VALÈNCIA. Aunque el primer documental musical de la historia se rodó hace casi seis décadas -se considera que el mérito le corresponde a Donn Alan Pennebaker por la película Don´t Look Back, que documentó la gira de Bob Dylan por Gran Bretaña en 1965-, el verdadero sprint evolutivo de este género se ha concentrado en los últimos veinte años. La aparición en escena de festivales especializados, primero, y de las plataformas de video bajo demanda, después, están detrás del crecimiento exponencial de la producción de documentales musicales, así como de la ampliación de la mirada hacia nuevas temáticas y formas alternativas de contar historias. Ya no solo interesan los grandes personajes y las consabidas narraciones cronológicas de ascensión, caída y resurrección. El foco se pone cada vez más a menudo en microescenas locales y movimientos musicales alejados de la órbita anglosajona, blanca y occidental. Se presta más atención a personajes “secundarios” que operan en las sombras -como productores, managers o diseñadores-, pero que son imprescindibles para comprender la gestación de un sonido o el desarrollo de una carrera artística. Hay una nueva perspectiva feminista, más sensibilidad hacia las corrientes underground, contextualizaciones socio-políticas más complejas, aproximaciones estéticas más novedosas…. Es, en suma, una industria que está muy viva.
España tiene, de hecho, mucho que ver con la creciente importancia del documental musical. En 2003, Alberto Pascual y Uri Altell arrancaron en Barcelona la primera edición del festival In-Edit, que actualmente atrae a cerca de 40.000 espectadores cada año, y llega a reunir en un solo pase a 1.300 personas. “Es una cifra muy importante, sobre todo si tenemos en cuenta lo que cuesta arrastrar al cine a la gente hoy en día”, opina Altell, con quien hablamos con motivo del 20 aniversario de este certamen.
“Empezamos de forma muy precaria porque a principios de los dosmiles había pocos documentales de música en el mercado, y los que había tenían poca distribución -recuerda Altell-. Era una industria relativamente joven, y había muchas piezas amateur”. El cofundador del In-Edit reconoce que no siempre ha sido fácil mantener a flote el festival, pero considera que la perseverancia y la distribución internacional han sido esenciales para mantenerse como una de las citas más importantes del mundo dentro de este género. Aunque su estrategia de expansión por distintas ciudades españolas no ha llegado a cuajar del todo -en València, In-Edit tuvo una presencia intermitente y con una oferta muy limitada de películas, pero lleva años sin retomarse la cita-, el proceso de internacionalización llevado hasta antes de la pandemia fue importante. El festival ha llegado a abrir subsedes en distintas ciudades de Brasil, Chile, Grecia y Países Bajos.
Programación
Del 27 de octubre al 6 de noviembre, el In-Edit celebrará su 20 aniversario con un programa de cincuenta títulos en el que encontramos clásicos del género, pero sobre todo producciones facturadas entre 2021 y 2022. Entre las internacionales, destacan obras sobre
Sinéad O’Connor, Courtney Barnett, Chumbawamba, Stockhausen, CAN, Leonard Cohen o King Crimson, entre otros. Entre los documentales nacionales hay piezas sobre la trayectoria de Coque Malla o Joaquín Sabina.
Son temáticas y personajes que, en su mayoría, todavía apuntan al pasado más o a fenómenos musicales contemporáneos, pero no necesariamente coincidentes con las corrientes más consumidas por el público de la Generación Z. Nos preguntamos por qué. “Siempre han habido muchos documentales de grandes personajes como Bowie o Dylan; ahora ya empiezan a surgir películas que se adentran en el trap y este tipo de géneros, pero lo que ocurre es que los artistas de hoy en día ya se relacionan directamente con sus fans en las redes sociales, enseñando sus vidas privadas, sus ensayos, lo que comen cada día… ya muestran su backstage de forma habitual. Y eso, claro está, penaliza un poco a la industria del documental, que tiene menos oportunidades de sorprender al espectador. A no ser, claro está, que tengas una narrativa muy singular o aportes un punto de vista muy diferente, que muestre una parte del personaje que nunca se había visto”, señala Altell.
El equipo directivo de In-Edit tiene un conocimiento muy detallado de su público. “El grueso, entre el 60 y el 70 por ciento de nuestros espectadores, tiene entre 35 y 50 años. El 10 por ciento corresponde a los que tienen entre 27 y 35 años. El resto son mayores de 50”. ¿Y los menores de 27? “Hemos analizado mucho ese segmento; hemos tratado de conseguir, por activa y por pasiva, que la edad de entrada al In-Edit sea más baja, pero nos hemos dado cuenta de que el coste por impacto es tan elevado que no vale la pena. Para conseguir un nuevo espectador de 20 años tienes que invertir cerca de 20 euros (en promoción segmentada, se entiende), cuando la entrada a una película es de 8 euros. Hace un tiempo leí un estudio sobre hábitos de lectura que decía que los niños leen hasta los 13 ó 14 años por imposición del colegio o por curiosidad, pero que muchos lo dejan cuando entran en la preadolescencia, y es al cumplir los 25 más o menos cuando algunos vuelven. Creo que al cine le pasa lo mismo”.
El comité de selección recibe anualmente cerca de 500 cintas, de las que escogen 50 ó 60. Algunas de las que no entran en la programación oficial del festival, se ofrecen en la plataforma online In-Edit TV. ¿Qué tipo de películas buscan y cuáles desestiman? ¿Cuánto peso tiene el nombre del personaje dentro de su criterio de selección? “Nuestra misión como empresa es la divulgación cultural, y esto significa que a veces descartamos documentales de grandes artistas porque tienen una intención claramente comercial. A finales de los años noventa y a principios de los dosmiles, por ejemplo, se produjeron muchos documentales promocionales. Pero eso no somos nosotros. Si proyectamos un documental de Madonna, será porque analiza a la artista desde el punto de vista de su legado como mujer en la cultura pop, pero no programaríamos una película sobre su último tour”.
