VALÈNCIA. María Baranda (Ciudad de México, 1962) habla despacio, como si degustara cada palabra antes de pronunciarla. Hay algo en su forma de expresarse que transmite dulzura, quizá el tono pausado con el que aborda cada reflexión o los leves asentimientos de cabeza ante distintas premisas. Poeta, editora y traductora mexicana, no visita València por casualidad, sino como participante de las jornadas JALEO’19, un espacio dedicado a la animación a la lectura, escritura y observación. Puede que se deba a ello ese amor por las letras: esa elección cuidadosa de cada palabra y significado. Esa paz que transmite su discurso.
Uno de los públicos a los que se dirige la escritora es el infantil. También dedica parte de sus textos al adulto, pero es el compuesto por los niños y los jóvenes aquel que le resulta más retador por su elevado nivel de exigencia. “Si a un niño no le gusta tu libro, lo cierra inmediatamente. En cambio, un adulto siente el deber de terminarlo. En mis libros para adultos, siempre me digo: ‘Bueno, si no les han gustado, es problema de ellos’. Pero cuando a un niño no le gusta un libro mío, ahí sí pienso que es un problema mío”, indica con una sonrisa la autora, que atesora un vastísimo recorrido y reconocimiento literario.
Para hablarle al público infantil y conectar con su imaginario, revela que no se basa en su propia experiencia: “Qué flojera si yo le estuviera escribiendo a esa niña que fui… No, no: sería una niña muy vieja ya, queda muy lejos en el tiempo”, agita la mano Baranda. “Un escritor, y sobre todo un poeta, es un gran observador”, puntualiza. Para ello, cuenta que, en su caso, presta mucha atención a lo que le rodea: pasea, se sienta en las plazas, ve a los niños jugar.
La escritora, que compagina la poesía y la narrativa con conferencias, charlas y talleres, incluso revela un curioso dato al respecto: “Cuando visito escuelas, los niños me hacen preguntas, y yo a ellos. Me cuentan historias. De ahí surgen temas. Incluso a veces me mandan cartas a las editoriales, con dibujos y todo”. Sorprende, inevitablemente, el uso del papel: las cartas, en contraposición con los omnipresentes correos electrónicos. Parece parte del encanto de dedicarse a desentrañar el universo de los más pequeños, para los que un poema puede convertirse, simplemente, en un juego más. María Baranda asiente con un ápice de orgullo ante nuestra sorpresa. “Los niños, por lo menos todavía en mi país, se atreven a mandarles cartas al escritor”. Ojalá no pierdan la magia.
-Esta semana se han celebrado las jornadas JALEO’19 de animación a la lectura. ¿Por qué es tan importante animar a leer desde la infancia?
- Si no animas primero al adulto que trabaja con niños es imposible animarlos directamente a ellos. En el mundo de la literatura infantil es muy difícil que un niño vaya solo a una librería y diga: “¿Me da un libro de poesía, por favor?”. Están lo que llamamos “mediadores”, los agentes que se encuentran entre un escritor y un lector joven. Esos “mediadores” son los padres de familia, los maestros, los tutores, los bibliotecarios… Todos los encargados de que el libro llegue al niño. Mis talleres están dedicados a esos mediadores.
¿Por qué es importante? Porque la poesía es esencial para todos los públicos, pero especialmente para los niños: tiene una gran fuerza metafórica, ayuda al desarrollo del pensamiento abstracto y simbólico, refuerza la imaginación… Además, la poesía es la única de las áreas literarias que trabaja directamente con las emociones.
-Es cierto que en la niñez nos acercamos más a la poesía, pero conforme vamos creciendo la vamos abandonando… ¿A qué se debe?
-Es más fácil acercarse a un libro de narrativa, a una novela: es como prender un programa de televisión. La poesía, en cambio, exige mucho de ti: requiere ese pensamiento abstracto del que hablábamos. Tienes que estar dispuesto a trabajar con la metáfora, con el símbolo y con imágenes que contradicen la lógica del pensamiento. Precisa de un esfuerzo mayor.
-La poesía es un género que, por norma general, vemos menos promocionado que otros. El escribir para un público infantil, por otra parte, también se suele menospreciar. ¿Por qué, por tanto, dedicarse a la poesía infantil?
-Creo que uno no escoge el género: el género te escoge a ti. Yo empecé escribiendo poesía y es una dicha para mí lo que encuentro ahí: es lo que me gusta hacer (aunque también escribo narrativa para niños).
¿Por qué para niños? Porque es un público difícil, muy retador. Es mucho más complicado dedicarse a la literatura para niños y jóvenes que a los libros para adultos. El nivel de inteligencia de un lector infantil, el nivel de reto que implica eso … es muy importante para mí. En la literatura para niños hay más posibilidades de jugar con el lenguaje que en la literatura para adultos.
-De hecho, en una entrevista comentaste lo siguiente: “Un niño nunca, en toda mi experiencia de escritora, me ha dicho la palabra ‘no entiendo’. Nunca”. Resulta evidente, sin embargo, que se procura sobreproteger al público infantil, incluso evitando tocar ciertos temas porque se piensa que no los van a comprender. ¿Qué sucede aquí?
