Excesiva, original, kitch, con un casting espectacular… Ryan Murphy lo ha vuelto a hacer. Habemus serie excepcional
VALÈNCIA. ¿No querían caldo?, ¡pues ahí tienen dos tazas!. No encuentro una forma más explícita de resumir mi punto de vista después de disfrutar de lo lindo de la última serie de uno de mis creadores favoritos: Ryan Murphy (Glee, American Horror Story, American Crime Story, Feud, Pose). Después de Shonda Rhimes, Murphy es el productor que ha cerrado uno de los contratos de larga duración más sonados con la plataforma Netflix por la nada desdeñable cantidad de 300 millones de dólares. Y razones no faltan.
Lo que desubica tal vez al inicio de este visionado tan cautivador, aunque a veces con cambios de tono a trompicones, aunque sin perder nunca su aurea kitch, es su título: ‘The Politician’. Acostumbrados como estamos a que un serie política la protagonicen villanos como Frank Underwood (Kevin Spacey) en House of Cards; inútiles totales como Selina Meyer (Julia Louis-Dreyfus) en Veep; o que veamos la forma de trabajar sin descanso de la clase política en la idealista ‘El ala oeste de la Casa Blanca’, resulta que cuando arranca ‘The Politician’ lo primero que desorienta es el entorno: un elitista instituto de niños pijos, no la Casa Blanca. Lo que está en juego no es la Presidencia de los Estados Unidos de América, sino la Presidencia de la Asociación de Alumnos en un microcosmos de California. Pese a no tratarse de política de primera división, sin embargo, sus personajes lo viven como una experiencia formativa que les ayudará, supuestamente, a lograrlo en un futuro (entendemos que en siguientes temporadas). Ahora son simplemente candidatos en periodo formativo de último curso de su educación secundaria, aunque la campaña presidencial se lo tomen como si estuvieran en la puerta de las rebajas de El Corte Inglés en su primer día. El lema que repiten sin cesar (cuenten el número de veces): ‘ambición’. Porque de eso se trata la política ¿O no?.
Es de alabar el sensacional trabajo de casting, que además de incluir a estrellas tan brillantes y mediáticas como Gwyneth Paltrow (en el papel de madre adoptiva del protagonista), Jessica Lange (como abuela manipuladora), o en el último capítulo a las divertidísimas Judith Light (‘Transparent’) y Bette Midler, Murphy reparte el resto de papeles importantes a actores desconocidos aunque con el condicionante de que son perfiles inclusivos, tal y como el propio Ryan Murphy lleva como bandera y lucha activamente a través de su Fundación, Half, una asociación que trata de dar oportunidades a minorías raciales, de género o cualquier otra característica que les excluye en la sociedad.
De este modo entre los personajes protagonistas destaca, por encima del resto, el principiante actor trans no binario (según su propia definición) Theo Germaine, en el papel de inteligente y fiel asesor de campaña James Sullivan, con una interpretación sobresaliente; veremos a un actor con parálisis cerebral, Ryan J. Haddad, también bordar su papel; por supuesto, poblarán diversos personajes gays, bisexuales y lesbianas, como la magnética actriz principiante Rahne Jones, en el personaje de Skye; aparecerán personajes de diferentes orígenes raciales, como el hispano, algo cortito de luces, Ricardo (Benjamin Barrett) o el haitiano Piere (Koby Kumi-Diaka); y por último conoceremos a la actriz afroamericana que además es sorda y se llama Natasha Ofili, en el papel de implacable directora del Instituto. Todo un trabajo extraordinario para remarcar que, pese a que se trata de un instituto de niños ricos y malcriados, el mundo (o Estados Unidos) no es solo blanco, heterosexual, con un Coeficiente Intelectual por encima de la media y sin discapacidades físicas o psíquicas. Ahora ya pueden aplaudir.
Todavía no les he hablado del protagonista. Se llama Payton Hobart (Ben Platt), es hijo adoptado de unos excéntricos padres millonarios y tiene dos hermanos gemelos que le odian por ser el preferido de mamá. El actor que lo protagoniza no tiene una carrera televisiva resaltable. Lo que destaca de su currículum es su talento como cantante de musicales. Gracias a estas dotes, sus creadores, tanto Ryan Murphy, como Ian Brennan y Brad Falchuk (marido de Gwyneth Paltrow), ambos viejos colaboradores de Murphy desde ‘Glee’, han podido tomarse licencias, al realizar saltos estilísticos que pasan de la comedia al drama hasta colar de repente una escena musical como en los viejos tiempos de ‘Glee’. Y menudas escenas musicales… Aunque no estén las músicas de Bruno Mars, siguen siendo de quitarse el hipo. Está claro, por tanto, por qué eligieron a Blen Platt. Por el contrario, en otros aspectos interpretativos (las escenas al uso) es cuando su protagonista roza a veces la artificialidad. Dentro de los pequeños defectos, que perdonamos gracias al resultado general, la obra peca en ocasiones de tener problemas en los cambios de género y no siempre funcionan a la perfección. Sin embargo, al final del visionado de ocho episodios uno se queda con la sensación de que ha visto una serie que ha ido de menos a más, y espera su segunda temporada, ya contratada, con gusto.
Luego está el tema más nombrado durante la serie: la ambición. Unas veces unos cree estar viendo una perversa crítica sobre conseguir lo que uno se propone sin detenerse antes nadie ni ante nada, y otras veces vemos al protagonista quebrarse porque no le encuentra sentido (no me extraña, por otra parte). Porque realmente creo, y lo sabremos en futuras temporadas, detrás de ese supuesto gran tema, el de la ambición, hay otro mucho más importante y que todavía no ha estallado: el de la apariencia frente a la verdad. Todas las personas alrededor del protagonista quieren que se convierta en Presidente de los Estados Unidos ¿Pero y él? ¿Lo hace porque realmente quiere o porque lo quieren los demás? Como espectadores conoceremos en ese sentido esa ambigüedad y duda del protagonista, supuestamente enamorado de la chica perfecta para el papel de primera dama (Alice (Julia Schlaepfer)) pero que sueña constantemente con un guapísimo tiarrón (David Corenswet como River) que además le conoce mejor que nadie.
La gran pregunta que nos queda por resolver, por tanto, de cara a la segunda temporada no parece ser la que tanto insisten que es: si de verdad esta serie trata sobre la ambición o sobre la primera salida del armario de un Presidente de los Estados Unidos, para que de una vez ser abiertamente gay no se quede únicamente dentro del universo del arte sino en cualquier ámbito. Sin fisuras. Con libertad. Con honestidad.
De forma accidental, según cuenta el propio Murphy, la serie se adelanta a la actualidad en una trama que ahora, una vez emitida, les recordará al escándalo que saltó este año sobre las dos actrices, Felicity Huffman y Lori Loughlin, que fueron pilladas por pagar sobornos para permitir a sus hijos accedieran a universidades de élite. Los creadores de la serie incluyen un caso exactamente igual en la serie, pero han asegurado que escribieron la trama antes de que saltara el escándalo. Desde luego que dieron en el blanco.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado