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La encrucijada / OPINIÓN

El acuerdo sobre la reforma laboral, contrapunto a la política low cost

4/01/2022 - 

Tras un extenso periodo de negociación, el gobierno, la patronal y los sindicatos mayoritarios han llegado a un acuerdo sobre la reforma laboral. Es una buena noticia porque pone fin a la disconformidad con que se cerró la reforma de 2012 (ampliada en 2013), severamente contestada por las organizaciones sindicales. En aquel tiempo, un medio de comunicación reflejó la disparidad existente al revelar que el entonces presidente de la CEOE, Joan Rosell, a las puertas del lugar donde se iba a suscribir el texto concertado con el gobierno, tuvo que frenar las manifestaciones de satisfacción de sus compañeros, advirtiéndoles de que la alegría se les notaba demasiado. Ocho años después conocimos que la ministra de Trabajo en aquellos tiempos y hasta junio de 2018, Fátima Báñez, pasaba a ocupar la presidencia de la Fundación CEOE, formando parte, en su condición de tal, del personal directivo de la gran patronal española. De este modo, quien aconsejara encomendarse a la Virgen del Rocío para salvar la terrible crisis nacida en 2008, halló que las puertas giratorias también son una vía de acceso a otro tipo de milagros.

Curiosas coincidencias al margen, lo cierto es que el pacto ahora acordado añade un nuevo eslabón a los escasos escenarios de encuentro que han existido en la escena pública española. Su consecución permite disputar algo de territorio al pesimismo generado por la acumulación de fracasos negociadores, tanto en la órbita social como en la política. Una tradición que contrasta con lo apreciado en países que, como Alemania o los enmarcados en la geografía nórdica, han hecho del diálogo, la negociación y el acuerdo una filosofía permanente de convivencia. Es ese el justificante básico del pacto: someter la discrepancia a una ruta de razón constructiva para que las tensiones se transformen en energías colaborativas; las mismas que permiten, una vez dejadas atrás las fricciones de la negociación, trabajar en común para la consecución de los muchos objetivos que convienen a la creación de empleo y la elevación social de los trabajadores, la competitividad económica y los pilares de la productividad, el fortalecimiento empresarial ante la globalización, la digitalización y la transición energética. Metas que son más posibles cuanto más estrechamente se articule la colaboración entre gobiernos, empresas y sindicatos; cuanta más inteligencia se convoque para diseñar visiones compartidas.

Por el contrario, del Pirineos abajo, lo que suena es una melodía muy distinta. Si en otros sitios lo que se pretende es afinar la interpretación de melodías y crear nuevas composiciones cuya calidad supere a las ya existentes, lo que medra en España es el sonido chirriante de la negación. Mientras el ciudadano avanza en la vida gracias a que acota coincidencias y traza convergencias en sus relaciones con los demás, en el espacio de las discusiones y decisiones públicas se instala una atmósfera de fenómenos extremos, siempre con el no como consecuencia final de su capacidad productiva. Imaginemos el pandemónium que se crearía si cada uno de nosotros, en sus relaciones familiares, amistosas y laborales, instalase la contradicción como norma permanente de interacción. Por fortuna no sucede así y es ese choque entre las distintas formas de entender la vida en sociedad el que rebaja, paso a paso y sin apenas interrupciones, la confianza social en la política low cost y sus actores.

Tal hecho, por mucho que se reitere en las encuestas, apenas parece mellar la conciencia de quienes se han abonado a un estilo despreciativo, insultante, falaz, manipulador e irritante. Un estilo en el que lo buscado con mayor entusiasmo es la frase rimbombante, la descalificación tronante, la anécdota que puede disfrazarse de teoría y el dato desnudo elevado a categoría concluyente. Sus protagonistas se alimentan de los argumentarios cocidos por terceros que son irresponsables ante la ciudadanía; arguyen conocimientos que no superarían el filtro del bachillerato; se muestran ignorantes de políticas concretas y contrastadas que miran de frente los objetivos que anidan en las aspiraciones de la gente e inflaman de esperanza justificada a los jóvenes.

El acuerdo laboral, ahora alcanzado, combate esa política low-cost. Lo mismo ocurre con el estilo de diálogo social implantado en la Comunitat Valenciana, que ha dado lugar a la contemplación de un mismo rumbo general y a la especificación de diferentes destinos sectoriales y transversales. Quizás no se ha alcanzado a entender, por su normalidad y lógica ausencia de estridencia, la importancia de esa forma de hacer las cosas que concita la acumulación de un talento cuya finalidad, en lugar de ser destructiva, se adhiere a la positividad. Un método de trabajo que, más allá de la coexistencia o de la collevanza orteguiana, apunta a la convivencia, al vivir en común. Un método, por otra parte, necesario: por la época que nos ha correspondido vivir, abierta al resto del mundo y, por ello, a sus ventajas y riesgos; por la posición, tanto económica como científica y tecnológica que ocupa la Comunitat Valenciana en la sociedad europea; por el lugar que le ha correspondido a la Comunitat en España y los déficits y divergencias acumulados hasta el momento; por la preocupación ante la erosión de la democracia en España a causa de influencias externas y de mutaciones internas. También en este terreno el estilo valenciano de hacer las cosas tiene algo que enseñar y demostrar más allá de las fronteras de la Comunitat. Sin complejos.

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