Tenemos nuevo President de la Generalitat, Juan Francisco Pérez Llorca. Un político poco destacado del PP, que ha llegado a su actual puesto por un arduo proceso de selección negativa: sólo podía escogerse entre los diputados del PP, grupo parlamentario en el que ya se encargó Carlos Mazón de que no hubiera gente que pudiera hacerle sombra a su liderazgo; y donde, además, quienes sí podían (María José Catalá) habrían implicado un relevo mucho más difícil, por la necesidad imperiosa de pactar con Vox y por la obligación de cubrir su baja en el ayuntamiento de Valencia.
Está claro que hacerlo peor que su antecesor parece enormemente improbable. Y esa es, de hecho, la principal baza de Pérez Llorca. Que, por mal que lo haga, no lo hará tan mal como lo hizo Mazón. Y, de hecho, tiene una hoja de ruta clara: tener empatía con las víctimas, mostrar un mínimo carácter dialogante, intentar que luzca algo la reconstrucción del desastre de la Dana y -naturalmente y como ya hiciera Mazón- atender a las apetencias de Vox, socio indispensable.
Pérez Llorca llega como "presidente por accidente", como consecuencia de la pésima gestión de la Dana del 29-O (en todos los aspectos: antes, durante y después) por parte de Mazón. Llega por miedo a perder la Generalitat si se convocaban elecciones, y porque no hay nadie más. Con esos mimbres, su papel, en principio, es el de usufructuar lo mejor posible este año y medio que queda de legislatura y después dejarle el testigo a su sucesor(a).
Esto es lo que dice la hoja de ruta: sin embargo, desde mi punto de vista es muy probable que Pérez Llorca sea el candidato del PP a la presidencia de la Generalitat en las próximas elecciones. Hay muchos motivos para defender que esto sea así, pero el principal es el principio rector de la política española (y no sólo española): una vez alguien ocupa el sillón, no sólo hará todo lo posible para seguir ocupándolo, sino que se verá ayudado en ese afán por múltiples elementos contingentes: la gente que depende de él en el partido, las inercias que aconsejan mantener lo que ya hay y no cambiar, las expectativas de voto...
En este último aspecto, la gestión de expectativas, hay tres escenarios que benefician a Pérez Llorca: que las cosas vayan muy mal para el PP con él, que vayan muy bien, o que su presencia sea indiferente. Si las cosas van muy mal y se ve venir que la Generalitat Valenciana se va a perder para el PP, que la izquierda sumará 50 diputados en Las Cortes y recuperará el poder cuatro años después, nadie querrá inmolarse en esa derrota, y será Pérez Llorca el "elegido" para asumir la debacle. Así, quien le sustituya tras la derrota lo hará sin verse mancillado por dicha derrota y podrá intentar dejar atrás la penosa gestión de la Dana, que ya se habría llevado por delante a dos presidentes del PP y habría provocado el vuelco electoral en sólo una legislatura.
Si las cosas van muy bien, con mayor motivo se mantendrá Pérez Llorca. Si, con él, es evidente que el PP puede preservar la Generalitat, ¿para qué cambiar al capitán de un barco que va rumbo a la victoria? Eso no lo hace nadie. Si con Pérez Llorca se calman los ánimos, el PP mantiene o recupera posiciones, y la inoperancia de la izquierda hace el resto, este hombre que llegó por accidente podrá convertirse en líder providencial de la derecha valenciana.
También sucederá eso si, sencillamente, el PP no encuentra un beneficio claro en sustituir a Pérez Llorca por otra persona. Si va a perder o va a ganar igualmente con otros, para eso se quedará con quien tiene en ese momento en el sillón. Únicamente si la Generalitat para el PP peligra por la presencia de Pérez Llorca en el cartel y podría salvarse sustituyéndole por otro/a, sólo en esa tesitura, podríamos encontrarnos con un cambio de cartel electoral que implique quitar a quien es, desde ahora, el President vigente.
En resumen: hay candidato para 2027, y será Juan Francisco Pérez Llorca. Porque está ahí. Y si logra revalidar su mandato en 2027 -lo que supondría revalidar el mandato para el PP a pesar del desastre de la Dana y los 229 fallecidos-, esta vez legitimado directamente por las urnas, quién sabe cuánto tiempo podría durar. Y si no le ven aspecto de líder, eso es porque no han echado un vistazo a los dos principales líderes políticos que tenemos actualmente en España: el primero, Pedro Sánchez, lleva siete años y medio en el Gobierno español, pero antes de eso obtuvo, dos veces seguidas, el peor resultado de la historia de su partido (90 y 85 diputados), y después fue defenestrado de mala manera por sus propios dirigentes. Y cuando volvió resurgiendo de sus cenizas, recuerden que lo hizo nada más y nada menos que con José Luis Ábalos como su mano derecha. La segunda, Isabel Díaz Ayuso, fue candidata del PP en la Comunidad de Madrid también por accidente, por un capricho de su gran amigo Pablo Casado. Perdió las elecciones contra el PSOE, sumó milagrosamente con Ciudadanos, partido que, en el éxtasis de pagafantismo que vivió Albert Rivera en mayo de 2019, decidió regalarle al PP la presidencia de varias comunidades autónomas y... hasta hoy.