Nada que ver la noche del pasado 28 de abril con la de hace cuatro años cuando la izquierda alcanzó el poder en la Comunitat Valenciana después de 20 años y la gente salió a la calle como si de un título de Liga se tratase. La izquierda volvió a ganar pero Compromís celebró su pírrica victoria casi con lágrimas y Podemos con la sonrisa del que se ha salvado del naufragio. Solo el PSPV, tras cinco horas de tensa espera, pudo festejar, ya sin fuerzas, que habrá una segunda legislatura de Govern del Botànic.
O del Titanic, como lo rebautizó Isabel Bonig al poco de zarpar, convencida de que haría agua en cuanto rozase el primer iceberg. No fue la única agorera, los hubo hasta a bordo del barco, pero no ocurrió. Rozó, eso sí, más de un bloque de hielo, pero Puig y Oltra supieron manejar la situación para llegar a buen puerto sin problema. Solo el tsunami andaluz a última hora puso en verdadero peligro la nave, que a punto estuvo de naufragar en la orilla en una noche cuyos resultados han dado mucho que hablar. Puede que ya esté todo dicho, pero no me resisto a dejar unos apuntes.
El PP logró en 2011 más de 1,2 millones de votos y 55 escaños en Les Corts. Ocho años, después ha obtenido poco más de 500.000 votos y 19 escaños. "¡Qué hostia, qué hostia!", se oyó decir a Rita Barberá en 2015 –consolada, por cierto, por el hoy diputado electo de Vox Ignacio Gil Lázaro–, al caer a 31 diputados y sin Alcaldía, sin imaginar que la debacle podría ser mucho mayor. En las Generales la hecatombe ha sido pareja, de 186 a 66 escaños en solo ocho años, de 10,9 millones de votos a 4,4.
Echar la culpa a Abascal y Rivera o a los votantes del PP fugados a Vox y Ciudadanos es tan excesivo como aquel "el pueblo español se ha equivocado" atribuido a Alfonso Guerra en 1977, pero seguro que muchos votantes –la mayoría de barrios y urbanizaciones de alto poder adquisitivo– que han hecho ese camino sienten que se han pegado un tiro en el pie, especialmente en circunscripciones pequeñas donde la presencia de Vox iba a perjudicar al PP en beneficio del PSOE sin que el partido de extrema derecha sacara rédito alguno. Por ejemplo, en Castellón. Lo de Ceuta es de risa, solo hay un escaño para el más votado y era feudo pepero –en 2016 se lo llevó con el 51% de los votos–; ahora las tres derechas suman el 57%... pero el escaño es para el PSOE (36%).
Abascal y antes Rivera, faltaría más, tienen todo el derecho del mundo a presentarse donde quieran y los ciudadanos a votarles, así que la pregunta que se tiene que hacer Pablo Casado, y por extensión Bonig, es por qué buena parte de sus votantes habituales han optado esta vez por Vox o por Ciudadanos.
A mi juicio, la decisión en muchos casos se tomó en la recta final de la campaña –la gran cantidad de indecisos se situaba en el bloque de la derecha, entre ellos–, en la que el votante de centro derecha moderada se marchó con Rivera asustado por tanta vuelta al pasado y, sobre todo, cuando el PP sacó al ring a Cayetana Álvarez de Toledo en un último intento –fallido, ¡rechace imitaciones!– de taponar la herida por la derecha.
A Puig le salió bien lo de adelantar elecciones no tanto por el previsible aumento de votos respecto a sus dos socios del Botànic –se habría producido de todas formas el 26M–, como por la resistencia de Unides Podem, coalición que la mayoría de las encuestas situaban al borde de quedarse fuera de Les Corts.
La formación de Pablo Iglesias y Rubén Martínez Dalmau obtuvo un mal resultado allá y acá pero podría haber sido peor sin la buena actuación en los debates televisados, especialmente el de Atresmedia –9,5 millones de espectadores–, de Iglesias, contrapunto de un exagerado Rivera que, aunque muy criticado, también allí cosechó lo suyo.
Con todo, el resultado más llamativo el 28A fue el de Compromís por la diferencia de votos. Nada menos que 266.700 personas que metieron la papeleta de Compromís en el sobre rosa de las Autonómicas no consideraron útil votar lo mismo en la urna del Congreso de los Diputados. Para que luego digan que la gente no sabe lo que vota en cada urna. Tres de cada cinco de sus votantes en las Autonómicas pensaron que era más útil votar al PSOE o a Unides Podem en las Generales, dato preocupante porque donde Compromís debería ser útil de verdad para los valencianos es en el Congreso.
Joan Baldoví y Mónica Oltra insistieron durante la campaña en que no darán su voto a Sánchez si no soluciona los problemas de los valencianos –no es preciso recordarlos–, pero la mayoría de sus potenciales votantes no les creyeron. Al contrario que los del PNV, que logró un 37% más de votos que en 2016 –un diputado más– y, ¡ojo!, solo 3.000 votos menos que en las últimas autonómicas vascas; ni con Coalición Canaria, que consiguió un 75% más de votos que en 2016 y un escaño más que sumar al que tan bien ha sabido aprovechar Ana Oramas.
Quizás Baldoví, que estará solo tras haber perdido Compromís tres escaños, se acuerde en esta legislatura de que obras son amores y no buenas razones si finalmente Sánchez necesita su voto en el sudoku resultante del 28A.