a un mismo producto le aplicas un diseño no lo encareces, porque en último término nos estamos protegiendo. Nos molan las cosas de los años cuarenta que tienen un diseño flipante, mientras que las de ahora van a la basura. Yo soy el gilipollas que va recogiendo mascarillas por el suelo que no son suyas. Me metí a bucear y viendo lo que vi me dieron ganas de llorar. 

- ¿Qué cuentas pendientes has saldado durante el encierro?
- Como siempre voy de faena hasta el cuello, porque uno nunca sabe cuándo va a venir el trabajo y aceptas tanto las cosas que te dan dinero como las que te apetece hacer, hace dos años y medio que me compré una casa y no había rematado. Después del confinamiento severo, me encerré solo, estuve clavando clavos por aquí y por allá y me la acabé entera. Nos hemos mudado y estoy muy feliz. Sin la pandemia, no hubiera encontrado el tiempo en la vida. Tendría que haber dejado de trabajar un mes.

- ¿Qué proyectos profesionales ha dejado en suspenso el confinamiento?
- Un montón: Salmón Fiction en la Sala Ultramar, Threesome de Alarcón y Cornelles, La Mort i la Donzella, de Asun Noales para el Institut Valencià de Cultura... Y en Alemania, la coreografía Frida-Carmen, que se anuló. Lo más impactante es que a los dos días de llegar a España, cobré el estreno que no se hizo. Y resulta que aquí tengo siete obras paradas y no se ha pagado ni la mitad del trabajo. Esto es una familia, y eso implica que no puedes ir a decirle a alguien que sabes que no tiene el dinero de la producción, porque al no estrenar no ha recibido la subvención, que tienes la escenografía casi acabada, han pasado cuatro meses y nadie te ha ingresado nada. No somos Alemania ni podemos serlo. Estamos lejísimos del concepto de la cultura como bien de interés público, como así la han declarado Alemania e Inglaterra. 

- ¿Qué obras de teatro grabado has curioseado? 
- Estuve investigando sobre Edipo rey, porque también sucede durante una pandemia, y pensé que era una obra que podía hablar de nosotros ahora. Es muy difícil hacer teatro como si todo esto no hubiera existido… Así que vi una producción del Festival de Mérida en TVE. También he visto todo lo que han programado en La 2 es teatro. No pusieron obras rancias. Estaba, por ejemplo, La ternura. Me pareció una gran solución y una apuesta por el teatro por parte del Gobierno.

- ¿Qué visitas virtuales has hecho a museos?
- El Vaticano. Vi la serie The Young Pope, todo ese arte y ese buen gusto en el interior de los palacios, y pensé que me había perdido algo muy grande en el mundo. Me pareció tan brutal que legué a preguntarme si era fruto de la dirección de arte dictada por Paolo Sorrentino o si la Santa Sede está montada así de limpia y de pura. Me pareció fascinante aquella grandeza antigua. La primera temporada es verdaderamente fina en su concepto. El ego sum lux mundi, yo soy la luz del mundo, está en todas partes. Te pasa como con Dogville (Lars von Trier, 2003): no paras de ver el subtexto. La segunda no es tan espiritual. Pero si te gusta el rock and roll, es puro vicio. Queda pendiente un viaje a Roma, a ver si recobro la fe.

- ¿Qué es lo que más te ha ilusionado hacer ahora que la actividad escénica se ha reactivado? 
- No he vuelto al teatro porque si mi mujer enferma de coronavirus puede sufrir un parto prematuro. Pero me ha hecho ilusión volver a los ensayos. Voy con mis dos mascarillas, aséptico total. La parte del trabajo en equipo me encanta. Cuando estás montando todo estresado se te olvida, pero sentir que estoy creando y opinar sobre lo que está saliendo me hace reafirmarte en lo que me gusta este trabajo. Hace una semana estuve montando Ígnea, una residencia del Colectivo lamajara. en Teatros del Canal, y de repente, sentí que la vida había vuelto, que florecíamos otra vez. 

- ¿Qué andamios se han descubierto frágiles en esta crisis sanitaria?
- Si no hubiera muerto tanta gente, compraría un COVID cada cinco años, porque el ritmo de vida que llevamos no mola. O al menos, el de autónomo saltimbanqui. Es triste descubrir que necesito que me obliguen a quedarme en casa para pasar más tiempo del que le podré dar a mi hijo. Esta sociedad está mal pensado. Luego nos jubilamos y nuestros hijos pasan de nosotros. Y ya no tenemos cuerpo para las actividades que nos gustan. Si en España existiera estatuto de intermitente del espectáculo como en Francia, no tendría que meterme en más charcos de los que puedo navegar. 

