Historia de España contada a las niñas es, efectivamente, un relato. Sobre una España (o varias). Con muchas mujeres como protagonistas. Pero de ninguna manera destinada a ser leída por niñas. “Si lo lee una, se va a quedar majara”, confiesa María Bastarós (Zaragoza, 1987), autora de este libro galardonado este mismo año con un Puchi Award (galardón otorgado por La Casa Encendida y la editorial Fulgencio Pimentel). ¿Qué es, pues, esta novela?
“Es una historia fragmentada en la que el tema principal es la violencia. Tiene mucho sentido del humor, mezcla de formatos, tramas muy contemporáneas y otras de géneros un poco más clásicos (un western); y todas están relacionadas entre ellas. Casi podría ser un thriller en conjunto”, indica. Un cóctel lleno de ingredientes donde formatos y géneros se entremezclan, y la realidad y la ficción solo se distinguen por una fina línea no reconocible, quizá, para todos. “Toca temas superactuales conflictivos, como el de La Manada, del que hay pantallazos de WhatsApp”, alega Bastarós. Y, de vez en cuando, una contundente apelación al lector: “Para mí no dirigirme a la persona que lee sería extraño: me sale solo hacerlo”, confiesa.
Procedente de un mundo artístico compuesto por investigaciones, fanzines (especialmente por su conocido Quién coño es), exposiciones, conferencias o perfomances, ha sido este año cuando María Bastarós, historiadora del arte de formación y gestora cultural de profesión, se ha enfrentado más de lleno a la escritura. Además de Historia de España contada a las niñas (Fulgencio Pimentel, 2018), Bastarós acaba de lanzar Herstory: una historia ilustrada de mujeres (Penguin Random House, 2018). Y más que asoma si una mira hacia el futuro, pues cocapitanea junto con su marido Ediciones Motocobra, un pequeño sello editorial donde autoeditan sus propios poemas y que tiene las puertas abiertas para recibir a más autores.
María Bastarós habla de género, feminismos (en plural) y ficciones desde un punto de vista donde el conocimiento sacia la sed de curiosidad. Con convicción, firmeza y sin pelos en la lengua. Agárrense, que vienen curvas.
-Este año has publicado dos libros: Historia de España contada a las niñas (Fulgencio Pimentel), y Herstory (Penguin Random House). ¿Cómo ha sido desarrollarlos prácticamente a la vez?
-Son rollos diferentes. Herstory es de investigación y está escrito desde el rigor, con mucha criba de qué tenía que tener y qué no. No queríamos hacer un libro sobre mujeres en el que, simplemente, apareciera Margaret Thatcher, sino que pretendíamos imprimirle un compromiso ideológico. El resultado es un libro transfeminista que no se limita al plano europeo y que ha llevado muchísimo trabajo.
En los ratitos en los que no estaba con este, me ponía con Historia de España contada a las niñas, que, a pesar de mezclar realidad y ficción, es una ficción absoluta. Dedicarme a él era muy liberador porque me permitía inventar en lugar de investigar. Ahora hay un auge de libros sobre mujeres, sobre feminismo… Y, para mi gusto, se están haciendo demasiados que quizá no sigan un criterio que me resulte interesante.
-Mezclar realidad y ficción también tiene sus retos y peligros porque el lector tiene que saber diferenciarlo para entender qué pertenece a cada mundo…
-A mí esa mezcla me encanta, pero es muy conflictiva. En España veo que hay un problema muy grande por parte de la gente hacia la ficción. La juzga mucho desde un plano moral. Si tú asumes una voz de un tipo de narrador en una novela, parece que pienses como ese personaje. Se identifica mucho al autor con los personajes que escribe.
Leí hace un tiempo un artículo devastador de Laura Freixas sobre Lolita. Decía prácticamente que el libro legitimaba la pedofilia y el abuso a las niñas, a las adolescentes. Para mí no es así: para mí la ficción tiene que ser cuanto más libre, mejor. Otra cosa es que la llenes de estereotipos machistas y estés haciendo una ficción aburrida y que por acumulación cansa. Pero no pienso que tenga que tener un objetivo moral. Hay que acercarse a ella con la cabeza muy abierta. No hay que ponerle vallas al campo.
-¿Qué piensas tú de Lolita?
