El actor y dramaturgo español Rafael Álvarez, más conocido como El Brujo, trae al Teatro Olympia el próximo 19 de junio la historia tras la meditación en Autobiografía de un Yogui, una obra plagada de humor y reflexiones sobre la calma, la destrucción y la manera de pronunciar un largo ‘hummm’ frente a ambas
VALÈNCIA. El cómico, actor, dramaturgo y director Rafael Álvarez, conocido como El Brujo, es también un yogui. No se explica como, pero le da tiempo a encajar el yoga en su rutina diaria. Por si fuera poco, de este fanatismo surge una obra de teatro. Este próximo 19 de junio sube a las tablas del Teatro Olympia su obra Autobiografía de un Yogui, una historia que lleva representando más de seis años y de la cual siempre aprende algo nuevo. En una llamada de teléfono -antes de un ensayo- explica a Culturplaza lo siguiente: “De la obra sacamos siempre algo nuevo, conecta con la necesidad de calma en el mundo moderno, con la idea de combatir el estrés y con la necesidad de encontrar respuestas a desafíos modernos”, y por eso no pasa de moda, “nos deja sin palabras y emociona a quienes la ven, ayuda a reinterpretar las situaciones del día a día”, como si de una sesión de meditación en sí misma se tratara.
La obra Autobiografía de un Yogui es la relectura de un best seller con ese mismo título, escrito por Paramahansa Yogananda allá por el año 1946. Considerado como uno de los 100 libros más importantes del siglo XX ha sido traducido ya a más de cincuenta idiomas. Ahora cuenta además con la relectura española, en la que El Brujo comulga conflictos y religiones a través del humor: “Al final lo que hacemos es casarlo todo con la cultura de ahora, en Occidente tenemos una necesidad de calma enorme pero no tantos recursos. La vida competitiva y la tecnología llevan al estrés, y el yoga ayuda a la salud psíquica”, explica el mentor, “la intención de la obra es también ver como se ve todo desde Occidente”. De esta forma en su representación “pone a hacer yoga” a autores del Siglo de Oro tales como San Juan de la Cruz.
Dentro del espectáculo todo se pone a debate, desde cuestiones de moralidad básicas hasta las preguntas más existencialistas posibles. El Brujo busca, a través de la lectura e interpretación de Autobiografía de un Yogui, encontrar las respuestas clave de Oriente a Occidente, en un paseo tanto mental como cultural. También cabe tener en cuenta que la lectura e interpretación viene marcada por el mundo que vivimos ahora, en el que las prisas no permiten a ningún individuo centrarse en uno mismo durante horas sin preocuparse por lo que le rodea: "La meditación es clave en un mundo frenético, ayuda a rebajar el ritmo y comprender lo que nos rodea", explica el dramaturgo.
En el escenario destacan las diferencias entre grupos sociales, un conflicto clave para generar la obra. “Tú estudias a los místicos, y se entienden todos perfectamente, son los fanáticos religiosos los que buscan las diferencias”, y eso les lleva al conflicto de lo que se ve sobre la escena, “los seres humanos conectan con un poder universal que puede ser lo que quieras: desde la fuerza en la Guerra de las Galaxias, hasta cualquier dios o lo que se puede llamar el Tao. La inteligencia está en la naturaleza y opera en nosotros mismos, el yoga busca armonizar con esa fuerza”. Y de esa armonía se busca que el espectador sienta que forma parte del universo de El Brujo y a su vez de Paramahansa.
Sobre el estudio de la obra, y de uno mismo, El Brujo aprende de la armonía, la religión y la fuerza… que en este caso sirve casi como una herramienta evolutiva, dejando un legado clave de creación para los mortales. Para el dramaturgo todo va en cadena, tal y como se “crea la ciencia” de su mano lo hacen también el arte y la religión… la clave está en que la religión busca vida más allá de lo que se toca, y es lo que intenta capturar dentro del espectáculo. Se hace con humor, saltos en el tiempo, momentos de delicadeza y demás fabulaciones… Y por si esto fuera poco la representación coincide con la semana mundial del yoga, que El Brujo se siente feliz de poder disfrutar mientras se relaja y suelta algún que otro ‘hummm’ antes de que los aplausos rompan con todo.