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entrevista

Marisa Castelo: "Poca gente puede vivir de forma relajada de los derechos de autor"

26/07/2020 - 

VALÈNCIA. Marisa Castelo ostenta desde hace algunas semanas un nuevo cargo: el de presidenta del Instituto Autor, asociación dependiente de la SGAE para la promoción y difusión del estudio de la Propiedad Intelectual. Se convierte así en la primera mujer en estar al frente de la institución en un momento extraordinariamente complejo. “Al ser una época tan horrorosa, de tanto desánimo, me dio un subidón de alegría y energía que me comunicaran la noticia”, reconoce la abogada, que también asesora a productoras discográficas y audiovisuales con las que lleva compartiendo camino, en algunos casos, desde hace más diez años. Esto es lo que nos cuenta sobre los retos actuales de la Propiedad Intelectual y los derechos de autor.

-Actualmente, la Propiedad Intelectual se enfrenta a numerosos retos derivados de la revolución tecnológica y la globalización. ¿Cuáles son exactamente estos retos y cómo pretendes enfrentarte a ellos?
-Bueno, más bien es cómo puede aportar el Instituto Autor; lo que podamos apoyar al estudio de estas cuestiones. La gestión colectiva en sí misma es la que se enfrenta a esto de forma más fuerte. Antes estaba bastante compartimentalizada y estandarizada y ahora mismo se ha globalizado. Ya no se prevé, por ejemplo, que lances un producto cultural y sólo se vea en España porque todo tiene un alcance global. Incluso puedes lanzarlo para un mercado en concreto y que triunfe en otro totalmente distinto; que una serie gallega de una plataforma, imaginemos, se esté viendo mucho en Corea del Sur. Todo esto conlleva muchos retos, porque en cada mercado hay unas formas, tarifas; se explota de una manera… Aparecen operadores nuevos. Es complicado de gestionar.

-Siempre se ha hablado del terreno digital como un campo al que no se le puede poner vallas, ¿es imposible proteger los derechos de los creadores/as en este ámbito?
-No sé si poner vallas ahora ya es una buena opción. No sé si alguna vez lo ha sido. Lo de “poner vallas” es una opción que responde quizá a estrategias comerciales, de marketing o de explotación. Y en este ámbito puede tener sentido, pero en el cultural puro y duro… tampoco es la idea.
¿Cómo afecta? Buena pregunta. Lo que se trata al final es de conseguir buenos acuerdos con las plataformas o con los proveedores de servicios de Internet, y lograr que jueguen en nuestro campo y sean sensibles con ello. Por ejemplo, desde retirar los contenidos que no estén autorizados o no sean legales, hasta poner remuneraciones justas por las explotaciones que se hacen de las obras, liquidar con transparencia…

Y, curiosamente, porque parece complicado, resulta más fácil de controlar que la antigua venta física. Al final las descargas de una obra o las reproducciones que tiene se pueden contar sin ningún tipo de error. Si YouTube te dice que una canción la han reproducido 4.228.420 personas: ese es el dato. No hay trampa ni cartón. Antiguamente, con la venta física, digamos que a veces se hacían “actos de fe”. El distribuidor del país correspondiente te decía que había vendido tanto. Y te lo tenías que creer. Ahora, curiosamente, es más fácil controlarlo. Se trata, por tanto, más bien de un ejercicio de regulación con los propios operadores.

Foto: LUIS CAMACHO

-Algunos creadores han manifestado su preocupación por compartir contenidos en sus redes sociales por temor a que otros se los roben, plagien o copien. Conocido es también el caso Svensson, referido a compartir enlaces a artículos sin haber pedido permiso de antemano. En este caso, el Tribunal de Justicia europeo dictaminó que enlazar contenidos abiertos ya publicados por su autor es lícito, pero existen muchas y variadas casuísticas. ¿Hay regulación posible aquí?
-Esto sí que es un océano. Un importante reto de cara al futuro. Alguien crea una storie en Instagram y pone, por ejemplo, una canción de Serrat: es indudable que está creando algo. Pero es complicado que ese usuario vaya a preguntarle a Serrat si puede compartir su canción: directamente lo hace. Es algo que todos hacemos y resulta complicado de regular. Creo que un usuario comparta una canción en una storie, por ejemplo, es un tema bastante resuelto. Pero hay otros ejemplos: todos esos vídeos de YouTube de fitness, yoga… a los que hemos acudido tanto en el confinamiento. La gente que lo está haciendo de forma profesional y utiliza, por ejemplo, canciones de Shakira, está realizando una explotación comercial. Ahí la persona que es autora de la canción sí puede tener algo que opinar, porque pueden estar montando una escuela de pilates online con su música. Si tú tienes a la plataforma de tu parte, a YouTube, si reclamas la parte de la música de ese vídeo, te la pagan; pero si no te apetece, por la razón que sea, tienes que poder pedirle a la plataforma que retire ese contenido.

Lo de proteger, por otro lado, es relativo. Escribes un texto literario. Si lo tuvieras registrado, estaría claramente protegido. La protección de la propiedad intelectual es relativamente sencilla y barata y el registro es bastante asequible. ¿Qué pasa? Que resulta más práctico que de otra índole, porque ¿vas a poner una demanda a alguien porque usa tus textos en Twitter? Creo que resulta un poco complicado. Además, en España las demandas por plagio son difíciles de ganar, porque tiene que ser muy evidente. La inspiración, por norma general, no se valora como plagio. También es así porque, si te excedieras por el otro lado, se impediría avanzar en la creación porque quedaría de alguna manera bloqueada.

