Delia Derbyshire, Laurie Spiegel, Suzanne Ciani, Éliane Radigue o Laurie Spiegel son algunas de las compositoras e ingenieras que forzaron los límites del concepto de música que se tenía en su época
VALÈNCIA. “¿Cómo se exorciza el canon misógino de la música clásica? Con dos osciladores, un tocadiscos y un delay de cinta”. Este es uno de los tiros con onda que lanzaba en la década de los setenta la compositora y pensadora norteamericana Pauline Oliveiros (1932 - 2016). Ella -mujer, feminista, creadora del revolucionario concepto de deep listening y una de las pocas lesbianas que se atrevió a salir del armario en la década de los cincuenta- forma parte de una importante ristra de músicas pioneras que contribuyó a forjar el “sonido del futuro” cuando la música electrónica todavía no se tomaba demasiado en serio.
El decreto de silencio que se impuso a estas innovadoras en la historiografía musical lleva años quebrándose con la publicación de artículos, libros y documentales que ponen las cosas en su sitio. La edición de 2021 del festival In-Edit permitió ver en España el documental Sisters with Transistors de la directora Lisa Rovner. Esta película -que puede alquilarse en la plataforma Vimeo- está narrada con la voz de la artista norteamericana Laurie Anderson y tiene el aliciente de reunir material de archivo muy interesante y entrevistas recientes a algunas de las protagonistas.
Lejos de ser “invitadas de excepción” en el devenir de la música electrónica, mujeres como Delia Derbyshire, Laurie Spiegel, Suzanne Ciani, Éliane Radigue, Wendy Carlos, Laurie Spiegel o Ursula Bogner fueron la fuerza motriz de la vanguardia musical. A pesar, y eso es lo triste, de que fueron ignoradas y saboteadas en muchas ocasiones. Es el caso de Clara Rockmore (1911-1998), una niña prodigio del violín que llevó la interpretación del theremin a un nivel de complejidad inédito. Hasta que llegó ella, este fascinante instrumento se asociaba únicamente a la creación de melodías sencillas. Tal era el dominio de Rockmore, que el propio profesor Leon Theremin trató de minusvalorar el virtuosismo de su aventajada alumna. Ella, que defendía que el aire no se podía tocar “a martillazos”, sino con “alas de mariposa”, fue la que consiguió popularizar verdaderamente este instrumento.
La italoamericana Suzanne Ciani (1948), maestra del sintetizador Buchla y especializada durante años en la creación de jingles y bandas sonoras para videojuegos y anuncios comerciales -es la autora del famoso sonido de la lata de Coca-Cola-, encontró muchos problemas para encontrar financiación a sus proyectos de investigación. Su empresa sin ánimo de lucro Electronic Center of New Music, cuyo objetivo era la promoción de nuevas tecnologías musicales, quebró porque los inversores no confiaban en una mujer.
Cuando Éliane Radigue (París, 1932) entró a trabajar de asistenta en el Studio d’Essai de Pierre Shaeffer, creador de la música concreta, la compositora francesa tuvo que escuchar comentarios como “¡Qué bien que esté aquí Éliane, así el estudio olerá bien!”. Más que su higiene personal, sus contribuciones musicales fueron de gran alcance. Una de ellas fue el descubrimiento de las inmensas posibilidades creativas del feedback, efecto obtenido de la retroalimentación entre un micrófono y un altavoz. Un camino de investigación que la alejó de la música concreta y la acercó a los sintetizadores modulares y a la vanguardia neoyorquina de los setenta, por donde andaban también John Cage y Steve Reich.
Es también conocido que seis años antes de que Bob Moog creara su primer sintetizador, una mujer británica de 32 años, Daphne Oram (1925-1957), había creado ya su Oramics, un artilugio revolucionario que utilizaba tecnologías de escaneo óptico para leer e interpretar formas de onda dibujadas a mano y traducirlas en música. Oram fue además la primera mujer de la historia en dirigir un estudio de música electrónica, el influyente Taller Radiofónico de la BBC.
