Series y televisión

EL CABECICUBO DE DOCUS, SERIES Y TV

'La empresa de sillas': Vergüenza ajena sobre oficinistas para paladares exquisitos

HBO intenta distinguirse de la oferta actual con humor sofisticado y surrealista

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VALÈNCIA. Dicen los papeles que HBO, en su lucha a la desesperada, batiéndose en retirada, derrotada por las grandes bestias del streaming, intenta con La empresa de sillas (The Chair company) convertir al cómico Tim Robinson en su nuevo Larry David. La estrategia considera que el autor de I think you should leave, una serie de humor a base de sketches, cuenta con un público muy fiel y que su contenido es fácilmente viralizable y convertible en meme. 

De alguna manera, HBO busca nichos de público fiel. Lo que antes era la obsesión por la televisión “de calidad” ahora es más al revés, una obsesión de la televisión por un público “de calidad”. Los pajaritos disparando a las escopetas. 

Con estas premisas, acudí a La empresa de sillas. No requería mucho esfuerzo, son capítulos de media hora y de humor. No cuesta trabajo ponerse con ella porque no hay tramas estiradas como chicles que avanzan de cuatro en cuatro episodios para un público que, paradójicamente, si le das una película de cuatro horas se corta las venas. 

En mi caso, al principio el humor de Robinson me hizo recelar un poco. Me parecía en la línea de eso que llaman post-humor, el género donde la risa ya no está en giros de guión, gags o chistes concretos, sino en la acumulación de incomodidad o vergüenza ajena. No subestimo ese recurso, ni mucho menos, que en España tuvo un gran exponente con los chanantes, pero sí que es dado a una irritable gratuidad, a la ocurrencia aleatoria y la estupidez satisfecha. 

Pero como tenía insomnio y la madrugada era larga, al final fui zampándome los capítulos uno detrás de otro sin interrupción y tengo que admitir que disfruté bastante. Hasta el punto de molestarme que el último episodio acabara de forma abrupta citando al espectador para una segunda temporada que ya está en desarrollo. 

La serie trata de un padre de familia de clase media estadounidense. Tienen casoplón, dos hijos y le acaban de ascender. Va a tener que diseñar el nuevo centro comercial de la localidad en la que residen. De forma muy absurda e incoherente, este personaje tiene un percance con una silla y, a la hora de poner una queja al fabricante, entra en un enredo de sospechas, webs misteriosas y servicios de atención al cliente extraños, que le llevan a investigar una conspiración a gran escala. 

El argumento detectivesco tira de genuinas tonterías, pero hace que vayan apareciendo secundarios a cada cual más grotesco que introducen a este hombre, sensato y formal, en unos bajos fondos esperpénticos. Aquí los clichés y las caricaturas son muy reconocibles, con buscavidas a los que se humaniza al máximo, dándoles sensibilidad y sentimientos, como un contraste imposible. 

Por otro lado, el protagonista ha sido ascendido a jefe en una empresa de gestión de centros comerciales. El ambiente de trabajo también refleja una sátira brutal al entorno del oficinista y sus miserias. En este caso, los estereotipos tienen un enfoque un tanto bully, pues los subordinados con los que no es capaz de lidiar el jefe son mujeres obesas o ancianos. Hay cierta mofa a las personas más vulnerables con las que el espectador potencial, urbanita culto más bien joven, no se ve identificado. Valga como prueba que aparecen los obligatorios chistes de yacht rock sin los que ya no se puede ni anunciar detergente.  

Para reforzar esta sensación, la producción utilizó un atrezzo procedente en su conjunto de tiendas de segunda mano. La inmensa mayoría de los personajes van tristemente vestidos, con ropa pasada de moda, arrugada deliberadamente, zapatos gastados… Es algo de lo que, de hecho, está presumiendo la diseñadora de vestuario de la serie, Nicky Smith

No obstante, en todo este viaje hay varias lecturas que emanan del desarrollo íntimo del protagonista. Refleja los estragos que causan en su orgullo las múltiples humillaciones que sufre. El pánico a quedar en ridículo ante unos trabajadores que no son especialmente agraciados, el drama de no proveer, la pesadilla de no ser considerado apto después de haber sido ascendido, una obsesión por compensar todo lo anterior tratando siempre, a toda costa, de llevar razón y, en definitiva, todas las fuentes de ansiedad procedentes de la cultura estadounidense del trabajo. 

Luego hay un interesante efecto hilarante que va multiplicándose. Cada giro de guión es más disparatado que el anterior y toda la trama va acentuando las exageraciones y el crecimiento de lo surrealista es exponencial. Creo que el riesgo de la serie de convertirse en una genuina patochada es muy alto pero tengo que admitir que no lo es, que merece la pena. 


Podríamos tomar como ejemplo El Gran Lebowski. La película de los hermanos Coen estaba llena de hallazgos, pero era todavía más divertida si se recordaba El largo adiós o sobre todo Harper, investigador privado, la película de Paul Newman, que era un detective agotado de todo y perdido en la babilónica Los Ángeles de los años 60. La peripecia del Nota es una parodia de ese género en ese contexto, una verdadera genialidad, y La empresa de sillas viene a ser lo mismo sobre el género de hombre sencillo que, tras un suceso trivial, ve más allá y descubre una amenaza en el sistema. 

Con todo, lo mejor de la serie son los secundarios. No siga leyendo si no quiere que se lo destripe, pero hay una historia maravillosa, es la del hombre que recibe la donación de un corazón de un fallecido trágicamente en un accidente, y que luego le invitan a la boda de la hija del finado para que “haya una parte de su padre presente”, situación que este aprovecha para entrarle a la madre y, luego, en una situación mejor, a la propia hija, haciéndoles chantaje emocional con que es lo que queda de su padre. Por solo ese pequeño relato insertado en la retahíla de locuras ya merece la pena tragarse toda la primera temporada. 

Si busca algo distinto en la monocorde y sobresaturada televisión actual, esto lo es. 

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