Lo que está claro es que si escribes una novela o mandas un cuento para un concurso literario tienes que registrarlo. Pero, para otros asuntos menores… no sé hasta qué punto se debería registrar. O incluso hasta qué punto se puede impedir, aun así, que se haga algo parecido. Es complicado.

-Respecto a los canales de YouTube que comentabas: la gran diferencia que existe en este sentido es el lucro, ¿verdad?
-Exacto. Lo que puede hacer alguien en sus stories de Instagram o Facebook es algo privado y particular; diferente es el que quiere montar un negocio y la música es parte de eso. En una discoteca, por ejemplo, el pago de los derechos a las entidades de gestión de la música por comunicación pública: tú vendes copas en un sitio porque la gente va a bailar; si la gente no fuera a bailar, no tendrías negocio. Me parece que es evidente que ahí tiene que haber una participación equitativa; lo que no sé es porque a veces la gente no lo entiende o porque hay tanta animadversión hacia las entidades de gestión.

Algo que se ha hablado mucho en prensa y he discutido con mis amigos es el tema de las bodas; eso de que las entidades “van a robar a las bodas”. En una boda se invierte en la alfombra, en las flores, en el traje, en los peinados… Y las entidades, a lo mejor, te cobran 80 euros, pero parece que no está bien visto. ¿Todo el mundo puede cobrar menos los músicos? Es una percepción de la sociedad que me llama la atención, porque luego la gente adora a los artistas. Si es así, lo lógico es que valores lo que hace y le remuneres como corresponde; y no esta cosa de que la música no se quiere pagar.

-¿Puede tener que ver con lo que a veces se ha denunciado sobre las entidades de gestión, de que el pastel de los derechos de autor se lo reparten entre muy pocos artistas?
-No rotundo. Eso viene de muy atrás, no sé de dónde ha salido. Tampoco me corresponde a mí formular teorías al respecto, pero siempre ha pasado. Y habría que cambiarlo. Siempre que he hecho cara a cara con gente y he hablado sobre estos temas, me han dado la razón. Es curioso que a nivel público haya una percepción; y, a nivel privado, otra.

-¿Se puede vivir de los derechos de autor?
-Si eres Ennio Morricone -qué lástima su fallecimiento-, sí. Pero normalmente no. La inmensa mayoría de las películas tiene unos primeros años de explotación fuerte, pero luego se convierte en residual. Excepto, quizá, alguna joya como El Padrino, o Almodóvar, que tiene un catálogo bastante importante. Pero la mayoría no. La gente se cree que los autores ganan más de lo que realmente ganan. Hay gente que tiene muchos ingresos por derechos de autor, pero no tienen por qué ser los artistas, ya que no todos son autores. Hay muchos casos, pero que puedan vivir de forma relajada… poca gente.

Foto: LUIS CAMACHO

-¿Cómo valoras la actual Ley de Propiedad intelectual?
-Ahora mismo creo que progresa adecuadamente. Donde más se tendría que hacer hincapié en este momento es en lo que se está haciendo del Estatuto del Artista. Ya no es un tema de derechos o propiedad intelectual, sino un tema de todo el de régimen fiscal y laboral que va aparejado a lo que son estas profesiones que ahora mismo están tan castigadas.
Algo que ha sido una barbaridad y un horror es que fuera incompatible la pensión de jubilación con la propiedad intelectual, con el cobro de derechos de autor. Esto no es estrictamente de la ley de propiedad intelectual, porque entran en juego muchas medidas transversales: fiscales, de seguridad social, laborales… pero creo que el trabajo ahora mismo va en esa línea. E insistir en que, igual que se paga por el resto de cosas, hay que hacerlo también aquí. Tenemos que pagar por la cultura.

-¿Sigue teniendo sentido, en todo este contexto, el canon digital/copia privada?
-Está on fire. A lo mejor estás pensando en el típico CD virgen que grabábamos en el pleistoceno cuando comenzó la copia privada, pero ahora, con las tarjetas de memoria, grabamos infinitamente más. Cualquier móvil, o cualquier aparato de ahora… graba muchísimo más que los antiguos dispositivos. La copia privada tiene todo el sentido del mundo en mi opinión. Hay que repartir y ser generosos.

-Me refería a que algunos autores han expresado la posibilidad de crear un canon por cada tarifa de acceso wifi, ya que muchas veces se consumen obras que no necesariamente se almacenan en un dispositivo.
-Ahí han corrido ríos de tinta. También es verdad que la tecnología avanza una barbaridad, e históricamente el único sentido que tenía contratar cierto ancho de banda era para bajarte películas. Sí se ha planteado, quizá sería lo suyo…, pero no ha cuajado.

-Durante la cuarentena se ha planteado si la cultura es un bien de primera necesidad o no. ¿Cuál es tu opinión?
-Pienso que tendríamos que preguntarle a la gente cómo habría pasado estas semanas horrorosas y angustiosas encerrada en su casa sin escuchar música, sin ver películas ni series, o leer libros… Y que responda. Yo creo que sí, al menos en nuestro primer mundo —en África, en plena guerra civil, será más importante la paz, la seguridad o la comida—.

-Ahora, se dice, toca devolverlo.
-Sí, lógicamente. Hemos trabajado mucho. El vídeo de Los abrazos prohibidos de Vetusta Morla, donde participé, es maravilloso y cuenta con la colaboración de muchísimas personas, delante de la pantalla y detrás —es una obra de coautoría de 15 personas—. Estuvimos trabajando casi dos meses ahí. Es hora de devolver ese valor.

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