VALÈNCIA. En cuanto empieza a hablar, te llevas una sorpresa. Cristina McKnight parece de Campanar, de donde sale de pasar una revisión, y no una joven atleta de 26 años que lleva 21 al otro lado del Atlántico. Pero en cuanto empieza a hablar de algunas ciudades de Estados Unidos, descubres que hay formas de pronunciar Boston y Denver que jamás habías imaginado. Cristina vive ahora en Boulder (Colorado), una pequeña ciudad a 1.600 metros de altitud donde se concentran grandes fondistas y corredores de montaña, un lugar idílico donde ya se preparó en su día Frank Shorter para ser campeón olímpico de maratón en 1972.
Cristina bajó el lunes de las alturas para volar durante diez horas de Denver a Frankfurt, donde hizo escala para coger un avión hacia Madrid. Ya en España, ella y su madre, Ana del Amo, que es española, se fueron a ver a la abuela Margarita. Porque los orígenes de Cristina McKnight del Amo están en Madrid, donde su abuelo trabajó de taxista para poder darle unos estudios a su hija, que no desaprovechó la oportunidad y se convirtió en ingeniera. Aquella joven matemática llegó a trabajar en la base de Torrejón de Ardoz con el armamento del F18, un caza del ejército. Esta madrileña coincidió allí con un soldado e ingeniero californiano, Jerry McKnight, se enamoraron, se casaron en Madrid y tuvieron a Cristina.
A los cinco años de nacer su hija en Madrid se mudaron a Estados Unidos. Primero a New Hampshire, cerca de Boston, y más tarde a Michigan, donde creció la niña, que estudió Estadística en la universidad de Michigan State (MSU). Durante sus años en la high school y en la MSU jugó al fútbol y al baloncesto, pero un día, en el invierno de 2017, cayó una gran nevada, cerraron los gimnasios y Cristina no encontró otra manera de de hacer deporte que salir a correr. Le encantó y así fue como a los 21 años se hizo corredora.
A los dos meses le animaron a participar en un medio maratón. Ella no lo tenía claro. Nunca había pasado de los diez kilómetros. Pero tanto insistieron que al final se encontró con el dorsal en la salida de aquella gélida carrera en pleno mes de febrero en Michigan. No le fue mal. El nivel era muy bajo y Cristina McKnight entró en segunda posición. “No me lo esperaba. Porque, de hecho, fui despacio y entré en 1h36. Pero yo solo corría diez kilómetros. Ese día mis padres me animaron a buscar un entrenador para prepararme mejor”, cuenta Cristina en un bar de Campanar mientras se sube y se baja la mascarilla para darle sorbos a un cortado que rodea con sus pequeñas manos.
A los seis meses, en otro medio maratón, ya corrió en 1h20. Al siguiente, 1h18. Aquello empezaba a ponerse serio y Cristina buscó un equipo para entrenar con otros compañeros, hacer series en la pista y trabajar la fuerza en el gimnasio. En 2019, su club, el Greenville Track Club Elite, la espoleó para que preparara un maratón y a final de año, en diciembre, debutó en el California International Marathon, llegando a la meta de Sacramento en 2h40:40. Ese resultado le permitió participar en los Trials para los Juegos Olímpicos, que se celebraron en Atlanta solo ochenta días después, y McKnight, en una carrera más dura, hizo una marca de 2h40:29 (puesto 49).
Al verse entre las mejores cincuenta maratonianas de Estados Unidos, la atleta nacida en Madrid pensó en qué más podía mejorar para seguir evolucionando, y empezó a darle vueltas a la posibilidad de luchar por ir a unos Juegos Olímpicos con España, que parecía más asequible -en los Trials, por ejemplo, hubo ocho corredoras por debajo de 2h30, mientras que en España, este año, solo lo ha logrado la valenciana Laura Méndez-.
Entonces fue cuando se traslado a Boulder para integrarse en el Roots Running Project, donde entrena con Richey Hansen. Hace un par de meses coincidió allí con la española Carmela Cardama -la atleta que ganó el 10.000 de la NCAA- y ella le aconsejó que contactara con el equipo de Cárnicas Serrano, donde la recibieron con los brazos abiertos y han conseguido federarla y que corra el domingo en el Maratón de Valencia Trinidad Alfonso EDP con la camiseta de Serrano, además de ponerle dos liebres sobresalientes -un veterano como Nacho Cáceres y Nacho Giménez- para que intente correr en 2h35.
Aunque Valencia, en realidad, es una estación de paso en el gran objetivo de esta corredora de 26 años: correr la Copa de Europa de maratón el próximo verano -España puede presentar un equipo de tres a seis atletas- y por eso intentará hacer la mínima (2h32) en un maratón en primavera. Para esta cita ha llegado a hacer 160 kilómetros semanales y ocho tiradas de 35 kilómetros, un dato sorprendente, como que su entrenador no deje a sus atletas que entrenen con las zapatillas con espuma y placa de carbono. “Quiere que acabemos con las piernas cansadas y que sea una ventaja el día de la carrera”, apunta.
En su grupo están atletas como Frank Lara, que hizo 1h01 en el Medio Maratón de Valencia en octubre -tiene 27:43 en 10.000-, o Maggie Montoya -15:25 en 5.000, 32:06 en 10.000 y 1h10:06 en medio maratón-. Sus compañeros se sorprenden de que lleve solo cinco años corriendo y que ya sea capaz de tener esta progresión.
Hace tres años acabó la carrera y ahora trabaja desde casa en asuntos de ‘big data’. Después del maratón volverá a Estados Unidos y en unas semanas emprenderá el camino de vuelta con sus padres para visitar a la familia de Madrid y Galicia, como cada Navidad. Y nada más bajar del avión, como el martes, se irá directa a por un bocadillo de jamón.