CASTELLÓ. Nunca antes se había planteado escribir literatura juvenil. Simplemente pasó: en mitad de la pandemia, mientras sus alumnos leían en voz alta lo que él escribía casi por entregas, Ángel Gil Cheza fue dando forma, sin saberlo, a una trilogía. Surferránea es una historia de verano, ambientada en Burriana, con primeros amores, secretos familiares y ese fondo de misterio que tanto le gusta al autor.
Ahora que la literatura juvenil vive un momento de expansión, con sus propias formas de leer y compartir por las redes, resulta curioso que en este caso el proceso haya sido casi inverso: el autor de Otoño lejos del nido no se propuso atrapar a lectores jóvenes, fueron ellos quienes lo arrastraron. El primer libro, Nunca amanece en la isla de los Alacranes, ya está en librerías. Y el 7 de mayo llegarán las dos entregas finales: Alguien silba en la niebla y Nadie lee la misma carta dos veces.
Conversamos con Gil Cheza sobre cómo vive este auge lector desde el aula y como autor, qué implica escribir para adolescentes y qué retos le ha traído moverse en un registro nuevo.
-Siempre habías escrito desde una voz adulta. ¿Qué te motivó a lanzarte a escribir para un lector más joven?
-Todo empezó por la necesidad de escribir para seguir el curso con mis alumnos cuando comenzó la pandemia. Estaba en el instituto Bovalar de Castelló y, como todos, tuvimos que seguir las clases desde casa. El primer párrafo de la novela en realidad era un texto que había escrito, un año antes, para un examen mientras trabajaba en el Jaume I de Burriana. Por eso la historia se ubica allí.
Durante el confinamiento retomé ese texto y empecé a escribir el primer capítulo. Se lo envié a mis alumnos junto con unas actividades asociadas de la asignatura. Luego el siguiente, y así uno por semana hasta tener los primeros nueve capítulos. Pero cuando llegó el verano lo dejamos.
Al curso siguiente propuse leer los capítulos a los alumnos de mi nuevo centro, el Ximén d’Urrea de Alcora, y retomé la escritura, a razón de un capítulo por semana. Los leíamos en voz alta en clase y hacíamos actividades asociadas. Al finalizar el curso, la novela estaba completa. Parece que les gustó y me pidieron una segunda parte. Como pude quedarme en el centro, repetimos el proceso: treinta capítulos en treinta semanas lectivas. La tercera novela nació igual, al año siguiente, con treinta y tres capítulos porque ese curso tuvo treinta y tres semanas.
Un día, los alumnos me preguntaron si podrían comprar las novelas en papel, que les gustaría tenerlas en casa, regalarlas. Entonces lo propuse a mi agente, y comenzamos el camino para intentar publicarlas.
-Entonces, ¿te guiaste más por lo que observabas en tus alumnos o por lo que recuerdas de tu propia adolescencia?
-Las novelas beben mucho del cine de los años 80: hay aventura, un poco de amor, algo de thriller y misterio. Pero sobre todo están atravesadas por el surf y el skate, que son elementos clave en los que se enmarca la historia. Eso, junto con el paisaje mediterráneo y nuestra cultura de vida, las vinculan muy directamente a nuestro territorio. Es sobre esa superficie donde se construye toda la trama. Además, la historia transcurre en verano, como ya sugiere el título.
Tenía mis propias referencias, claro, pero fue un privilegio escribir viendo el impacto directo en las caras de los alumnos. Las emociones eran evidentes: se reían, había tensión, aplaudían, o lo celebraban cuando pasaba algo importante. También en los momentos más cargados de amor se notaba que la historia les llegaba, les despertaba interés por leer. Todo eso se apreciaba en sus rostros. Y, sin darte cuenta, eso te ha de influir mientras escribes.
La dificultad añadida era que escribía un capítulo por semana, y lo que se leía ya quedaba así, era inamovible. Cuando escribes una novela de forma convencional, siempre puedes volver atrás, revisar, cambiar. Aquí no podía hacerlo. No podía sacar nada de la chistera ni eliminar nada. Eso lo hacía más difícil, pero también fue un ejercicio divertido como escritor. Pero sí, ver cómo reaccionaban o empatizaban con los personajes me ayudaba mucho: si uno funcionaba, lo hacía crecer. A veces escribía algo que pensaba que pasaría desapercibido y era justo lo que más les gustaba. O al revés. Ese feedback tan directo me sorprendía y me enseñaba. Fue una experiencia única. Y todo se potenciaba para ellos al leerlo en grupo: era como ir al cine con amigos. Se creaba una complicidad, una emoción colectiva.
-¿Qué crees que buscan los adolescentes de hoy cuando abren un libro?
-Es complicado saberlo. Supongo que lo mismo que cualquiera cuando se enfrenta a una historia de ficción: que les despierte interés. A partir de ahí, es difícil encontrar una fórmula.
Pero creo que al escribir seguimos nuestro propio instinto, o al menos así me pasa a mí. Yo escribo lo que me gustaría leer. Siempre encontrarás a alguien que va por el mismo camino que tú, al que le interesa el mismo tipo de historia, con el mismo ritmo, los mismos puntos de interés. Hay un trabajo del escritor que es inconsciente, fruto de leer, trabajar y revisar mucho. En este caso, revisar no era posible, pero sí había una cierta relectura, sobre todo en la segunda y la tercera novelas, para poder situarme y dar continuidad y coherencia.
-La trilogía tiene una línea de misterio que recuerda a tus obras anteriores. ¿Qué te atrae tanto del suspense como género?
