Sin empleo, sin poder pagar facturas del piso que compartía, al francés Nicolas Wild no le quedó más remedio que aceptar un trabajo en Afganistán, país al que nadie se atrevía a viajar en 2005. Su misión era dibujar una Constitución Afgana en viñetas para niños, aunque al final hizo una tira cómica para que entendieran el sistema judicial. Había en aquel momento un gran interés de los afganos por la cultura, pero como luego retrató Wild, en esta etapa se gestó un régimen corrupto
VALÈNCIA. Con 44 años, natural de Alsacia, Nicolas Wild es conocido por haber dibujado sus viajes por tierras musulmanas. En 2013, Dibbuks le publicó Así calló Zaratustra, sobre Irán, y antes publicó dos volúmenes que hoy desgraciadamente están de actualidad, Kabul Disco, Cómo no fui secuestrado en Afganistán y De cómo no me enganché al opio en Afganistán, ambas en Ponent Mon. Aquí contaba su experiencia personal por esas latitudes. Estaba en Francia sin un duro, con poco trabajo y gorroneando en casa de un amigo, y no le quedó más remedio que aceptar una oferta de trabajo en Afganistán. Un destino al que nadie se atrevía a ir alegremente porque la cantidad de muertos que se producían pese al derrocamiento de los talibanes era constante.
Estudió en la Escuela de Artes Aplicadas de Estrasburgo e hizo varios trabajos en el mundo de la viñeta antes de iniciar su aventura en 2005. Su estilo en estos volúmenes es muy parecido al de Guy Delise. Narraciones en primera persona en las que se presenta con toda humildad. Viene a ser un extraño en los lugares a los que se dirige y un intruso en espacios donde solo se desenvuelven bien los periodistas, militares y médicos. De su ignorancia y extravío va surgiendo la historia. Un discurso naif en algunos aspectos, pero incisivo en los importantes y con mucho humor negro.
Ese ambiente de periodistas muy machotes lo retrata en este viaje en cuanto pone un pie en Azerbaiyán para hacer escala antes de Kabul. Todos hablan con prestancia de sus aventuras en conflictos como el de Ruanda o el de Yugoslavia. Cuando ven que su comensal no está interesado en la adrenalina, pronostican que se quedará en Kabul más tiempo de los dos meses que ha firmado en el contrato y que se volverá alcohólico. Lo cierto es que a lo largo de todo el relato pimpla de lo lindo.
El proyecto es bonito, tiene que dibujar la Constitución de Afganistán en cómic para que la lean los niños en el colegio. Un texto que prohíbe el trabajo infantil, consagra el derecho de la mujer a la Educación, desarrolla leyes contra la corrupción y permite el regreso de los refugiados. Aunque el primer tomo que le dan de la Carta Magna, desgraciadamente, acaba en la estufa para calentarse porque se muere de frío en las modestas dependencias que le han dado. No solo eso, además tiene que dibujarla en unos plazos infernales. Son unas viñetas muy alegóricas.
Con la documentación que aporta sobre la Constitución viene una interesante introducción a la historia de Afganistán. El país había intentado modernizarse durante el siglo XX en varias ocasiones, pero algunos intentos acabaron en magnicidio y otros en derrocamiento. Es cierto que el rey Zahir fue quien tuvo un acercamiento más pragmático a la cuestión e intentó llevar a cabo los cambios sin enfrentarse a las estructuras tradicionales, aunque parezca una contradicción. Pero Daoud, su sustituto por la fuerza, intentó implantar un régimen al estilo de los socialismos nacionalistas árabes y pronto se encontró con la oposición de los pastunes, que no pudo controlar, y una necesidad demasiado grande de apoyarse en los partidos comunistas, pequeños y restringidos a las zonas urbanas. En aquel entonces, casi un 90% de la población afgana estaba en las áreas rurales, Kabul no representaba la realidad del país.
Fue todavía peor cuando Daoud fue asesinado en otro golpe de estado y llegaron al poder los comunistas locales. Sus luchas intestinas fueron de tal calibre que cuando se produjo la célebre intervención de la URSS, lo primero que hicieron fue ejecutar al presidente comunista, Amin, que a su vez se había cargado a su camarada Taraki -estrangulado con una almohada- el favorito de los soviéticos. Wild añade un dato que yo desconocía. Los soviéticos primero envenenaron a Amin, pero los asesores de la URSS allí desplazados no lo sabían y le salvaron la vida. Entonces no les quedó más remedio que enviar un comando y asesinarlo a tiros. Con el país invadido por la URSS, murieron entre 600.000 y un millón de civiles en una guerra que duró diez años y entroncó con una contienda civil en los 90 por el poder.
La ingente cantidad de huérfanos que dejaron los soviéticos fue educada en madrasas en Pakistán y de ahí surgieron los talibanes, literalmente, los estudiantes. Ahora gobiernan el país de nuevo en un giro de los acontecimientos que nadie se imaginaba hace pocos años si no estaba al tanto de la actualidad de la gestión de la comunidad internacional. Cuando Wild estaba en él, los responsables de la insurgencia colocaban bombas a discreción y secuestraban a todo el que podían. Los extranjeros vivían con toque de queda permanente. Salir de noche, aunque fuese a por tabaco, violaba las normas fundamentales de seguridad. Todo esto había que soportarlo, cuenta el comic, con el malestar de estar currando con horarios criminales y deadlines de risa mientras los jefes se iban al restaurante francés de la ciudad a estar de fiesta cada noche. A esa elite cooperante, uno de los dibujantes de la historia la bautiza como "bourguois bohemians", es decir: "bobos". Y otro le contesta que ellos entonces son "momos", esto es "moneyless morons".
Uno de los cuadros más interesantes que aparecen en estas viñetas es el retrato de los políticos del Afganistán liberado de los talibanes. En unos dibujos alegóricos en los que aparecen discutiendo desde sus carteles electorales, se acusan entre sí de ex torturadores del KGB, explotadores de campesinos, de haber deforestado Afganistán para vender la madera a Pakistán, por supuesto de vender opio o, directamente, de haber formado parte de los talibanes. Es lo que han repetido los analistas estas semanas, cuando el ejército afgano sin apoyo de Estados Unidos dejó de cobrar sus salarios, no se sacrificó por esta elite corrupta y muy visible con sus cochazos y sus casoplones.
Cuando Wild llegó a Afganistán pensó en hacer una novela gráfica de testimonios de guerra, pero decidió centrarse en los "expatriados", un fenómeno del que era testigo directo. Aunque refleja una atmósfera asfixiante por la seguridad, su etapa allí fue relativamente tranquila, sobre todo en invierno, los ataques aumentaban en primavera. Hay detalles que claman al cielo, como la presencia en Kabul de la militante del Partido Republicano estadounidense que consiguió impugnar el resultado de Florida y dar la sorpresa a Bush Jr. con el célebre recuento dudoso y lamentable. Le cambió el nombre, pero esa mujer se encontraba entre ellos en Kabul.
Wild en lo que trabajó al final fue en una tira cómica para que los niños entendieran lo que era un sistema de justicia. Como él mismo explica, nadie natural del país confiaba en las instituciones. El autor cree que esos cómics fueron bien recibidos por los niños, aunque no le permitieron comprobarlo en persona en una escuela. Con frecuencia se ha referido a que en aquel momento en el país había una oleada de interés por la cultura exterior. Un despertar nacional, en condiciones precarias, pero un resurgimiento que ahora acaba de estrellarse contra un muro de granito. Una vez más.