- ¿Qué oficios ha puesto en valor la pandemia?
- La cultura no está pensada como un oficio en este país. Se vio muy claro durante el confinamiento. Todo el mundo ha sobrevivido gracias a los productos culturales, y aparece Vox y pone un tuit en el que dice que lo que es necesario son los agricultores y no los titiriteros. ¿Será posible que no sólo no se callen, sino que ataquen y piensen que hay gente que está en esto para vivir de la subvenciones y rascarse la barriga? ¿Qué hubiera sido de nosotros sin cine, sin series, sin teatro, sin música? ¿Que será de nosotros si se acaba ese stock y no se vuelve a producir? ¿Qué vas a hacer si llega otro confinamiento y ya te has visto todas las pelis de Netflix y de HBO? ¿Qué vas a hacer si nadie ha producido nada nuevo? ¿Vas a poner las patatas sobre la mesa y mirarlas para ver cómo te entretienen? A raíz de todos estos pensamientos, de toda esta gente opinando, gritando, calumniando e insultando, me puse en contacto con Julia Valencia y pensamos que había que hacer una expresión diferente, un espacio donde decir cosas más meditadas y verdades, no todos esos ruidos, memes, bulos y mentiras. Hablamos con La Nau y hemos organizado una exposición colectiva junto a María José Mora en la que varios artistas de la Comunidad Valenciana tienen que hacer una obra en la que reflexionen sobre la pandemia. La muestra se titulará 63. Encaixar un Cautiveri, porque hemos creado una caja para cada artista, y está programada del 6 de octubre al 15 de noviembre. La idea es que sea un reflejo de lo visto y vivido sin que esté trastocado por la ansiedad y el miedo. 

- ¿Qué objetos de la nueva normalidad integrarías en un decorado?
- La mascarilla me viene muy bien. Siempre se habla de la experiencia inigualable que se vive en el teatro. Y es verdad que la presencia del actor junto a ti tiene un magnetismo y una vibración que te altera, pero a mí, que soy tímido y no me gusta exponerme, además de atraerme, el teatro me genera rechazo porque me siento incómodo. Cuando un actor dice que necesita a alguien del público, me aterra que me señale a mí. Pero, de repente, con la mascarilla, es como si te anularas y pudieras participar del ritual, porque tu cara ya no está ahí. Es como la orgía final en Eyes Wides Shut (Stanley Kubrick, 1999), donde para desinhibirse necesitan llevar una máscara. 

- ¿Qué puesta en escena de este confinamiento se merece un Max?
- Me ha parecido muy guay la propuesta de Manu Valls, Extra Life, una seriecita hecha desde la precariedad, para la que ha escrito un guion y ha contado con colegas. Me pareció un acto rápido de destreza artística e intelectual. Esto en lo que se refiere a alguien premiable. Pero si tengo que extrapolarlo a la política y a la sociedad, he de decir que me disgusta el uso de lo teatral de manera peyorativa. Esas frases hechas que caen en connotaciones negativas, del tipo han venido a hacer teatro, sus intervenciones son una sucesión de monólogos... En la política no hay representación, hay presentación. Somos nosotros mismos. Cuando votas a un impresentable que no ha cotizado en toda su vida como el señor Casado o el señor Abascal. De la misma manera que lo único que nos importa son los cotilleos y Belén Esteban manda en la tele. Mi mundo es otro. Veo cosas buenas de los políticos que están al mando, como ir a Europa a intentar ser más Europa y a negociar 140.000 millones de euros. Pero a la vez veo que se nos expone a ciertos peligros y que no hay valor para tomar decisión con gallardía. Por ejemplo, el hecho de dejar que decidan las comunidades autónomas para demostrar que el Gobierno central no lo hizo tan mal. Hace semanas que hay sitios donde se debía haber tomado un control desde el Ministerio de Sanidad. Como también me duelen cosas más banales o guarras, caso de los tuits de la gente independentista escribiendo “De Madrid al cielo”,  cuando la gente estaba muriendo. ¿Cómo hemos cebado tanto el odio, para que quede reflejado en sus cuentas para los restos un comentario tan feo? No me caen especialmente bien ni unos ni otros, pero no comparto desear que la gente se muera o que sufra de COVID para que se enteren o se den cuenta. Los políticos fomentan eso, nosotros lo alimentamos y les votamos para que lo refuercen.

- ¿Ya has pensado cómo anular psicológicamente la distancia social en el teatro?
- No se puede no hablar del elefante en la habitación. La única solución es integrarlo. Así que me imagino una obra en la que todo el público esté repartido por la escenografía y que forme parte plástica del espacio. El problema que vivimos no lo crea sólo la distancia, sino también la poca cantidad de gente. Y uno no se ríe, no llora ni se emociona de la misma manera cuando falta la comunión y el rito de grupo. De modo que ya que somos pocos, hagamos parecer que somos más. Tienes que estar a dos metros del resto de espectadores, pero eso no significa que tengas que estar a 10 del actor. Puedes estar metido en el ajo. Lo curioso es que esas políticas ya se intentaron implementar hace dos años con la llegada de Roberto García a la dirección adjunta de Teatro y Danza. Él propuso un teatro que no fuera ni tan caro ni tan grande ni tan distante, sino algo más experimental, interactivo, cercano y de contacto. Y justo ahora viene servido. Hay que ver una oportunidad en vez de un desastre. ¿A qué precio hay que vender las entradas para que sea llevadero un aforo del 30%? El teatro es deficitario, de modo que es el momento de que la institución pública eche una mano. Y para que dé la sensación de que en vez de rescatar aporta, hay que cambiar el modelo de obra. Eso no pasa por ser digital: hacer el teatro online es una posibilidad más, pero no puede ser la alternativa, porque si no hay presencia y convivencia, si no hay rito de todos juntos en el mismo espacio compartiendo algo íntimo, no hay teatro. 

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