-Creo que todo viene de esa influencia de los 80, donde en las historias había mucho misterio, secretos, tesoros, intriga… Aún así, creo que el suspense no lo es todo; es importante oxigenar las tramas. Incluso en la narrativa para adultos, aunque haya líneas principales duras, siempre intento introducir subtramas que alivien esa tensión, como la romántica, por ejemplo. Incluso a veces, la historia que quieres contar no es la más evidente, sino la que oxigena. Es como construir un puzle: las piezas se van encajando. Esa es una de las partes que más disfrutamos los escritores. Y desde luego, todos disfrutamos con muchas ficciones cargadas de misterio y suspense. Eso de buscar pistas nos funciona muy bien como seres humanos, porque tenemos esa inquietud natural de querer saber, de descubrir.

-¿Qué feedback has recibido con la primera parte de la trilogía?
-El feedback de los jóvenes ya había sido bueno, tanto de mis alumnos como de otros adolescentes hijos de amigos o conocidos. Eso también nos empujó a quererlas publicar. Pero ahora me encuentro con que la gente que me ha seguido desde que escribía canciones y luego cuando empecé a escribir novelas para público general, reconoce una especie de sello, una manera de narrar que intento mantener también cuando escribo para jóvenes. Es como cuando cantaba con mi guitarra a los quince años: me gustaba esforzarme para que aquello tuviera interés, para que conectara. Aunque los libros están publicados como juveniles, me estoy encontrando con que mucho de mi público adulto los está leyendo, sabiendo que son para jóvenes, y aun así se meten en el juego, cosa que me ha sorprendido gratamente. Extraen lo que les interesa. Al final, si intentas contar una historia con honestidad y ritmo, puede llegar a cualquier lector, sea de la edad que sea.
-Al escribir para adolescentes, ¿has sentido pues que podías permitirte un lenguaje más libre, más imaginativo?
-Bueno, el lenguaje, la forma de narrar sigue mi estilo, pero evidentemente hay ciertos cambios. Aunque la asignatura era de castellano, intentaba que el vocabulario fuera comprensible para ellos, así que lo adaptaba un poco, pero también aprovechando para acercarlos ya a un vocabulario más complejo. También las tramas evolucionaban. A medida que pasábamos de Surferránea I a la II y la III, las historias se volvían más complejas. Los propios alumnos crecían con las novelas, con los protagonistas, y por eso incrementaba el vocabulario, la dificultad de las tramas, los personajes… Todo avanzaba para que ellos siguieran sintiendo que podían empatizar, que el lenguaje todavía les hablaba directamente.
-¿Te ha sorprendido algo de ti mismo en el proceso de escribir estos libros?
-La verdad es que he disfrutado mucho, y creo que así debe ser. El escritor es el primer lector. Igual que hay lectores adultos míos que están jugando a entrar en la lectura juvenil, yo también he entrado como autor en ese territorio, y eso me ha llevado de nuevo a aquellas historias de los años 80. Quizá muchos de los que nos dedicamos a esto por pasión lo hacemos porque, en su momento, se encendió una bombillita dentro de nosotros. Para poder transmitir algo, primero tienes que sentirlo.
-En los últimos años ha surgido todo un fenómeno lector entre adolescentes: booktubers, diarios de lectura, recomendaciones virales en TikTok… ¿Cómo lo ves tú desde dentro del aula o como autor?
-Los adolescentes leen bastante más de lo que solemos pensar. Hay jóvenes que sienten una auténtica pasión por la lectura, y es difícil que eso desaparezca. Es verdad que tanto adultos como jóvenes lo tenemos muy fácil para no leer: es más sencillo caer en una serie o una película. Y aunque también hay que defender la cultura audiovisual, la pregunta es: ¿qué hacemos con la lectura?
Sí que hay un boom lector, hay mucho público joven leyendo, y yo creo que la clave con el alumnado es facilitarles el acceso y dejar que elijan lo que quieren leer. Es cierto que hay que leer de todo, también a los clásicos, pero la afición por la lectura nace de forma muy personal: cada uno tiene su recorrido, y necesita encontrar ese libro que lo enganche, que lo apasione, que lo lleve a buscar otro. Como docentes y como familias, nuestro papel es intentar que ese camino sea más fácil. Incentivar la lectura y ofrecerles herramientas para que tracen su propio recorrido como lectores.
-Después de esta trilogía, ¿te ves escribiendo más literatura juvenil o era solo una incursión puntual?
-Pues creo que ahora me tomaré un descanso de la literatura juvenil. Me apetece volver a escribir para adultos, con temas y tramas dirigidas a ese público general. Pero la puerta no está cerrada. No descarto que en algún momento pueda haber una continuación de la serie Surferránea.
En cualquier caso, no puedo dejar de escribir. Es mi hobby y lo que me hace feliz en mi tiempo libre, entre otras cosas. Ahora el cuerpo me pide algo más orientado a los adultos. También me atraen otros formatos, como el audiovisual. Me gusta cambiar, adaptarme a lo que me pide el momento. Al final se trata de disfrutar escribiendo, como en cualquier otra disciplina.
-¿Y tú, como lector… qué novelas te marcaron en tu adolescencia?
-Hay muchas, pero obviamente la serie de Los Cinco, de Enid Blyton, fue fundamental. Los cómics, en casa leíamos mucho cómic. También el cine fue un referente imprescindible en esa etapa; consumíamos muchísimo. Todo ese universo de tesoros, piratas, pandillas... está muy presente en Surferránea.
Los adolescentes de todas las épocas comparten inquietudes parecidas. El amor, la amistad y la aventura son temas que se repiten en todas las novelas, y con los que el público joven, y no tan joven, siempre se identifica.