Cuando los futuristas italianos hablaron a principios del siglo XX de la necesidad de capturar el sonido del nuevo mundo electrificado -los experimentos de Luigi Russolo con sus intonarumori datan de 1910-, se inició un idilio con las nuevas tecnologías que amplió radicalmente el concepto de la palabra “música”. A diferencia de la música tradicional, en la electrónica el proceso resulta más importante que la interpretación, y las texturas, los timbres y los colores son más importantes que las notas musicales, las melodías y las armonías. No fue un “cambio de chip” fácil para el público ni para la industria.
De repente, matemáticos e ingenieros entraron en la ecuación. Y utilizamos el masculino porque, debido al sesgo de género en la ciencia, se suponía que esos eran campos en los que las mujeres no tenían mucho que decir. Sin embargo, ahí estaba la dulce Delia Derbyshire (1937 – 2001), un portento de las matemáticas, la composición musical y el librepensamiento. Esta británica, cuya fascinación por el sonido procedía de las sirenas antiaéreas que escuchaba cuando era una niña en plena Segunda Guerra Mundial, también encontró su casa en el Taller Radiofónico de la BBC. Fue otra de las grandes compositoras de música concreta; capturaba el sonido de objetos reales -el tañido de una campana de metal, por ejemplo-, y los transformaba para cortarlos y pegarlos formando bucles y buscando sincronizaciones con sentido musical. Una de sus contribuciones más conocidas al mundo de las bandas sonoras fue la serie televisiva de ciencia-ficción Doctor Who. Unos años antes, en 1956, Bebe Barron (1925 – 2008) había pasado a la historia, junto a su marido Louis, como la autora de la primera banda sonora completamente electrónica de la historia del cine, la de la película Planeta Prohibido.
En Sisters with Transistors se habla también del legado de otras mujeres como Wendy Carlos (Rhode Island, 1939), que se atrevió por primera vez a trasladar las partituras de grandes compositores como Bach al lenguaje electrónico; Laurie Spiegel (Chicago, 1945), que dio un paso fundamental al crear un software de ordenador con el que se podía componer música, o Maryanne Amacher (1938 – 2009), investigadora del MIT especializada en sonidos urbanos y conocida sobre todo por su trabajo con los fenómenos psicoacústicos y la distorsión auditiva, en los que no solo se tiene en cuenta el sonido que emite el objeto, sino también el que produce la propia corporeidad del oyente. Las implicaciones que han tenido este tipo de hallazgos no solo en la música experimental, sino en la propia evolución del rock y el pop es evidente.
Para seguir de cerca tanto el papel de las pioneras españolas como el de las mujeres más destacadas del panorama experimental nacional, es interesante acercarse a proyectos como el festival multidisciplinar She Makes Noise, comisariado por Natalia Piñuel, dj, fundadora de la plataforma Playtime Audiovisuales y autora del libro Ellas hacen ruido (2014).
Destacan así figuras como la granadina María José González -más conocida como Ani Zinc o Neo Zelanda-, miembro del grupo Diseño Corbusier y creadora en los años ochenta del que se considera que es el primer proyecto experimental formado únicamente por una mujer en España. Su trabajo se centraba en las grabaciones de voz, los sonidos de radio y la manipulación de cintas. También trabajaron en la misma década artistas como Io Casino, creadora visual y sonora desde finales de los años ochenta o la canaria Carmen Hernández.
Acercándonos más a nuestros días, algunas de las mujeres más citadas en el campo experimental son Marta Sáinz, Eli Gras o Agnès Pe, entre muchas otras. También ellas son eslabones de esa cadena de innovaciones lideradas por mujeres que se retrotrae a los años treinta del siglo pasado.
El artista Adrián Lurbe llega con un EP con correspondencias con la banda Golpes Bajos. Se podrá escuchar a partir del 4 de junio