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Vacunas de AstraZeneca para el líder saharaui a las cuatro de la madrugada

5/06/2021 - 

La semana pasada, el ministerio de Sanidad lo dejaba claro: lo de AstraZeneca ha sido un "gravísimo problema de comunicación". Cuando un gobernante dice que su problema es que comunica mal, lo que en realidad quiere decir es: somos geniales y no nos hemos equivocado en nada, pero no hemos sabido comunicar a la gente lo bien que lo hacemos. Es una forma un tanto esquinada y perversa de reconocer un error sin reconocerlo.

Si se trataba sólo de un problema de comunicación, hay que decir que la cosa tiene mucho mérito, porque el Ministerio de Sanidad lleva semanas y semanas manteniendo, contra viento y marea, contra la opinión científica y el parecer de los ciudadanos, que es mejor combinar dos vacunas de marcas y principios diferentes que inocular una segunda dosis de la misma vacuna que ya se había administrado al paciente. Es un despropósito de tal calibre que ha funcionado como cabría esperar: la gente ha pasado olímpicamente de las recomendaciones del Ministerio y, desde este punto de vista, sí hemos tenido un problema de comunicación. Pero porque lo que había que comunicar era mercancía averiada y nadie estaba dispuesto a comprarla, claro.

Algo parecido ha sucedido con el espectáculo del cambio en las tarifas de la electricidad, en donde se ha vendido como una gran ventaja para el usuario la adopción de un sistema que incrementa sustancialmente el coste de la electricidad durante el día "a cambio" de tener una pequeña rebaja por las noches y los fines de semana. A partir de dicho cambio, el Gobierno ha vuelto a desplegar todas sus habilidades comunicativas para explicarnos las virtudes de poner la lavadora el fin de semana o planchar a las tres de la madrugada. Un escenario que nos acerca seductoramente a una distopía del "Gobierno más social de la historia" consistente en producir durante el día y dedicar lo que en tiempos menos luminosos la gente destinaba al descanso o al ocio (las noches, el fin de semana) a hacer la colada en sus diversas fases (lavar, tender y planchar, todo de noche o en sábado, para ahorrar).

Por supuesto, la reacción gubernamental ante las críticas ha seguido el mismo camino habitual: contrarrestar el lamentable efecto de sus medidas con lo que ellos pensarán que son hábiles estratagemas discursivas para controlar "el relato", como el comentario de la inefable vicepresidenta, Carmen Calvo, ligando planchar por la noche con el machismo: "El temazo no es cuándo se plancha y se pone la lavadora, sino quién plancha y quién pone la lavadora". El mensaje parece ser que mientras quien planche de madrugada no sea la mujer, todo está bien. El Gobierno, siempre en guardia contra el machismo.

Y un tercer "clamoroso error de comunicación", que nos permite llegar al hat-trick gubernamental en apenas un par de semanas, ha sido la operación secreta, digna de los Técnicos de Investigación Aeroterráquea, para introducir subrepticiamente en España (con una identidad falsa) en el mes de abril al líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, gravemente enfermo de coronavirus. En este caso, el fallo de comunicación consistió, al parecer, en no decírselo al reino de Marruecos, pero sin disimularlo suficientemente bien. Esto ha propiciado que los marroquíes se enterasen de su llegada a España, ofreciéndoles un pretexto para organizar una crisis diplomática bajo la que subyacía el afán marroquí por anexionarse definitivamente el Sáhara Occidental.

No se trata aquí, por supuesto, de que el Gobierno español no tenga derecho a acoger en España a Brahim Ghali, o que deba pedir disculpas a Marruecos por ello. Son lamentables las críticas de Pablo Casado vinculando esta decisión con la crisis diplomática, como si fuera responsabilidad del Gobierno español, y no de Marruecos, lanzar al mar a miles de personas para organizar un follón fronterizo. Y es, de hecho, positivo que España no olvide totalmente, como olvidó en 1975, a la población saharaui, a la que dejó totalmente a merced de Marruecos. Sin embargo, es notable la torpeza de la operación con la que se introdujo a Ghali en España, obra de la ministra de Exteriores, Arancha González Laya.

Los rumores de que habrá una crisis de gobierno en verano para recuperar impulso político se ven fomentados por errores o decisiones incomprensibles, como las anteriormente mencionadas. El Gobierno, en líneas generales, no da la sensación de que le guste hacer eso tan aburrido de gestionar cosas, y la pandemia ha sido el mejor ejemplo de ello: primero por incompetencia y luego por inacción, su gestión ha sido manifiestamente deficiente. Y que la sucesora de Salvador Illa, Carolina Darias, aún logre hacer bueno al ministro saliente (que, al menos, no montó ningún follón absurdo con las vacunas... ¡aunque sólo fuera porque apenas había vacunas durante su mandato!) en tan sólo unos pocos meses, organizando un lío monumental en el proceso de vacunación por razones que permanecen inexplicadas, es un claro indicativo de que la cosa no va a ir a mejor. Estos "problemas de comunicación", que los carga el diablo.

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