VALÈNCIA. Hay una canción nueva de Fangoria titulada Satanismo, arte abstracto y rock & roll. Con ella reivindican algunas de sus raíces más profundas, esas que, si nos ponemos a cavar en la tierra, llegan incluso a los tiempos de Alaska y los Pegamoides cuando Carlos Berlanga dibujaba cómics protagonizados por la villana Nylon De Kooning y el resto del grupo se emperraba en ser siniestro. Estos tres conceptos, -satanismo, arte abstracto, rock & roll-, definen la esencia creativa y vital del dúo, como también la definen triadas tipo pop, punk y gótico; o confeti, traca y megatrón. Alaska -que hoy cumple 58 años, yo los cumplí el pasado día 9- y Nacho Canut -que hizo 64 el pasado día 5: los Géminis se atraen entre sí- tienen un pacto con el diablo desde que eran pequeños. Más que uno de esos pactos en plan Fausto en los que el diablo te ofrece el éxito a cambio de tu alma, el que Fangoria firmó con el maligno consiste más en un acuerdo de apoyo mutuo. El diablo es el malo de la película bíblica, el que te dice que los placeres prohibidos hay que probarlos. Fangoria acumulan ya unas cuantas décadas llevándole la contraria a todo el mundo en un país cuya escena musical siempre tiende a la calma chicha, y al igual que Lucifer, son tozudos como ellos solos. Porque aquí solamente se puede ser como son ellos a base de obstinación. De lo contrario, Kaka de Luxe no habría dado ni tres conciertos, Alaska y los Pegamoides no habrían grabado ni un sencillo, Dinarama se habría reunido cinco veces en la década de los noventa y Alaska y Nacho no serían esa pareja adorablemente imperfecta que son hoy. Además, ¿para qué sirve una estrella del pop perfecta? Aunque rechace completamente algunas actitudes y opiniones de Morrissey, me sigo quedando con todo aquello que le convirtió y aún le convierte en único e insustituible en mi vida. Disfrutar con Morrissey no me impide reconocerle sus méritos a Pablo Iglesias, ni interfiere en mi intención de votar a partidos de izquierda, ni evita que me posicione a favor de la igualdad de género o en contra de la extrema derecha. Todos estamos en algún momento de nuestras vidas al borde de la incongruencia, del desgaste, del aburrimiento. El ser humano es así, y ser artista no te exime de ello. Pero, sobre todo, no olvidemos que quienes escuchamos, leemos y vemos lo que hacen otros también somos así.
A mediados de los noventa The Cramps sacaron una canción que se llamaba Naked girl falling down a staircase. Era un homenaje al cuadro Nude descending a starcaise pintado por Duchamp en 1912, del cual Lux Interior y Poison Ivy decían tener una reproducción colgada en su casa. Alaska y Nacho son primos espirituales de estos dos, así pues, esa reivindicación del arte abstracto como fetiche tiene más sentido del que parece. Cuando le consulto al pintor y letrista Pablo Sycet de dónde cree que proviene ese interés por la pintura abstracta, me remite a títulos de algunos de los discos de remezclas que Canut grabó -y Sycet le publicó en el sello Susurrando- bajo el seudónimo de Jet 7: Informalismo abstracto, Reconstructivismo exacto. En la letra de Satanismo, arte abstracto y rock & roll, Alaska celebra, copa de champán en mano, sus obsesiones. Ella misma -y también Nacho- se extraña de su propia extrañeza, pero una vez más, afirma que no piensa hacer nada por cambiar, encerrada en esa torre de marfil que para unos será un ejemplo de ostentación y para otros el único refugio posible en un mundo cada vez más antipático. Mi torre de marfil es mucho más humilde, pero más allá del número de referencias compartidas, para mí posee el mismo significado que la de Fangoria. En la canción no faltan las menciones al infierno ni la condena a las llamas, motivo omnipresente en sus letras y recurso literario cuya semántica se ha ampliado con el tiempo. Hoy, la temporada en el infierno equivale al tiempo que pases asomado a determinadas redes sociales. También puede serlo cuando colaboras con un periodista incendiario, o te sientas a charlar con el mismo tipo que sostiene que entrevistar a un político cuyo mensaje está cifrado en el odio y la exclusión es higiénico, pero esa ya es la parte en la que uno separa qué partes de su artista o del arte de su artista favorito le interesan y cuáles no.
El satanismo bien entendido, entonces, es un poco lo que hacen Fangoria. Alaska y Nacho fueron de los primeros en cansarse de las guitarras eléctricas y conectar los sintetizadores, instrumentos que, en muchos casos, han modernizado el concepto de rock & roll. Satanismo es también sacar un estupendo extended play cuando un sector del público considera que están de capa caída y una parte de la opinión pública los señala por haber dicho esto o no haber hecho aquello. Ambos están acostumbrados a las persecuciones y las lapidaciones.
También hubo una época en la que eran aplaudidos por no seguir determinadas corrientes y dejarlo bien claro. Nunca se comprometieron oficialmente con nada, aunque eso tampoco es del todo cierto. Fueron un grupo LGTB cuando lo LGTB era todavía un concepto social que definir. Alaska ejercía de activista antitaurina, además de ser una convencida animalista, cuando ambas cosas eran contempladas como una simple manía para gente excéntrica.
Además, creo firmemente que Alaska, con su 1,54 de estatura, con su cuerpo orgullosamente pletórico de curvas, vistiéndose y peinándose como le da la gana desde los quince años, ha ofrecido a muchas mujeres un ejemplo de cómo rebelarse contra los estereotipos de belleza que atosigan al 90% de la población femenina desde antes de que existiera el corsé. ¿Qué es el satanismo moderno? Ellos, sin duda. Una inevitable predisposición a caer en la misma tentación una y otra vez. Esa necesidad de ir a la suya, para bien y para mal. Esa capacidad para seguir tentando. Aunque a veces se quemen en la hoguera de sus propios pecados, no necesitan mucho para redimirse.