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Octavio Salazar: "El cuerpo de los seres humanos nunca puede estar bajo la lógica del mercado"

3/02/2019 - 

VALÈNCIA. Parece ya un ritual: cuando alguna personalidad viene del sur, la conversación comienza con tintes claramente políticos. No iba a ser menos con Octavio Salazar (Córdoba, 1969), jurista español especialista en derecho constitucional y especialmente reconocido por sus trabajos sobre igualdad de género. La situación en Andalucía, nos cuenta, le resulta peligrosa, y así lo expresa: “Primero hubo sorpresa; luego, indignación; y ahora miedo. Miedo por ver qué va a pasar cuando, el gobierno recién constituido, empiece a tomar determinadas medidas”.

En la cafetería del Colegio Mayor Rector Peset, a unos minutos de comenzar la presentación de su último libro, La gestación para otros, el profesor universitario se muestra también precavido. “Muchas medidas que propone Vox en Andalucía son imposibles. No son competencia de la Junta, sino del Estado. Se han acogido a lanzar un discurso muy seductor y facilón con el que es capaz de enganchar a la gente desde la perspectiva más emocional. Hay mucho de bravuconada y de mensaje de cara a la galería pero creo que, afortunadamente, no se va a adoptar hasta ese extremo”, advierte.

Está sucediendo a nivel global: la extrema derecha comienza a adquirir poder en muchos países y en España, curiosamente, el enemigo común, más que la inmigración, es la mujer. “Hay que luchar contra los discursos de las denuncias falsas, de que la ley de violencia de género está contra los hombres… Todo eso que Vox, en concreto, ha hecho suyo”, opina Salazar. “Lo que sí detecto en los últimos meses, y hablo de Andalucía, es que un sector de la ciudadanía que tenía una actitud machista y no la pronunciaba abiertamente, ahora sí lo hace. Michael Kimmel, autor de Angry white men, ya anticipaba esta idea de hombres enfadados tan actual ahora. No saben qué hacer con su masculinidad con todo lo que está pasando: el feminismo, el avance de las mujeres, lo del año pasado del 8M… Hay una reacción frente a eso: ‘Cuidado, que vienen a quitarnos nuestros privilegios’.”.

Salazar atesora otras buenas enseñanzas bajo el brazo vertebradas a través de diversas publicaciones. Es autor de un interesante libro que pone el foco en cómo se trata el género femenino en el cine (La igualdad en rodaje), y otro más reciente sobre El hombre que no deberíamos ser. Reparamos en el primero y le preguntamos por las series. “En los últimos tiempos he encontrado en estas otro tipo de historia, personajes femeninos más interesantes que en el cine, donde quizá es más complicado o haya temas menos taquilleros”. El cuento de la criada y La maravillosa señora Maisel son dos de los ejemplos que nos brinda. “Esta última es fantástica: cuenta un contexto y un momento de la historia que hemos visto en mil películas (los años cincuenta y sesenta), pero desde la perspectiva de una mujer que trata de romper los moldes con sentido del humor. Con comedia, ingenio. Eso es fantástico, porque las historias de mujeres siempre se pintan como un drama, y este tipo de nuevas lecturas son muy necesarias y reconfortantes”, señala.

Se nos acaba el tiempo de preguntas y es una verdadera lástima: podríamos habernos tirado horas y horas conversando con él. Ya sea de política, derecho o cine, Octavio Salazar habla como un libro abierto. Y comunica, expone, revela, que es todavía más importante. Si por nosotros y nosotras fuera, nunca cerraríamos las tapas de las historias que nos cuenta.

-Has publicado recientemente La gestión para otros, donde tratas las aristas éticas, y también jurídicas, de la maternidad subrogada. Este último término, indicas, no es el más adecuado para referirse a estas prácticas…
-El tema del nombre es el primer debate puesto que, normalmente, se utilizan eufemismos. Nuestro ordenamiento habla de “gestación por sustitución”; incluso de “gestación” o “maternidad subrogada”. Pero, desde el punto de vista jurídico, cuando hablas de “subrogación” estás haciendo referencia a un proceso de “sustitución”: un contrato mediante el cual tú sustituyes a alguien. Y el proceso de maternidad es insustituible. Una mujer es la que, en su cuerpo, su útero, su vientre, su ser entero, vive un proceso de gestación de un ser humano. No se puede sustituir. Lo que pasa es que el producto de esa gestación a través de estos contratos se lo das a otros padres “comitentes” (como se les llama también). Pero es un eufemismo.

Incluso el término de “vientres de alquiler”, por muy potente que sea a nivel mediático, me parece incompleto. Cuando una mujer vive un embarazo no solo es su vientre o su útero el que se pone a funcionar: es un proceso que afecta a todo el cuerpo y el ser. Casi habría que hablar de “alquiler de gestantes”. Pero no hay un horno que está gestando un alimento y cuando termina se saca. Para nada. La gestación tiene muchas consecuencias en el cuerpo de la mujer. 

