Carlos Azagra, histórico dibujante de El Jueves, rinde homenaje al mítico anarquista Buenventura Durruti en una biografía novelada que no oculta su admiración por el personaje pero sin caer en la hagiografía
VALÈNCIA.- Es evidente que José Buenaventura Durruti no es uno de los personajes más conocidos del convulso inicio del siglo XX española. De hecho, tampoco se puede decir que figure entre los más destacados. Puede que le queden pocos fieles, pero muy enteRgrados. A su favor hay que decir que pocos pueden presumir de contar con una biografía tan singular como la de Hans Magnus Enzensberger, quien le hizo justicia con El corto verano de la anarquía (ed. Angrama, 1998). Más que juzgar al personaje, el ensayista alemán se encargó de retratarlo a través de un caleidoscopio de testimonios y dejar al lector que fuera el encargado de emitir el veredicto. Igualmente interesante es Vida y muertes de Buenventura Durruti, el documental de 1999 rodado por Jean Louis Comolli, protagonizado por Els Joglars, y con guión de su biógrafo más conocido Abel Paz. Un homenaje sincero y sin coartadas para uno de los personajes más íntegros y coherentes que pisó España en el siglo XX.
Carlos Azagra, histórico dibujante de El Jueves, ni es ni pretende emular al premio Príncipe de Asturias alemán a la hora de recuperar las andanzas del anarquista por excelencia. Azagra, vinculado desde siempre a la izquierda más indomable, se ha rodeado de su colorista habitual desde hace años (la profesora Encarna Revuelta) y del guionista Juanarete para repasar la vida de Durruti, con indisimulada admiración a una persona intachable en su compromiso con los más débiles, pero sin caer en la hagiografía. No hay en Pepe Buenaventura Durruti (Ediciones GP) ningún intento de ocultar nada, ni siquiera pasajes tan escabrosos (vistos hoy) como su (lejana) vinculación con el asesinato del el cardenal de Zaragoza, Juan Soldevila y Romero, en 1923. Un crimen, por cierto, en el que no participó por estar en la cárcel.
Durruti, pistolero y libertario, murió el 20 de noviembre de 1936, en los primeros meses de la Guerra Civil en circunstancias que aún hoy son motivo de debate (¿un accidente? ¿Una bala fascistas? ¿Uno de los suyos?). Lo que no se puede negar y sobre lo que hay acuerdo es que fue un personaje incómodo, por indomable, hasta el final incluso entre los suyos. Algunos han querido ver en él una especie de alter ego anarquista de José Antonio Primo de Rivera. Un paralelismo que algunos no gustará pero que se puede establecer ya que ambos fueron hijos de tiempos violentos, pero que solo se puede admitir siempre que no se olvide que uno murió por los desheredados y otros por los aspirantes a vivir de la herencia familiar.
Nacido en 1896, Durruti los 14 años deja el colegio para comenzar a trabajar de aprendiz de mecánico en el taller de Melchor Martínez, un socialista que además de su jefe fue su mentor. A partir de ese momento, su vida fue la lucha obrera, lo que le llevó primero a la UGT y luego —tras ser expulsado por sus críticas a la moderación— fue inclinándose más a la izquierda hasta recalar en la CNT, donde siempre se sintió más cómodo. Pero hasta del sindicato anarquista llegó a hartarse al inicio de la Guerra Civil: fue miembro del Comité Central de Milicias Antifascistas, que tomó el poder en Cataluña, pero pronto se dio cuenta de que prefería la acción directa a los sillones y formó la mítica columna Durruti (probablemente más efectiva a nivel propagandístico que militar).
Pero hablar de Durruti obliga también a hacerlo de ‘Los solidarios’, el grupo que formó en 1922 junto a Juan García Oliver y Francisco Ascaso (entre otros), defensores todos de la acción directa y a cuyas andanzas lesdedicó Chicho Sánchez Ferlosio alguna de las canciones de su Romancero de Durruti, banda sonora dela película de Boadella y Comolli. “Si temblaron lo burgueses”, cantaba con su voz rasgada y no sin acierto Sánchez Ferlosio, “no fue por casualidad”.
El homenaje de Azagra es sincero, pero también valiente, y cumple con el compromiso que los autores adquieren en la introducción: un retrato “sin necesidad de adornos mitómanos”. Esta el pistolero, el atracador de bancos, el indomable, el feminista, el prófugo que iba de país en país con la ley pisándole los talones... A la narración se le puede reprochar cierta confusión en un relato pensado, probablemente, para un público que ya conoce al personaje; el resto puede perder el hilo ante la acumulación de datos sobre quien gozó de una biografía tan rica. Pero, salvo por eso, un trabajo interesante para un personaje complejo al que nadie podrá negar que puso siempre sus ideales por encima de sus ambiciones personales.
Un tipo que alcanzó una aura mítica y que, volviendo a Sánchez Ferlosio, quiso recordarle como una especie de mesías de la justicia social y que por el camino venía con las "tablas de la ley / pa' que sepan los obreros que no hay patria, Dios, ni rey”.