-A mí me parece un librazo. De hecho, a veces leo este tipo de críticas (que me parecen estupendas, inteligentes e interesantes desde cualquier perspectiva como ejercicio intelectual), y pienso: ¿nos leeríamos el mismo libro? Cuando yo me leí Lolita, no recuerdo que Humbert Humbert apareciera como un seductor. A mí me pareció un desgraciado en todo el libro. Y si no lo fuera, tampoco pasaría nada porque, de nuevo, es ficción.
Pensar que un libro de ficción sobre la obsesión de un hombre con una niña de alguna manera legitima el abuso… es peligroso. Al final no solo es que te tengas que cohibir en el plano creativo, sino que parece que se puede legitimar todo a través de un artefacto de ficción. Para mí eso es absurdo. No digo que por acumulación la ficción no pueda acabar legitimando cosas, porque pasa. Pero adjudicarle a un libro ese papel me parece que no debería ser así.
-Un personaje femenino parece revestido ya de ciertos estereotipos de género que no pasa (o al menos no tanto) con los masculinos. ¿Cómo lo has desmontado en Historia de España contada a las niñas?
-Conscientemente, no pienso que a la ficción haya que ponerle objetivos ideológicos o políticos: si te sale, te sale. A mí me gustan los personajes con muchas caras, y eso siempre desmonta los estereotipos: cuanto más complejo, menos maniqueo. Lo que sí que hice de forma más consciente fue introducir a mujeres mayores (y no tanto, realmente) como protagonistas. Una tiene 60 años, y está viviendo una aventura rollo road trip.
Eso sí que me parece necesario: que la acción no siempre la tengan mujeres jóvenes, o las que se consideran más “activas”. ¿Por qué una mujer de 60 años no puede tener una aventura? Cuando la gente se hace mayor pasa a papeles secundarios: orbita alrededor de los jóvenes. No se les tiene en cuenta como personajes interesantes.
-El feminismo ha estado en boga este último año. ¿Cuánto hay de moda y cuánto de reivindicación real?
-Es innegable: no se puede decir que el feminismo no esté de moda. Lo está. Pero de eso se pueden sacar cosas muy buenas y otras un poco más rancias. Hay muchos tipos de feminismo. Y no tienes por qué comulgar con todos. Para mí, tiene que ser anticapitalista, transfeminista… obedecer a una serie de criterios. Hay otros movimientos más neoliberales que a mí no me representan. Esos beben principalmente del hecho de que está de moda. Y el mercado los fagocita: lo convierte en camisetas, en un producto que comprar y vender. Peso para mí eso no es el feminismo.
Parte se quedará en moda, pero otra no. La juventud está alcanzando un nivel de politización que antes no tenía: gracias a las redes se ha democratizado quién tiene la palabra. Esa es la clave. Veo reflexiones ahora en niñas de 18 años que yo no tenía (y eso que yo, de cría, me creía muy roja: la Pasionaria). No había una herramienta de la que beber o informarte, y que te pudiera llevar a reflexionar así.
-Y luego tenemos a mujeres como Margaret Thatcher como modelos a seguir. ¿Es realmente lo más oportuno?
-El problema es que este feminismo neoliberal (que no es feminismo) lleva a pensar que el feminismo es mujeres. Mujeres haciendo cosas. Y no: el feminismo es ideológico, tiene que ver con la identidad sexual, con la raza, con la clase… va un poco más allá. Reducirlo a que las mujeres puedan ser líderes políticas o CEOs de grandes empresas es simplemente intentar que las mujeres sean hombres, o puedan acceder a lo mismo que ellos. Pero al final la Historia seguirá siendo patriarcal, porque el modelo de ese sujeto poderoso es un modelo patriarcal. Para mi gusto, no es ahí hacia donde hay que ir, sino en feminizar a los hombres de alguna manera. En que asuman el cuidado emocional y práctico, de tener menos ansia de poder, y ceder espacios.
-¿Qué opinas del lenguaje inclusivo?