Por todo ello abogo por el término “gestación para otros”, que es el que más se utiliza en Francia. Resulta muy gráfica la idea del “para otros”. Al final, hablamos de que una mujer pone su cuerpo a disposición de otros; y también su capacidad reproductiva para satisfacer los intereses, en este caso, el deseo de otros, de ser padre o madre.

-Hay muchas contradicciones jurídicas alrededor de este tema: en España no se permite esta “gestación para otros”, pero sí se puede tramitar fuera, en otros países, y luego registrar al bebé aquí…
-Ese es el laberinto jurídico en el que estamos y que explico en el libro. Por un lado, la ley de técnicas de reproducción humana asistida dice que estos contratos son nulos de pleno derecho: tú celebras aquí un contrato de este tipo y jurídicamente no tiene validez. La que legalmente se considera la madre es la que ha parido al niño o la niña. Ahí no hay vuelta de hoja.

Pero ¿qué ocurre? Que está abierta la puerta a aquellos que se vayan al extranjero, donde esta técnica está permitida; y, cuando vuelven con el niño o la niña, hay una instrucción de la dirección general de los registros del notariado que permite la inscripción de esa filiación. De alguna manera, lo que dices que aquí no se puede hacer lo permites fuera y; sobre todo, para aquel que tenga recursos. Es una de las cuestiones a las que nuestro ordenamiento jurídico tendría que enfrentarse para poner una solución. De lo contrario, estaríamos perpetuando una especie de esquizofrenia: si entendemos que estos contratos no deben admitirse en nuestro país habría que evitar que la gente se fuera a otros; poner límites al reconocimiento de esas filiaciones; sancionar a la empresa o intermediario que se dedica a la gestión de esos contratos en el extranjero… Que, después de todo, es la que se está beneficiando económicamente de todo porque no hay ninguna norma que de momento impida su actividad.

-Teniendo en cuenta estas disparidades jurídicas, ¿qué se va a hacer por parte de las autoridades o instituciones competentes? ¿Cuáles son los próximos pasos en torno a la gestación subrogada? 
-Ciudadanos presentó en 2017 una proposición no de ley al respecto. Recientemente, Albert Rivera anunció que su intención es que en el mes de febrero se discuta en el parlamento. Su propuesta parte de reconocer estas prácticas siempre que tengan carácter altruista. Pero, como siempre digo, el altruismo está lleno de trampas. Por ejemplo, ellos hablan de compensaciones económicas; no permiten la gestación subrogada entre familiares (donde quizá podría pensarse que hay una relación más altruista)… Es terriblemente perversa porque no ofrece ninguna garantía de ese altruismo. Imagino que el tema llegará al parlamento y se debatirá en los próximos meses. 

-Algunas mujeres defienden los vientres de alquiler señalando que es un acto de libertad, de solidaridad incluso. ¿Tendemos a confundir libertad y feminismo?
-Reconocer y legitimar esta práctica es reconocer y legitimar el concepto de que las mujeres son seres para otros: esa idea de que una mujer está complementa disponible para satisfacer desde los deseos sexuales de un varón vía la prostitución hasta los de ser padre o madre. Quienes están a favor argumentan la autonomía de las mujeres, pero quienes estamos en contra planteamos que esa autonomía tiene que analizarse en un contexto de iguales condiciones.

Una mujer que tiene necesidades económicas o dificultades de supervivencia (que no está realmente en igualdad de oportunidades con un hombre) no tiene auténtica libertad para tomar decisiones. Y ahí no creo que podamos jugar con la idea de que en virtud de su autonomía una mujer puede tomar una decisión que tiene que ver con su sexo, cuerpo, útero. Si lo planteamos de una manera y en un contexto global: las mujeres son todavía las mas pobres, las más discriminadas, las que tienen mayores índices de pobreza. Abrir la puerta a esta práctica es abrir la puerta a que muchas mujeres por necesidad lo hagan.

-Son argumentos parecidos a los que se exponen al hablar de prostitución…
-Son dos temas que van de la mano totalmente porque inciden en el mismo modelo de mujer que satisface los deseos sexuales (usando su vagina) o los de ser padre (utilizando su útero); siempre a cambio de dinero. Y siempre desde la perspectiva de la completa disponibilidad de las mujeres como seres que cubren las necesidades o apetencias del hombre. 

Si legitimas este tipo de prácticas, ya sea la prostitución o los úteros de alquiler, le quitas fundamento a una parte del discurso feminista. Siempre me planteo esa propuesta de reconocer la prostitución como un trabajo más. Si lo hiciéramos, a partir de ese momento todas las críticas que hacemos de la utilización sexista que se hace del cuerpo de las mujeres en la publicidad o en los medios, empezaría a dejar de tener sentido. Porque le aplicaríamos la misma justificación que a la prostitución. “Es que si sale en un anuncio en bragas, lo hace porque quiere”, “si es un trabajo; qué más da”. Moralmente me parece muy peligroso. Si lo das por bueno, das por bueno algo por lo que el feminismo lleva siglos luchando.

