VALÈNCIA. Es curiosa la batería, es un instrumento que si lo aprendes a tocar mínimamente no te abandona nunca. Te pasas el resto de tu vida tocándola con las llaves, con los bolis, con los dedos, sobre cualquier superficie, en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia. Se te queda dentro y no sale. Por no mencionar el doble bombo, una vez que has intentado hacerlo bien, vendrá a llevarte la parca de viejo y estarás haciéndolo mientras esperas.
Al contrario de lo que pueda parecer, la batería es barata. No te hace falta un doble bombo para aprender a tocarla. Ni siquiera son necesarias las baquetas, yo me las saqué de dos perchas. Las usaba con cojines. No hace falta más, lo más difícil está en tu cuerpo. El primer día que te sientes frente a una batería puedes haber aprendido ya a tocarla perfectamente con cualquier trasto.
Eso cuenta también Nicko McBrain, batería de Iron Maiden, en el documental Cuestión de ritmo (Count on me) que está disponible en Netflix. El venazo le vino tras ver a Joe Morello, batería de jazz, actuar en televisión. Después, se lo montó él solo con trastos que tenía en casa, cuchillos y sartenes fundamentalmente.
También es divertido cuando le toca el turno a Rat Scabies, batería de Damned, el más auténtico y original grupo del punk inglés. Por supuesto, dice que dios le llamó por el camino del punk porque no se veía en un grupo que hiciera solos de batería o solos de flauta. Pero a la hora de explicar por qué escogió ese instrumento, también reniega de los guitarristas. Dice que les veía ahí, como diciendo “saco cada nota de lo más profundo de mi alma”. Y entraban ganas de decirles irónicamente: “oh, voy a llorar”. Por el contrario, la batería respondía a impulsos muy diferentes y primarios: meter caña.
En el inicio del documental explican que esa caña, el ritmo, lo fue todo con la llegada del rock. El gran Clem Burke (que en una ocasión patrocinó un proyecto para investigar los beneficios que tenía para la salud mental tocar la batería) cuenta la primera vez que vio a los Beatles era como si fuesen extraterrestres. Lo mismo, de forma predecible, se dice de Rolling Stones. Lo llamativo, aunque no debería serlo en un documental sobre baterías, es que digan que los Stones eran Charlie Watts, que lo demás estaba bien, que había buenas guitarras, pero que ese grupo sin esa batería no tendría sentido.
A continuación, Topper Headon, de los Clash, y Stewart Copeland, de Police, cuentan cómo fueron asumiendo los nuevos ritmos negros que iban conquistando las calles. Headon tampoco está en el momento más humilde de su vida. Comenta que la forma en la que él iba impregnándose de todo lo nuevo fue lo que dio a los Clash la personalidad tan ecléctica de la que hicieron gala. Suena más sincero cuando dice que su labor consistía fundamentalmente en servir de referencia a sus compañeros de por dónde iba una canción porque se perdían siempre.
Desgraciadamente, no salen luego unos Gene Hoglan o un Hellhammer para explicar lo que supuso para ellos la última vuelta de tuerca en el arte de la percusión que fue el metal extremo. Hay entrevistados que hablan de la extenuación que sienten al tocar, porque la percusión es un ejercicio físico con movimientos repetitivos, se cargan los músculos y las articulaciones, y si la canción es un huracán, lo que hacían grupos como Death, Deicide, Mayhem o Immortal, entra dentro de un trance, parece algo propio de una tribu exótica.
Desgraciadamente, el documental es bastante superficial. Queda para la anécdota saber qué marcó a los baterías más famosos de la historia, como cuando Nick Mason elogia a Ginger Baker, al que considera un instrumento solista sobre el escenario, como a Ringo Star, que considera que estaba apartado del foco central. Una opinión contraria a todos los que le anteceden, que generalmente suelen ser músicos con más sensibilidad pop que los autores de Ummagumma.
Otro aspecto singular es que haya gente, como Samantha Maloney de Eagles of death metal y Hole, quedara marcada de adolescente por la batería que daba vueltas de Tommy Lee, de Mötley Crüe. El vídeo al que se refiere es el de la canción Wild Side. En mi caso, recuerdo ver ese clip con estupefacción. Si bien la canción no estaba mal, todo el punto callejero se iba por el desagüe cuando salía el batería dando vueltas sobre sí mismo en una atracción de feria bochornosa. Es lo que tiene el sentido del espectáculo estadounidense, que aquí, de primeras, cuesta tragarlo por gualdrapas.
Graciosamente, Tommy Lee ha seguido creando artilugios de este tipo para sus giras contemporáneas. Ahora, en lugar de dar vueltas, tiene una especie de montaña rusa, la Crüecifly, y salió hace años que iba a emprender acciones legales contra el rapero Travis Scott por plagiarle el artilugio. Se supone que estos tinglados hicieran que Maloney se decidiera, de joven, por tocar la batería. Lo cierto es que hace esas declaraciones después de haber hecho una gira con ellos en 2002.
Aunque el documental es liviano, entra en el detalle nada desdeñable de que los baterías son uno de los primeros colectivos artísticos amenazados por la automatización. La llegada de las cajas de ritmos les convirtió, de repente, en algo prescindible. Quizá de ahí todas esas exhibiciones como las de Mötley Crüe en torno al instrumento. Pese a todo, yo creo que solo hay una verdad inmutable sobre estos músicos. La dijo Buddy Rich como enseñanza y lema para los baterías de todo el mundo: “Si crees que eres la peste, seguramente tengas razón”.