Opinión

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BITÁCORA DE UN MUNDO REINVENTADO

La enciclopedia nazi

Publicado: 28/11/2025 ·06:00
Actualizado: 28/11/2025 · 06:00
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Le da no sé qué contárselo porque su tutora pensará mal de él. Es un quinceañero que no da pie con bola en la ESO y está yendo al orientador, pero se entiende mejor con su profe de filosofía. Ella le anima a hablar, le dice que la corrección política y la tutoría son dos universos remotos y no necesitan contagiarse. Pero la profe va a pensar mal de él. Y eso. Es como que no lo tiene que decir, pero no le parece mal lo de una sola raza. ¿Una sola raza? Ella intenta que no le cambie la cara, ayudar a este chaval desesperado a que llegue al fondo de su idea. Es tu propia reflexión, le anima, no te preocupes, acuérdate de que os pido que penséis por vosotros mismos. La profe apela a Kant aunque duda de que este chaval soñoliento y solitario captara gran cosa cuando dieron al filósofo. Sapere audet, le dice. Sé libre. Di. 

Ella sabe que se ha puesto un poco maligna, pero necesita que este chico llegue hasta el final. Necesita confirmar que hay uno más que ha caído, alargar el inventario de radicales que elabora hace tiempo en su aula. No es el primero. Durante años, y cada vez más, los alumnos le despliegan el argumentario del fascismo como si fuera la gran cosa. Algo nuevo. La profe debería estar acostumbrada, pero no puede. Cada vez que oye estas cosas el estómago se le hace un nudo. Sabe disimularlo tan bien que el chaval sube la barbilla y la mira por fin. Le va a contar su feliz hallazgo: una sola raza. Parece su nueva medicina, piensa ella, lo único que le queda contra el desaliento de crecer en una familia donde nadie escucha y en un mundo en el que él no cabe. El chaval se frota los puños y luego se alisa los vaqueros para tirarse a la piscina, no es la primera vez que sube a hablar con esta profesora cansada que parece maja. Tiene el mismo gesto en la cara que su madre cuando terminan los domingos, los puentes, las vacaciones: un punto de hartazgo y otro de ternura. Solo que esta profesora confía en él. Le deja contar sus cosas y apenas le corta. No juzga. No dice tú lo que tiene que hacer. En vez de mandarle cosas, procesa y calla. No conoce a ningún mayor como ella. Ni siquiera la psicóloga que le ha buscado su padre es así, porque le pone deberes. El chico ha buscado a alguien que no tenga prisa por que acabe de hablar para irse a otra parte. Mirar el móvil. Hacer la compra, el tupper para la abuela, la declaración de la renta; este chico pasa muchas horas solo a pesar de estar rodeado de gente. 

Una raza única, dispara por fin, ¿por qué no? Varias generaciones atrás en su familia son valencianos. A ver, aclara el chico, se entiende que si su familia fuese marroquí y viviera en España, como que no molaría tanto la idea. Esta es la única objeción que pone. Hace una pausa y la profe entra. Una raza única, si te he entendido bien, ¿sí? Y la siguiente pregunta sería quizá: ¿cuál elegimos? El chico está demasiado incómodo y ni siquiera tiene muy pensada la cosa, así que pronto se desliza hacia el relato de la última trifulca que ha tenido en clase de mates (que ha terminado en expulsión de una semana).

Cada vez son más los adolescentes y jóvenes seducidos por la extrema derecha. Este caso me lo cuenta una amiga que imparte filosofía en un cole concertado, pero podría ser cualquiera. Ni siquiera es un chico de familia desestructurada, me apunta. Su padre le costea una clínica muy cara hace más de un año, pero su desesperación está lejos de aliviarse. Le habla sin ambages del magnetismo que siente por el Führer. No sabe pronunciarlo, pero tiene una enciclopedia nazi en casa y le ha dado por buscar esa palabra después de que el insomnio doliera demasiado. ¿Enciclopedia nazi? Mi amiga intentó que lo aclarase y acabó imaginando algún tipo de ladrillo sobre historia de la guerra mundial. Su madre había entrado hecha una energúmena en la habitación porque eran las tantas de la madrugada y había recibido un whatsapp de su propio hijo desde el cuarto de al lado. Si tú estás mal, yo peor. Y ni los cortes en el antebrazo traían alivio. No se los enseñó a su madre, pero se le olvidaron leyendo sobre  el Führer y el nazismo. La profe de historia lo había contado en clase y él se había puesto a tomar apuntes como no hacía en meses. Le enseñó a su tutora con jactancia un par de hojas resumen: la crisis del 29, el fascismo italiano, español, alemán. La anécdota de uno al que mataron por escuchar una emisora prohibida. Eso no le mola tanto, a él no le gusta que se metan con lo que escucha. Pero no le impide pensar que una sola raza, ¿por qué no? Quizá no estaría mal. Los emigrantes han venido aquí a quitarles a todos el trabajo. Lo dicen en casa y en todas partes.

