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LA NAVE DE LOS LOCOS / OPINIÓN

Torres más altas cayeron

Lo que está en juego no es el futuro de la monarquía: es el futuro de España. La corrupción del padre ha debilitado la posición del hijo al frente del Estado, en la mayor crisis habida desde la guerra civil. Defender hoy a Felipe VI es salvar a nuestro país de sus enemigos

23/03/2020 - 

Estudiaba segundo de Periodismo en la Universidad Complutense. Iba a clase por las tardes. A las pocas semanas del inicio de curso trabé amistad con un compañero mayor que yo. Lo recuerdo de baja estatura, bigote poblado, castaño y acento andaluz. Un día, no recuerdo por qué razón, me acompañó al colegio mayor San Juan Evangelista, donde yo vivía. En mi habitación, que en realidad era una celda por sus reducidas dimensiones, se quitó la cazadora. Entonces vi que escondía una pistola en la sobaquera. 

Era policía nacional.

Me pregunté qué hacía un policía nacional en la Facultad de Ciencias de la Información. ¿Desempeñaba una misión secreta? ETA seguía matando en Madrid y en el resto de España. 

Esa tarde me confesó algo que ahora, cuanto todo se derrumba, incluida la monarquía, me viene a la cabeza. El rey Juan Carlos I tenía debilidad por las chicas jóvenes. Me lo dijo con un mohín de desprecio. No me aclaró el alcance de esa juventud ni yo me atreví a preguntárselo. No sé si lo que me dijo era verdad o iba de farol. Ya se sabe que la policía maneja una información que los ciudadanos ignoramos. 


Estoy con Felipe VI por razones prácticas. La monarquía tiene, en estos momentos dramáticos, una tarea crucial: evitar que este país se vaya al carajo

El rey de España al que presuntamente le gustaban jovencitas ha caído en desgracia. Se lo ha ganado a pulso. Al parecer era un corrupto que tenía cuentas millonarias en el extranjero. Ese dinero procedía, presuntamente, de tiranos árabes. Son cien millones de euros, dicen. De por medio hay una rubia esbelta, de nombre Corinna, al parecer una antigua amante. Al parecer el marido de doña Sofía tuvo muchas amantes. 


El juicio temporal de la historia

La historia es caprichosa. Su juicio es temporal, casi nunca definitivo. Hay muchos hechos que desconocemos de los grandes personajes, y poco a poco salen a la luz. Siempre hay una mano piadosa que descubre los secretos. François Mitterrand, una suerte de Drácula que habitó en el Elíseo de 1981 a 1995, afirmó que hay que esperar al final de la vida de un hombre para conocer su valía. Don Juan Carlos ha perdido su honor en los últimos minutos del partido. 

Quienes lo jaleaban, en los años ochenta y noventa, como el “motor del cambio”, el artífice de la democracia española, son hoy los que lo critican y censuran sin rubor. Es una costumbre muy española la de hacer leña del árbol caído. Don Juan Carlos es ya un zombi de la historia que ha ingresado en el cementerio de aristocracias (Pareto).   

De momento nos queda su hijo, que ha repudiado al padre como hacían los patricios romanos con sus mujeres. No tenía más remedio, aunque está por ver que la renuncia a la herencia paterna y la retirada de la asignación presupuestaria a don Juan Carlos sean un cortafuegos eficaz y duradero. 

La corrupción del padre debilita la posición del hijo al frente del Estado. Los enemigos de España, conscientes de la debilidad de la Corona, han olido sangre y atacarán. Los enemigos de España son los neocomunistas de Podemos (nada que ver con los viejos comunistas decentes como Marcelino Camacho) y sus amigos los separatistas, incluidos esos fugados criminales que se mofan de la muerte de los madrileños por el coronavirus. 

Nunca seré monárquico

Nunca fui monárquico, moriré sin serlo, pero estoy con Felipe VI por razones prácticas. La monarquía tiene, en estos momentos dramáticos y excepcionales, una tarea crucial: evitar que este país con tantos años de historia se vaya al carajo. 

El rey es el muro de contención ante los enemigos de España. 

La elección es bien sencilla: hay que escoger entre una monarquía imperfecta y cojitranca o una república soviética comandada por comunistas y socialistas caballeristas. 

Yo lo tengo claro: Felipe VI es mi opción provisional. 

Tiempo habrá para un cambio de régimen, si fuera necesario, que nos condujese a una república nacional, moderada y enemiga de sectarismos, en la que todos los ciudadanos, fuesen de derechas o izquierdas, se sintieran representados. Como en Francia, Alemania e Italia. Pero esto es, de momento, una quimera. 

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