No olvidaron nunca aquella tarde del 20 de octubre cuando los deficientes muros de la presa de Tous reventaron. La violenta avenida arrasó la Ribera Alta y la Ribera Baixa. Desde una cercana loma de Gavarda se hizo de noche mientras la furia del agua destruía viviendas y campos. Nunca olvidaron aquella noche el rugir del agua. Eran los sonidos de la catástrofe. Aquellas mujeres y hombres mayores de Gavarda detuvieron su vida en las laderas de las pequeñas montañas. Era 1982, sin telefonía móvil, sin internet, sin luz eléctrica, incomunicados y siguiendo las trágicas horas por la radio. La gente mayor nunca pensó que el agua arruinaría tanto a un pueblo gratamente abrazado por el Xúquer y la Séquia Reial. Mi abuela contaba historias de los desbordamientos del maléfico río, el devastador, que alguna veces hacía saltar el intenso caudal sobre el puente de hierro o inundaba la trilladora, y también contaba que la presa “algún día nos dará un disgusto, que no está bien construida”.
No olvidaron nunca aquella tarde del 20 de octubre de 1982 cuando los deficientes muros de la presa de Tous reventaron. La violencia del agua arrasó la Ribera Alta y la Ribera Baixa
Pero, esa noche de octubre sucedió lo más terrible. Al día siguiente el paisaje era dantesco. Las casas, el campo, la huerta, los naranjos… todo fue engullido. Aún se escucha el rugir del agua, aún se huele aquel apestoso barro que sigue pegado a la piel de los habitantes de las dos comarcas. Devastación y muerte. Más de treinta personas perdieron la vida. Hoy, cuando una gota fría anuncia su llegada, todavía sienten el miedo y un escalofrío porque, en noches como aquella, miles de personas perdieron el futuro más cercano. Tras la fachada gris de argamasa no quedaba nada de aquella casa familiar. El patio era una masa confusa y enredada de objetos, coronada por aquel viejo televisor que se cubría de plásticos de colores para escapar del blanco y negro. Parte de la andana, aquel refugio adolescente y espacio donde dormían las algarrobas, estaba hundida sobre las ya inexistentes plantas de una mujer mayor que adoraba sus flores y colores. El maltrecho limonero sobrevivió a la virulencia del agua y hoy sigue ofreciendo sus numerosos frutos como recuerdo de aquellas vidas que se fueron sin irse, que se trasladaron a un pueblo nuevo tras pasar largos años habitando barracones, tras sufrir penosas depresiones, soledades, y esperando desesperadamente la llegada de las subvenciones, las ayudas para el campo y la construcción de sus nuevas casas. Entre las fotografías y objetos manchados del barro perenne se siente la vida de un pueblo que se rompió, que tuvo que renacer para seguir adelante y volver a mirar el cielo.
La Vega Baja, Murcia, Albacete, han sufrido el mismo miedo, dolor, desesperanza. Es una catástrofe con precedentes pero con una furia desconocida. La primera gran gota fría de la temporada ha sido angustiosa
La Vega Baja, Murcia, Albacete, han sufrido el mismo miedo, el dolor, la desesperanza. Es una catástrofe con precedentes pero con una furia desconocida. La primera gran gota fría de la temporada ha sido angustiosa. Más de 400 litros de agua por metro cuadrado en unas horas. Fenómenos climatológicos tradicionales en esta parte del Mediterráneo, pero cada vez más intensos y devastadores. Seis muertos, miles de personas desalojadas de sus casas, pueblos inundados, miles de hectáreas agrícolas asoladas. Y centenares de profesionales dedicados a proteger a las personas, instituciones públicas unidas y entregadas, además de voluntarios y organizaciones solidarias que siguen cooperando en las zonas afectadas. La Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA) ha incomunicado a numerosos municipios, destruido carreteras y vías del ferrocarril. Ha sido en la Vega Baja, pero podría ser, de nuevo, en cualquier otra comarca del territorio.
La virulencia del agua no solo es una consecuencia climatológica. Hace años que los expertos avisan sobre la nefasta planificación urbanística, la urbanización invasiva de ramblas y barrancos, la desertización, la tierra quemada de los montes sin árboles que no retienen el agua, la falta de limpieza de los cauces. Hace años que se conocen estos obstáculos y circunstancias, pero no se solucionan. Y, además, el calentamiento global que está afectando gravemente a la salud atmosférica va a provocar una mayor intensidad en cualquier suceso meteorológico. La comunidad científica viene advirtiendo que estos fenómenos extremos serán más frecuentes y torrenciales. La temperatura del mar sigue subiendo y estas situaciones están van a seguir aumentando al ritmo del cambio climático provocado por la actividad humana. Si los gobiernos no hacen nada, el clima puede transformar la forma de vida mediterránea. Declarar la emergencia climática debe llegar acompañada de medidas contundentes para luchar contra la destrucción del planeta.
Declarar la emergencia climática debe llegar acompañada de medidas contundentes para luchar contra la destrucción del planeta
Hoy será un día más de tristeza e impotencia. La ira del agua se ha sumado a las incertidumbres e inseguridades, y reconstruir las zonas devastadas es una prolongada tarea que augura meses para la desmoralización. Dar respuesta a las necesidades ciudadanas es el máximo de la política y de la gestión institucional. En estos momentos se respira demasiada desconfianza, desencanto, cansancio y enfado. La falta de acuerdo de los partidos políticos está paralizando medidas económicas y sociales, asfixiando a colectivos ciudadanos y a las comunidades autónomas, afectando a las ayudas sociales, a las inversiones en servicios públicos e infraestructuras, a las empresas, a las víctimas de la violencia machista y a otros colectivos vulnerables. La situación no puede seguir suspendida. En poco tiempo estaremos otra vez inmersos en una campaña electoral, en el calendario oficial, porque la carrera política hacia las elecciones comenzó antes del verano. Un proceso febril e impaciente que estamos viviendo como testigos, sin ser invitados al espectáculo.