El último CIS (octubre 25) revela que casi el 20% de los jóvenes creen positiva la dictadura que no vivieron. Se barrunta que el fracaso a la hora de enseñar el franquismo en las aulas ha tenido gran culpa, pero basta con mirar hacia Alemania para entender que el fenómeno es global. No obedece a una sola causa. Los alemanes llevan 70 años impartiendo educación democrática y aversión a los horrores de Hitler a sus escolares. Los hacen visitar cada curso un centro o monumento a la memoria. Imprimen la culpa como cortafuegos, ¿ha servido para frenar el ascenso de la ultraderecha?

En esta ecuación juegan muchos factores y yo querría limitarme a hablar de la desesperación, que es uno de ellos. Uno de los más potentes, porque es una emoción y, contra las emociones, poco sirven los datos y los argumentos. Hay una generación entera (la llamada Z) que vive un presente comprimido, sin horizonte. Crecen en la idea de que no tendrán una casa ni un trabajo que no sea precario. Los llamados incels ya ni siquiera se ven capaces de una relación romántica o sexual, nadie que les ame tal como son. La consecuencia de vivir entre crisis y crisis parece ser esta. También están ahí los datos del fracaso escolar en nuestro país y del acceso a las universidades: nuestro nivel de abandono escolar temprano es de los más altos de la Unión Europea. Además, afecta más a chicos (15,8%) que a chicas (10%). Asimismo, las encuestas van sacando a la luz que la juventud española, mayormente ellos, entrega su apoyo a Vox (un 40 % de jóvenes entre 18 y 34 años, con cifras crecientes también entre chicas según el CIS y 40dB). 

Hay quien hace una lectura de los datos que no querría perder de vista: los chavales sienten que están perdiendo privilegios. Pero, mientras ellas aún soportan la brecha salarial, hincan los codos y escalan, colonizan la universidad y los mejores salarios, ¿qué hacen sus compañeros? Parece que todo menos autocrítica. Con menos acceso a estudios superiores, deberían acariciar la idea de ser buenos amos de casa, ¿amos de casa? Es más tentador lanzar el dardo contra el feminismo y denunciar que les va a robar el aura de poder que vieron en sus padres y abuelos. Que el movimiento woke ha ido demasiado lejos. Y vuelve con fuerza la misoginia en la que nadaron sus antecesores. El linaje infinito del desprecio, que ya dura dos milenios. 

Es triste que se cumplan 50 años de la muerte de Franco con este panorama. Que el Tribunal Superior de Madrid autorice una manifestación de Falange con setecientas personas gritando ¡tiro en la nuca! O que haya políticos que, desde un partido legal y mayoritario, digan que no les dejan hablar. Ayuso, por ejemplo, que se ríe del concepto mismo de censura delante de miles de oyentes y con un altavoz en la mano grita: ¡no nos dejan hablar! Pero puede soltar que el Jefe del Estado es un mafioso y a continuación irse a casa, no al lugar donde la llevarían en tiempos de Franco (¿volvería viva?). Todo esto se llama frivolizar sobre lo que significa dictadura. Manipular a chavales vulnerables. Facilitar que anhelen una autocracia sin saber cómo se vive eso en la propia piel. Confundirles y, al fin y al cabo, instrumentalizar su terrible desesperación. Su sensación de que el futuro es una amenaza y no una promesa.

El único antídoto que creo que funciona es la pedagogía. Sé que no hay atajos aquí y la cuestión es urgente, pero no conozco otra forma de atender la desesperación si no es con más ternura. Entender que esa manosfera no ha surgido del odio, sino del vacío y la desprotección. Chavales que han perdido el propósito y la comunidad, que soportan un sentimiento de soledad ectópico, porque no toca sentirse solo a esas edades. Deben aprender a tener vínculos profundos, menos vergüenza de pedir ayuda, mayor convicción de que la vulnerabilidad no es un pecado, es lo que somos. Estos chicos, que parecen vivir entre un mundo que se clausuró y otro que aún no se ha abierto, piden que le demos una pensada a lo que sienten. Claro que en los tiempos de dictadura había cosas que se han perdido, explicaría yo, valores que ahora están en crisis y prometían abrigo, calma y seguridad. Pero si eso fue así, fue a pesar de la dictadura y no por ella.  

Deberíamos dar con la forma de que fueran por donde nosotras ya pasamos: el afecto, la validación, la empatía. De lo contrario, seguirán soñando con una forma de autoridad fuerte. Porque, a veces, un líder como una roca se presenta como la única calma posible en estos tiempos líquidos. Piden un mundo esquemático. Monocolor. Con una raza única, ¿van a ser ellos quienes la elijan?

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