VALÈNCIA. Aunque resulte difícil de creer, porque el revival de los ochenta dura ya décadas, en los años noventa la década anterior se aborrecía. Era lo puto peor. Nadie escuchaba aquella música y, por supuesto, nadie llevaba esas pintas. Ponerse cualquier cosa ochentera en 1995 era de desgraciados. Aquello estaba proscrito, muerto y enterrado. Un heavy, gente fiel donde las haya, podía rendir pleitesía a discos de esa época porque eran clásicos del género, pero en la música pop ni por casualidad remota se escuchaba nada de los años de Reagan y Gorbachov.
Como no había internet, si te interesaba la década anterior, tenías dos opciones: las cubetas de saldo de las tiendas de discos de segunda mano o la teletienda. Si no tenías dinero porque eras un estudiante, lo que hacías era quedarte de madrugada a ver los anuncios de venta de productos que hoy están en los bazares chinos por la décima parte del precio por el que se vendían por teléfono. Sin embargo, una opción para paladear algunas canciones que en ningún medio te ponían era ver el anuncio de Burning Heart, si te iba el AOR y las baladas, o el de Lo mejor de los ochenta, o algo así, no recuerdo bien el título, que si siempre recordaré es porque salían como unos siete segundos del vídeo de A-Ha, Take on me.
Me parecía alucinante el clip y el estribillo y ahí estaba, muchas noches, frente al televisor, comiendo galletas Chiquilín con chorizo y uvas, esperando a que salieran esos siete segundos. Luego lo comentabas durante horas con los amigos que tenían esta misma debilidad por los ochenta, dos de veinte mil personas en tu barrio. Hablabas de Cristal Oscuro, Tron, Atmósfera Cero, El planeta imaginario y luego se babeaba con los pequeños fragmentos del recopilatorio de Teletienda. Si alguien luego conseguía una cinta de su hermana mayor de la época, detalles como escuchar la batería eran puro deleite. Así estábamos. Así era la nostalgia.
Ahora toda expresión de cultura popular de esa década está reexplotada de mil formas diferentes -aunque falta la película Atmósfera Cero, no me había dado cuenta- y YouTube te sirve lo que quieras cuando quieras. Hemos ganado la guerra. Y la profusión de documentales en profundidad sobre fenómenos concretos de los 80 entra ya dentro del recochineo. En este contexto hay que entender el de A-ha que se ha estrenado este mes en cines españoles con el superoriginal título de A-ha: The movie, pero con casi dos horas de duración, lo cual es droga dura.
Lo primero que queda claro es que la rivalidad entre décadas es una idiotez espectacular. Todas están relacionadas entre sí y las barreras son porosas. Para empezar, porque los miembros de A-ha empezaron escuchando Uriah Heep y Queen en los 70. También eran fanáticos de Jimi Hendrix, pero no se veían capaces de igualar el talento del maestro. Esa sensación solo se la dio Lou Reed con su Velvet Underground y Joy Division. Esa forma de entender música, más expresiva que técnica, era más asequible. La puntilla se la dio Soft Cell, fue el grupo que les puso en sintonía con la modernidad.
Entretanto, hay que entender Noruega. El país escandinavo, aunque sea un lugar privilegiado económicamente, arrastra muchos complejos. Sus vecinos han sido potencias culturales, la influencia anglosajona es poderosa en él en todos los ámbitos, hasta en el fútbol, y los naturales creen que pertenecen a un lugar muy pequeño. Total, que se fueron a Londres.
¿Han visto el extraordinario documental de Locomía? Pues ahí explican muy bien la época a la que nos referimos, la de los Nuevos Románticos. Tú podrías ser quien quisieras, como si eras Pol Pot, que si por la noche te maqueabas de forma espectacular y sabías mantener el tipo en mitad de la pista, eras el dios de la discoteca. Aquello era tan genial y tan absurdo como todas las subculturas juveniles. Aquí, Morten Harket, el cantante, daba el pego. Ganó popularidad de la nada solo por su aspecto. Me encanta cuando dicen que si no tenía para tinte, se echaba pintura en el pelo, porque lo importante era dar el cante, claro que sí.