-Pienso que el lenguaje inclusivo es importante, pero no trascendente o capaz de generar una realidad al margen de la que existe. No pienso que el mundo se vaya a cambiar a través del lenguaje, la verdad. Y yo soy la primera que uso insultos que tiene connotaciones de muchas clases. Es algo que hay que vigilar, pero yo, si estoy en una presentación y la persona que presenta dice: “Hola a todos” … a mí no me resulta en absoluto ofensivo. Si somos todas mujeres menos un chaval, sí. Pero al lenguaje no le doy esa importancia tan enorme que se le da desde otros ámbitos feministas que me parece perfecto. A mí no me revuelve tanto, la verdad.
-Las redes sociales tienen cosas muy positivas, pero también negativas: hay ensalzamientos idílicos y críticas destructivas a partes iguales. Como con Rosalía, por ejemplo. ¿Qué lectura haces de ello?
-Pienso que la gente tiene un pensamiento muy poco complejo; esta polarización tan extrema de adoraciones, odios y opiniones tan contundentes sobre temas, además, que a la mayoría de la gente le da igual: si a ti no te gusta Rosalía, no la escuches. No pasa nada.
Pero es cierto que las redes sociales crean una especie de agenda de lo que hay que hablar. Todo el mundo genera una opinión sobre eso. Y una opinión, sobre todo, simplista y a veces desinformada. Antes se escuchaba a la gente que hablaba sobre un tema porque estaban formadas en ese tema: tenían criterio. Ahora todo el mundo opina sobre todo cuando realmente cada persona tenemos una formación concreta y sabemos de poquitas cosas. Se gesta un mejunje en el que se le da una trascendencia brutal a cosas que no la tienen. Rosalía te puede interesar o no, pero ni es un golpe de Estado, ni es tan importante al final: es una cantante.
-Los medios autogestionados, mencionaste en una ocasión, son aquellos en los que puedes decir lo que quieras sin cortarte. ¿Cómo valoras los actuales medios de comunicación en cuestiones de género?
-Algunos son bastante arriesgados. En El Salto o Diagonal están bastante comprometidos a nivel ideológico. Hay periódicos donde las cosas se hacen bastante bien. En los otros no pienso que se estén cortando tampoco: creo que tienen una ideología que no los lleva a mojarse en ese sentido porque no están de acuerdo con ciertas reivindicaciones.
Sí pienso que hay medios de comunicación donde se pueden tratar temas que quizá antes se consideraban inapropiados. También porque ya no está solo la prensa escrita, y se fabrica mucho contenido y se amplían las cosas que se pueden tratar.
-Hace unos días conocíamos la polémica alrededor de la serie de Leticia Dolera y cómo Ania Clotet (seleccionada, en principio, para desempeñar un rol protagonista) denunciaba que Dolera prescindió de ella por estar embarazada. ¿Cómo lo valoras?
-A mí me parece (al margen de que no entro a juzgar porque no conozco desde dentro cómo se ha dado la situación o si se le podía poner remedio), que cuando tú eres escritora, no eres tu cuerpo. Cuando eres cocinera, a priori, no eres tu cuerpo. Hay muchos oficios donde no eres tu cuerpo, pero en la danza, el cine o la interpretación, sí. Porque al final estás reflejando a un personaje que es un cuerpo también y tiene que ser de una determinada manera. Me parece que es muy complejo que una mujer embarazada de cinco meses haga el papel de una chica que redescubre su sexualidad porque empieza a tomar la píldora anticonceptiva. Creo que, aunque sea una putada, el criterio que se ha seguido es natural.
¿Qué pasa? Que cuando eres feminista adquieres una serie de compromisos que te obligan a buscar soluciones hasta la ultimísima consecuencia. Aun así, pienso que tampoco se puede destripar de una manera salvaje a una persona por una cosa que no hemos vivido desde dentro… No podemos saberlo todo como para tener opiniones tan heavies sobre algo que, a un nivel artístico, me parece una decisión supercomprensible. Creo que no puedes esperar que una producción cambie absolutamente todo, que te ajuste los planos de los desnudos… porque estás incurriendo en decisiones de fotografía, operadora de cámara, etc. Es complejo, pero, como decíamos, la gente está muy polarizada: o muy bien, o muy mal.
Guionistas, cineastas, showrunners, publicistas y, en general, mujeres creadoras del audiovisual participarán en un encuentro a cargo de la Universitat Jaume I de Castelló, cuyo objetivo principal es analizar sus obras, pero también conocer cómo heredan y construyen un nombre propio en la industria