VALÈNCIA. En su número anual dedicado a las figuras rupturistas del cine, la publicación Deadline refiere tres iconos españoles en términos de creatividad dramática: Cervantes, Lorca y Almodóvar. El director manchego le quita hierro a la alabanza, como también a su idilio con el Festival de Cannes, donde esta noche ha presentado a concurso en la Sección Oficial su película número 22, Dolor y gloria.
Del primer titular, afirma que es “halagador, pero muy exagerado”, del segundo, que en absoluto es así.
La muestra internacional de cine más importante del mundo rechazó Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), Átame (1990) y Tacones lejanos (1991), así que en una decisión conjunta con su productor y hermano, Agustín Almodóvar, decidieron no volver a mandar nunca una película a Cannes para ser seleccionada.
“Existe la impresión de que este festival y yo hemos vivido una historia de amor desde el principio, pero Francia es el país que más tarde me adoptó y sólo empezaron a tomarme en serio después del éxito de Mujeres en EE.UU. En Italia sí fue un flechazo, desde el estreno en la Mostra de Venecia de Entre tinieblas (1983), pero aquí se resistieron. Como eran comedias disparatadas no estaban seguros de que fuera buen cine o una petardez momentánea”, ha detallado esta mañana en un encuentro con un reducido grupo de prensa española.
Ni palizas, ni recortes
Más adelante, la Croisette se rindió a la personalidad única del autor, que ya se convirtió en un pilar del festival. Con esta ya van seis ocasiones que compite por la Palma de Oro. Y en 2017 ejerció de presidente del jurado que premió a The Square, de Ruben Östlund.
Al contrario que el director sueco, que recortó en tres minutos el último cuarto del final de su película para el estreno en salas, Almodóvar reniega de editar su obra a contrarreloj para poder estar presente en Cannes. “Nunca me he dado un palizón para llegar al festival como sí hacen muchos directores, que a veces presentan su obra y luego la retocan. Ahí está Tarantino y también tenemos ejemplos españoles, pero a mí me parece horroroso”.
Su experiencia al frente del jurado le ha dado una noción de cómo será la dinámica de las nueve personas, lideradas esta vez por el mexicano Alejandro González Iñarritu, de las que depende que se alce con el galardón: “No me quiero quejar pero hay poco tiempo para ver las películas y sedimentarlas. Es anti natural y muy injusto, porque la atención y la asimilación no son las mismas. Yo hubiera pedido ver al menos la mitad de las que vi hace dos años por segunda vez, porque me parece un trabajo muy serio y afecta a muchas personas”.
Bajo su parecer, las condiciones físicas no son las mejores y ha revelado cómo el último día, en el que el jurado visionó tres filmes, recordaba estar “con los ojos abiertos, pero como Malcolm McDowell en La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971)”.
Su gran noche
Para el director cuyo apellido se ha convertido en adjetivo esta noche es la gran noche, porque su película más personal se proyecta en el Grand Palais, pero no es algo que le altere. “La prensa francesa cree que estoy loco por una Palma y, naturalmente, la aceptaré encantado de la vida si me la dan, pero ni mi cine ni mi vida van a cambiar. Sería un mal síntoma”, ha considerado.
Aún así, afirma que el próximo viernes, víspera de la revelación del palmarés y momento en el que los ganadores reciben la llamada del festival para preparar su vuelta a la alfombra roja, se pondrá “nervioso tirando a histérico”, porque revela que es una situación “muy absurda, donde no sabes si preparar el esmoquin”.
Hoy, en cambio, está relajado, porque dice con sorna que le cabe el esmoquin.