VALÈNCIA. Existe algún tipo de magnetismo atávico en el hecho de observar cómo otros dibujan. Cómplices privilegiados de un instante que imbrica cerebro, tripas y corazón, se desvelan ante nuestros ojos los movimientos del trazo, las pausas reflexivas, la contención o la energía liberada, las decisiones tomadas en fracciones de segundo.
Si echamos la vista atrás —al menos, 14.000 años— no resultará difícil trasladarnos a las cuevas de Lascaux o de Altamira para admirar, embelesados, cómo uno de los nuestros se dedica a garabatear en las paredes con un trozo de carbón, un poco de sangre o un puñado de tierra. Es posible que no entendamos bien qué hace; quizás sea un rito para que los dioses provean; quizás una expresión de júbilo ante una buena cacería; quizás, de desazón ante la insatisfacción de nuestras expectativas; incluso puede que nos parezca una excentricidad sin el mayor significado. Y, sin embargo, hay algo que nos impide retirar la mirada. Con unos ágiles gestos —de “las espontaneidades ancestrales de la mano humana”, que diría Dubuffet— se materializa ante nosotros algo muy parecido a la vida. Imaginen el silencio admirativo; la congoja muda ante el talento de los otros, únicamente rota por el crepitar del fuego que ilumina la estampa.
Han pasado años, muchos años; han pasado muchas cosas. Y, sin embargo, asistir al prodigio de la creación en directo resulta, todavía hoy, un acto de voyeurismo mágico irresistible, a medio camino entre la curiosidad y la admiración, entre el divertimento y el aprendizaje, entre la sensualidad y la excitación. Pero si por algún motivo —una pandemia mundial, un estado de alerta decretado por el gobierno o por haber adquirido ustedes el vicio de pensar en el bien común y quedarse en su casa— les resultara imposible acudir a disfrutar de los cada vez más frecuentes conciertos con dibujo en directo, a sorprenderse con la agilidad mental de los combates de ilustradores o a escudriñar los talleres de los artistas en el momento de la creación, les proponemos a continuación una serie de vídeos de ilustradores de diferentes épocas haciendo de las suyas delante de una cámara, para que puedan disfrutarla desde la comodidad de su sofá, su cama, su bañera o cualquier otro elemento del mobiliario que consideren óptimo para la vida contemplativa.
Una recopilación sin ánimo de exhaustividad con la que podrán deleitarse con autores de diferentes épocas, técnicas, intenciones y poéticas, y alguna que otra delicatessen escondida en el maremágnum del entretenimiento doméstico: desde el dibujo a línea de Saul Setinberg o Luci Gutiérrez hasta las acuarelas de Sir Quentin Blake y Brecht Evens; del uso expresivo de la mancha y el accidente de Ralph Steadman hasta las xilografías de Marijose Racalde; de las obras en técnica mixta de Elena Odriozola o Isol al carboncillo de Pablo Auladell; de los pinceles de Marcel Dzama, Raymond Pettibon o Manuel Marsol al making of de una animación de Nicolai Troshinsky.
Una pequeña parte de una suerte de colección personal que no responde a otra clasificación en el ranquin mundial de autores más que al caprichoso gusto del recopilador. Una videoteca compartida, para disfrute de expertos y profanos, de señoritos y parias de la tierra, sin distinción, como quien comparte los memes que le hacen sonreír o los relatos que le hacen sobrellevar estos extraños días sobrevenidos de mantita y sofá.
Saul Steinberg
(Râmnicu Sărat, Rumanía, 1914 - Nueva York, EE. UU., 1999)
Sir Quentin Blake
(Sidcup, Reino Unido, 1932)
Ralph Steadman
(Wallasey, Reino Unido, 1936)
Marijose Recalde
(Pamplona, España, 1964)
Elena Odriozola
(San Sebastián, España, 1967)
Pablo Auladell
(Alicante, España, 1972)
Isol
(Buenos Aires, Argentina, 1972)
Marcel Dzama
(Winnipeg, Canadá, 1974) y Raymond Pettibon (Tucson, EE. UU. 1957)
Luci Gutiérrez
(Barcelona, España, 1977)
Manuel Marsol
(Madrid, España, 1984)
Nicolai Troshinsky
(Moscú, 1985)
Brecht Evens
(Hasselt, Bélgica, 1986)