Un ejemplo extremo: la idea de que yo, en nombre de mi libertad, me pudiera convertir en esclavo de alguien. “A partir de mañana, yo que soy libre y tengo capacidad de decisión, me someto”. Eso, desde el punto de vista del derecho, es intolerable: no puedes usar tu libertad para restringir tu libertad. O vender un órgano; o traficar con menores. Tú no puedes vender a tu hijo, ni me te puedes ir a otro país a comprar uno y traértelo. Sin embargo, ahora hacemos prácticamente lo mismo y nadie lo cuestiona. 

Metemos tanto a la mujer como al menor en el tráfico mercantil. Y hay cosas que tienen que estar fuera del comercio. El cuerpo y la integridad física de los seres humanos nunca pueden estar bajo la lógica del mercado. 

-Teniendo en cuenta todo esto, ¿qué justificación hay por parte de esas familias que defienden a ultranza los “vientres de alquiler”? ¿Pesa mucho el tema genético?
-El hecho de tener un hijo genéticamente propio es algo muy conectado con la masculinidad. Normalmente, las gestaciones se producen con donaciones del esperma del padre que, habitualmente, se gestan en el óvulo de otra madre. Ahí hay un elemento de herencia genética del varón que en la adopción no se produce. Hay un matiz incluso patriarcal: “Este hijo no me ha llegado por la nada; yo he puesto mi aportación”.

En California, por ejemplo, le dan un catálogo a los padres donde pueden ir eligiendo las características de la madre; la carga genética; que tenga los ojos de una u otra manera… Se va buscando al hijo que uno quiere. Es una gestación por catálogo, algo terrible. Como dice Ana de Miguel en el prólogo: “No todo lo técnicamente posible es éticamente deseable”. Hay que plantearse qué queremos para la sociedad que estamos construyendo.

-En otro de tus libros (La igualdad en rodaje: Masculinidades, género y cine) hablas sobre los estereotipos que se transmiten y trasladan continuamente en el audiovisual. ¿Cuáles son los más comunes? 
-Se siguen tratando estereotipos y roles muy marcados. La mayoría de relatos sitúan a los hombres como protagonistas, y las mujeres habitualmente tienen papeles secundarios y accesorios. Mientras que las posiciones de poder y autoridad les corresponden a ellos; ellas todavía están muy devaluadas, en segunda fila. Afortunadamente, empiezan a haber excepciones.

En este sentido, hace falta una educación crítica de las imágenes. Siempre digo que no hay que censurar, pero sí educar para que la gente sea capaz de leer las imágenes desde esa postura crítica. En la sociedad en que vivimos todos son imágenes, desde que somos pequeños, y habría que dar claves para digerir de otra manera lo que consumimos: la publicidad, la música, los vídeos… Por otro lado, faltan en determinados ámbitos creativos más voces de mujeres y relatos distintos.

Ayer fueron los Goya y, de nuevo, hubo poca presencia de mujeres. Había tres nominadas a mejor directora novel. Yo he visto sus tres películas y son producciones donde te muestran otras historias; donde ves la realidad de otra manera. La de Carmen y Lola es fantástica; lo mismo que Viaje al cuarto de una madre. Esta historia no podría haberla hecho un hombre; podría haberla contado, pero hubiera sido de una forma completamente distinta. Lo que nos dicen estos relatos no nos lo están contando los hombres. Son películas vistas por pocas personas, pero fundamentales. Hace falta mujeres creadoras en todas partes, y especialmente en ámbitos como este donde hay un desequilibrio absoluto. 

-Hace tiempo que escuchamos también el término de “nuevas masculinidades”. ¿Qué papel les corresponde a los hombres en este escenario que estamos vislumbrando? 
-Yo odio ese término. Parece como si ya hubiéramos llegado a donde tenemos que ir. Yo me pregunto dónde están esos “nuevos” hombres. Algunos estamos en proceso de cambio, pero no creo que hayamos llegado todavía al destino. El destino no es hablar de “nuevas” masculinidades: es acabar con la masculinidad. Llegar a un modelo de sociedad donde el concepto “masculino”, “femenino”, “hombre”, o “mujer” no sea decisivo a la hora de disfrutar derechos y oportunidades. Yo no quiero ser un hombre: quiero desprenderme de lo que significa ser hombre.

Además, con este tema me da la impresión de que, como estamos acostumbrados a tener una posición de privilegio, términos como este nos empoderan más. Y debería ser al contrario. A veces parece que queremos ocupar ese espacio reivindicativo que le corresponde a las mujeres; ese protagonismo en la lucha. Nos ponemos medallitas por cosas que tenemos que hacer porque, en realidad, debemos de hacerlas. No somos héroes, y yo lo he criticado mucho con el tema de la paternidad. Se dice: “Los nuevos padres son atentos, cuidados, cariñosos…”. Están haciendo, en todo caso, lo que tienen que hacer: es su obligación. Lo han hecho siempre las mujeres y a ellas nadie les ha puesto medallas.  

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