-El problema con el niño es que siempre hay un adulto detrás o delante. El concepto de infancia pasa por ahí: qué se le daba dar o no a los niños, qué se les debe escribir o no. Una literatura de calidad es aquella donde tú, como escritor, te atreves y te arriesgas a contar una buena historia o un buen poema más allá del tema que esté tratando.
La muerte es un tema tremendamente difícil. Pero, al final, los niños conviven con ella: desde la muerte de la mascota hasta la del abuelo. Por tanto, ¿por qué no hablar de eso? Si trato los temas con una altísima calidad no importa el tema en cuestión que sea. El tema no va por delante: lo que va por delante es la exigencia literaria del poema o del cuento que voy a escribir. Y siempre pensando que voy a escribir lo mejor de mí.
-Teniendo en cuenta la proximidad geográfica entre México y Estados Unidos, ¿hasta qué punto influye la cultura norteamericana en la mexicana?
-En un mundo globalizado, la cultura está muy permeada (tanto la de ustedes como la nuestra). Nosotros siempre hemos sido vecinos de Estados Unidos; de hecho, hay muy poca gente en México que no hable inglés.
Sin embargo, también hay una recuperación del mundo indígena: tenemos 68 lenguas en México si no me equivoco. Algunas con muy pocos hablantes, ni siquiera registradas. El kiliwa, por ejemplo, tiene cuatro hablantes: es una lengua que va a desaparecer. En cambio, lenguas como el náhuatl, el zapoteca, el maya… creo que van a perdurar. Depende de la región.
Estados Unidos siempre nos ha permeado, pero también hay otros muchos estímulos. Y espero que, de la misma manera, México y su cultura también llegue a otras regiones del mundo.
-¿Cuánta demanda de literatura infantil hay en México? ¿Hay suficiente mercado editorial para este nicho en concreto?
-Nunca me he encontrado con el problema de no tener público para mis libros. Muchos de los libros para niños en México se venden en las escuelas: mucho del trabajo se hace allí. La librería se convierte, incluso, en un escaparate menor: una tienda con unos cuantos ejemplares y donde, casualmente, puede entrar alguien a comprarlos. Pero el mercado grande en México es a través de las escuelas o las ferias.
Hay mucha feria del libro en México y las regiones del país: ahí se vende mucha literatura infantil. Y hay un auge ahora en México. Lo sé porque hay muchas editoriales independientes que se están empezando a dedicar a los libros para niños. Hay una necesidad de que los escritores les hablemos directamente de su mundo con las palabras que necesitan y su imaginario propio.
-Ahora que los niños tienen al alcance miles de pantallas, ¿cómo se lucha contra eso y se les ofrece un libro de poesía?
-Por lo que yo he observado, los niños que están mucho en la pantalla, en el teléfono, en el iPad… pierden mucho la atención. Y los niños, y la poesía, sobre todo, necesitan mucho tiempo. Es un tiempo distinto, más “presente”, más dilatado también… pero más abierto. Se parece un poco al tiempo del juego. Un niño necesita jugar, necesita aire libre, correr, inventar. Ese tiempo del juego lo equiparo mucho el tiempo de la lectura, del poema… Escribir tiene mucho que ver con jugar.
-¿Por qué?
-“Qué tal si inventamos que íbamos a un árbol y éramos dos princesas, o de pronto éramos dos tigres, y yo te rugía y tú a mí…”: eso es un poco la poesía, la metáfora.
-La poeta uruguaya Ida Vitale recogió el pasado abril el Premio Cervantes: es la quinta mujer distinguida con este galardón desde que se instauró en 1976. ¿Qué lugar ocupan las mujeres creadoras?
-Es todo un tema, el del género. Cada vez se le otorga más atención a lo que hacemos las mujeres. Hay mucho talento, muchas jóvenes escribiendo ahora. Aun así, creo que debe de haber una manera de que la sociedad se abra más a la lectura, y sobre todo a la poesía escrita por mujeres, porque es diferente. Hablo de tramas más delicadas, habitadas de otros silencios: distintas, simplemente.
-¿Y en México, en concreto?
-Siempre resulta complejo. Quizá para mí no tanto, pero también porque yo he empujado mucho mi carrera: he tenido muy claro desde muy joven que soy escritora.
Sin embargo, una mujer tiene que lidiar con muchas cosas: desde la maternidad (si la elige) hasta la pareja, el trabajo, la casa… Lo que he visto ahora es que las jóvenes han aprendido a compartir más eso con sus propias parejas, o también que están decidiendo no tener hijos: el “no” a la maternidad. Gestionan cada vez antes el lugar que ellas ocupan.
Por eso decía que es todo un tema. Pienso que hay que abrir los ojos y estar atentos para darles un lugar. Yo, como mujer, me fijo mucho en apoyar a mis colegas, sobre todo a las más jóvenes, a mis alumnas, porque sé lo difícil que lo van a tener. El mundo está hecho para los hombres: es competitivo, difícil. Y la mujer siempre tiene que librar una doble batalla.