Guapos, maquillados, etc... vivieron bajo el umbral de la pobreza esperando un contrato, algo que le pasaba a uno de cada mil grupos. Les fueron rechazando, uno por uno, todos los sellos. Hasta ahora, una historia contada infinidad de veces. Warner, sin embargo, les firmó en 1983. Hay poca emoción en su historia. La primera canción de su primer disco es el éxito de su vida. El riff de Take on me habían creado a los 15 años, llevaban años tocándolo de mil maneras distintas, pero a Paul Waaktaar-Savoy no le gustaba, le recordaba a un anuncio de televisión de un zumo de frutas. La odiaban ya incluso antes de que saliera, pero al estudio y al primer single tamizado por un buen productor como era Tony Mansfield y ¡bum!
El clip de Steve Barron hizo el resto. Vendieron once millones de discos. Éxito, giras, un grupo consagrado. Todo bien. Entonces ¿dónde está el barro? Pues Paul abre el melón cuando empieza a hablar de problemas existenciales. Se le iba la mente a otro sitio, en las entrevistas no estaba donde tenía que estar. Dice: "Solo me preguntaba qué estupidez era la siguiente que iba a tener que hacer". Sin embargo, era él quien llevaba la dirección en el estudio con mano de hierro. Cuando hicieron una canción para la banda sonora de una entrega de James Bond, John Barry tenía que estar incluido como autor. Su aportación eliminó un riff, así que ellos manipularon a una orquesta de cuarenta personas para que tocase una nota diferente y el hombre les denominó "Juventudes hitlerianas".
Esa seguridad en sí mismos contrastaba con las opiniones que ya iban circulando por el sello. Les veían incómodos en su papel de estrellas del pop y anticipaban que probablemente destruirían ellos mismos todo lo que habían creado. Lo cierto es que ellos, ahora, en una especie de ataque de solemnidad absurdo, reniegan de sus vídeos, divertidos y chorras, como todo en aquella época. Dicen que no se identificaban en absoluto con esa imagen de personajes "envasados al vacío", con, para entendernos, una presentación de estrellas de la Super Pop.
Algo tenía que haber de verdad en eso, porque le giro artístico que dieron en 1990 con East of the Sun, West of the Moon fue a grupo mu maduro y mu serio. Yo desconocía esta época, pero me recuerda a conceptos como el de Pearl Jam, que lo petarían solo dos años después. Las pintas que se pusieron, como sus canciones más duras, se acercaban más a The Cult. Con esta reinvención querían volver a sus orígenes como grupo y, paradójicamente, dejar de ser un grupo para adolescentes. Lo entenderían ellos, pero mal no salió. Al menos tocaron el famoso Rock in Rio del 91 ante 200.000 personas. En otro alarde de "esto no iba conmigo", dicen que el éxito "no se trata de eso, no se trata de eso". Pues ya nos contarás qué es.
Eso es lo que intetamos averiguar en la última media hora del documental, entre escenas de ensayos contemporáneos que no van a ninguna parte. Ellos mismos reconocen que los músicos de sesión con los que trabajan acaban hartos de ellos. Eso es lo que deja ver este documental. Fundamentalmente, queda claro que no se llevan bien entre ellos, pero también, y muy importante, que individualmente no se soportan a sí mismos. De hecho, hay entrevistados que les recomiendan un psiquiatra para el grupo y otro para cada uno de ellos.
Para el último disco de la primera época, Memorial Beach, de 1993, las discusiones fueron constantes y se acabaron separando. Forrados de dinero, empezaron otros proyectos. A Magne le dio por la pintura, por ejemplo. Aparece pintando con una sierra eléctrica, vanguardias mu serias. Dice sin atisbo de vergüenza que su arte -abstracto- era una respuesta a "la maquinaria en la que se había convertido A-ha". Todo eso encaja con la obsesión por los violines y las orquestas de las que acompañan sus últimas apariciones. Una huida de haber sido un grupo superventas y teen-idols.
Personalmente, me han caído como una patada en el culo. No hay nada más difícil en la industria que dar con una tonadilla pop que venda millones. Lo fácil es intelectualizar los productos, llenarlos de coartadas artísticas, intelectuales e ideológicas. Ellos lograron lo más difícil, pero no han tenido el suficiente talento para defender ahora su legado. Más bien se avergüenzan. Muy triste, porque si nosotros también nos ponemos mu serios, podríamos quejarnos de que el mérito de su éxito fue suyo, pero muy mucho también de Tony Mansfield que puso orden ahí y un sonido contemporáneo, a la moda y listo para que lo masticase el gran público e hiciese pompas con él. Mansfield venía de haber trabajado en la etapa más pop de Damned y tenía el zeitgeist, que ahora estos atormentados tiren todo aquello a la basura pues es indecente no por ellos, sino por él.