Para aquellos que no pueden desplazarse a Barcelona durante esos días, existe una oferta alternativa de documentales disponibles a través de su plataforma online, In-Edit TV, cuyo catálogo consta de más de 400 títulos. “Mucha gente nos lo pedía cuando en España todavía no operaban plataformas como Netflix y Filmin estaba empezando a implantarse. La distribución de los documentales musicales era muy escasa y, si no podías venir al festival, probablemente ya no podías ver esas películas en ningún otro sitio. Lo que pasa es que el panorama ha cambiado mucho. Ahora todas las plataformas, desde Netflix a HBO o Filmin, tienen secciones específicas para este género. Y nosotros no podemos competir con ellas, de modo que In-Edit TV es un rincón para ver cosas que han pasado por el festival, pero no es donde ponemos nuestros esfuerzos. Sí que es cierto que los diez días del festival son también los días en los que tenemos más visionados en nuestra plataforma online”.
¿Volverá In-Edit a València?
Es muy habitual escuchar que València es la “ciudad de la música” y la “tierra de los festivales”, pero lo cierto es que no hemos conseguido que ningún encuentro de documentales musicales importante eche raíces en esta región, como sí existe por ejemplo en San Sebastián con el Dock of the Bay. O como el propio In-Edit, que después de celebrar pequeñas ediciones en distintos espacios de la ciudad de València, acabó desapareciendo. ¿Fue a causa de falta de público? ¿De la ausencia de aliados locales?
“Nuestra estructura y recursos económicos son finitos -razona Altell-. No es que no cuajara la experiencia de València. Es una plaza donde nos gustaría estar, pero al final exige mucho esfuerzo y tiene un riesgo de entrar en pérdidas muy alto. De modo que no nos sale a cuenta. Fíjate que ni siquiera en Madrid logramos llevar a más de 10.000 espectadores, lo que es raro debido a la densidad poblacional de la ciudad. Creo que es una ciudad donde hay mucha menos costumbre de asistir a festivales de cine que en Barcelona, que es una de las ciudades más potentes a nivel europeo en este sentido. En Madrid la gente está más acostumbrada a ver conciertos en directo, que es otra forma diferente de consumir cultura musical”.
El cambio de estrategia hacia la internacionalización sí dio mejores frutos, aunque la pandemia obligó a parar los planes de In-Edit. “No nos ha ido nada mal. En ciudades como Santiago de Chile y Río de Janeiro, el festival ha tenido una acogida enorme, con las mismas colas que se forman en Barcelona y el mismo perfil de espectadores. El caso de Brasil es especialmente paradigmático, porque es el país del mundo que más música produce, y el 84% de la música que escuchan los brasileños es local. Esto ha dado lugar en paralelo a una enorme producción de documentales, y de mucha calidad. En 2023 tenemos planes de reanudar nuestra presencia en México, aunque Argentina, Colombia y Perú están todavía por ver”.
¿Vive un buen momento el documental musical español? “Ahora hay bastante producción, pero es cierto que todavía nos encontramos bastantes películas con la historia mal trenzada, o que no han sabido separar el grano de la paja y tienen metrajes bastante más largos de lo necesario, lo que no es una buena señal. Hay demasiados documentales con estructura y encuadres parecidos, y en cuanto a las temáticas, hay algunas, como la Movida, por ejemplo, que no paran de dar vueltas de forma circular al mismo asunto desde el mismo punto de vista”.
Selección de documentales del XX aniversario
Can and Me (Michaek P. Aust, 2022). Retrato íntimo y poético de Irmin Schmidt, fundador del grupo de krautrock alemán Can, fundado a finales de los 60.
Sinéad O’Connor: Nothing Compares (Kathryn Ferguson, 2022). La historia de la cantante irlandesa. Una mirada desde el presente a su infancia traumática y su eclosión artística a finales de los 80. La prueba viviente de cómo una estrella del pop fue desterrada de la industria musical por no pasar por el aro y atreverse a pronunciarse contra el machismo, el aborto, el racismo, la homofobia y la pederastia en el seno de la Iglesia Católica.
Miúcha, The Voice of Bossa Nova (Liliane Mutti, Daniel Zarvos, 2022). Producción brasileña sobre la historia silenciada de la bossa nova. Reconstruye la vida de la cantante Miúcha, que trabajó, a menudo a la sombra, de artistas como Vinicius de Moraes o Joao Gilberto.
Omara (Hugo Pérez, 2021). Coincidiendo con el mítico álbum Buena Vista Social Club, se rodó este homenaje a la cantante de son y boleros Omara Portuondo, una de las grandes impulsoras de la música afrocubana.
La danza de Los Mirlos (Álvaro Luque, 2022). Cinta peruana que nos lleva de viaje al corazón psicodélico de América Latina de la mano de Jorge Rodríguez, el líder de una de las bandas más reconocidas de la cumbia amazónica: Los Mirlos.
Hallellujah: Leonard Cohen, a Journey, a Song (Daniel Geller, Dayna Goldfine, 2021). Repaso a la biografía del artista canadiense. Sudor, fracaso, amor, deseo, éxtasis, sufrimiento, búsqueda espiritual. Y como una canción despreciada en los despachos devino poco menos que en un himno universal.
This is National Wake (Mirissa Neff, 2022). La bella y trágica historia del grupo de punk rock que desafió al régimen del apartheid en Sudáfrica. National Wake era un grupo multirracial que lo arriesgó todo cuando la ley prohibía que blancos y negros tocaran o vivieran juntos.