CRÍTICA DE CINE

'Mank': La trastienda de Ciudadano Kane

20/11/2020 - 

VALÈNCIA. La última película de David Fincher parte de un guion de su padre, Jack Fincher, que escribió antes de fallecer en 2003. Y es curioso que así sea porque si algo subyace en Mank es el tema de la herencia, del legado cinematográfico y de cómo nos relacionamos con él. También el del oficio de la escritura y cómo este ha cambiado a lo largo del tiempo.

El director se centra en la figura de Herman Mankiewicz, guionista del viejo Hollywood con problemas con la bebida (y hermano mayor de Joseph L. Mankiewicz) que después de ser marginado de la industria por su carácter indómito e incómodo, recibió el encargo de Orson Welles para escribir su primera película, Ciudadano Kane y aprovechó su controvertida relación con William Randolph Hearst, el magnate de la prensa, para sacar a relucir toda la cara B de su imperio.

Parece que, de alguna manera, a través de Mank, Fincher quisiera establecer un juego de espejos entre ese mundo que está empezando a dar síntomas de agotamiento, el de los grandes estudios de Hollywood y la aparición de un nuevo niño de oro (Welles) y el momento actual en el que nos encontramos, con cambios profundos en el seno de la industria. ¿Se puede unir la concepción clásica del cine con el nuevo cambio de paradigma a través de una película que interpela al pasado bajo el paraguas de una plataforma de streaming?

Mank una película compleja en todos los sentidos. Por una parte, parece como si su esqueleto quisiera emular el espíritu original con el que fue escrito el guion primigenio de Herman Mankiewicz para Ciudadano Kane. “Es muy lioso”, le dicen, a lo que él contesta: “La narrativa es como un bollo de canela, no se puede hacer siguiendo un ángulo recto, sino a través de círculos concéntricos”.

Además, la propia estructura de la película adopta la forma de un guion cinematográfico, con sus anotaciones de situación, con sus flashbacks, con la elección de escenas muy calculadas que sirven para establecer las relaciones entre el pasado con los personajes en el presente. El mayor problema que tiene Fincher, es en realidad el mismo que tuvo Mank en su momento a la hora de articular todos estos elementos (algo que por supuesto consigue): que el conjunto sea orgánico, “que tenga música”, quizás porque en realidad, lo que ambos buscaban era hacer una ópera.

'Mank'

Son muchas las películas que hay dentro de Mank. Cada una tiene su tono y sus particularidades. Tenemos el presente, con Mank (Gary Oldman) escayolado después de haber tenido un accidente y aislado en una finca para escribir el guion con la única compañía de dos mujeres, Fräulein Frida (Monika Gossmann), dedicada a su cuidado, y la joven mecanógrafa Rita Alexander (Lily Collins). Y también está el pasado a modo de piezas inconexas de un puzle de la memoria. Es más caótico, intrincado y nos adentra en la trastienda de los estudios de Hollywood a través de la mirada cínica e inquisitiva de Mank, así como a través de sus vícnulos con el fundador de la Metro-Goldwyn Mayer, Louis B. Mayer (Arliss Howard) y el mencionado Hearst (Charles Dance) y su amante, la actriz Marion Davis (Amanda Seyfried).

A Fincher le interesa escarbar en las miserias de la fábrica de sueños para hablar de la manipulación, la corrupción y el tráfico de intereses. Y de nuevo los paralelismos. A largo de la película resulta inevitable hacerlos con la situación actual: las fake-news, las campañas de desprestigio, la necesidad de incrustar en la mentalidad colectiva el miedo a la izquierda, y la manera en la que el cine (y las imágenes) sirve como maquinaria para adulterar la realidad. En definitiva, cuestiones que no se han terminado nunca de diluir, como si se estableciera una línea invisible entre ese germen del Macartismo que se apunta y la era Trump.

Por todo ello y por muchas cosas más, es Mank una película tan imponente como avasalladora y con las mismas ínfulas de grandeza que tenía Welles en su ópera prima: dar un golpe en la mesa a golpe de talento para reivindicar una manera de hacer cine alejada del fast-food audiovisual otorgándole al relato el peso que merece.

El diálogo entre ambas obras (Mank y Ciudadano Kane) resulta inevitable, no solo a nivel de intrahistoria, sino también a través de constantes guiños que la convierten en una aventura incesante de búsqueda de ecos, por supuesto también en el plano estilístico, ya que utiliza algunos de sus elementos, como ópticas, movimientos de cámara o cortes de montaje.

Pero Mank no es un biopic, tampoco un ‘cómo se gestó Ciudadano Kane’. Fincher se muestra libre a la hora de componer su colosal monumento, en ocasiones extravagante, excesivo, y en otras dolorosamente íntimo. Y en ese equilibrio entre la épica, la sátira reflexiva y el poder del cine para revelar la hipocresía del pasado y del presente, bascula esta película que en el fondo esconde una paradoja tratándose de un original de Netflix: ¿cómo devolver al público a las salas?


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