La segunda y última semana de la campaña electoral más asquerosa que uno haya conocido –culpa en buena parte de unos medios de comunicación atrincherados como nunca, como si les fuera la vida en ello– ha coincidido con la sucesión de actos de constitución del nuevo gobierno de la Generalitat, una vez investido presidente Carlos Mazón el jueves de la semana anterior. La semana laboral, que todavía es de cinco días, empezó con la toma de posesión del nuevo Molt Honorable y finalizó con la primera decisión del Consell reunido en pleno en Alicante: eliminar de facto el Impuesto de Sucesiones y Donaciones para familiares de primer y segundo grado. En medio, otros actos –nombramiento del primer Ejecutivo de PP y Vox, toma de posesión de los consellers e intercambio de carteras– que merecen ser comentados.
Lo primero, la lamentable decisión de Pedro Sánchez de no enviar a ningún ministro ni ministra a la toma de posesión de Mazón. En su lugar envió a una secretaria general del Ministerio de Política Territorial. No está en ninguna ley, pero es una tradición que el Gobierno esté representado por un ministro en la entronización de los presidentes autonómicos. En Les Corts no han faltado al menos desde 1999, fuera el Gobierno del mismo partido que el president o del contrario –Zapatero envío ministros a dos tomas de posesión de Camps y a la de Fabra, y Rajoy hizo lo propio en la primera de Puig-, y aunque no es una obligación, está muy fea esa descortesía, que además se producía en plena campaña electoral de las elecciones generales.
Mucho más elegantes fueron los intercambios de cartera entre los exconsellers y sus sucesores, actos entrañables que le reconcilian a uno con una política que muchas veces no es la que sale en la televisión, igual que cuando Yolanda Díaz se echó unas risas con Abascal, Sánchez y el moderador Xabier Fortes al acabar el debate a tres a cara de perro.
Tranquiliza ver a consellers despedirse del cargo y desear suerte a su sucesor o sucesora, al que a veces acompaña la familia, rodeados de los funcionarios de la casa, los altos cargos cesantes y grupos de interés –sindicatos, empresarios, asociaciones…– que acuden a presentarse a la persona que va a decidir sobre parte de su vida en los próximos cuatro años. Deberían televisarse los intercambios de cartera (aquí las fotogalerías I y II), en lugar de dar pábulo tanto odio que solo provoca más odio.
Horas antes se había celebrado en el Palau de la Generalitat el acto de juramento o promesa de los nuevos consellers. Todos juraron y solo Salomé Pradas lo hizo en valenciano. Contemplando las pinturas y el artesonado del Saló de Corts me pregunté en qué hueco del Palau habrán escondido Ximo Puig y Andreu Ferrer un trozo de cartulina con la palabra "Tornarem" –como ya hicieron en 1995 bajo el marco de una ventana–, con la esperanza de no tener que esperar otros 20 años para recuperarlo.
Por cierto, a más de 35 grados de temperatura pregunté por los abanicos con el escudo de la Generalitat que Presidencia suele poner a disposición de los visitantes en este tipo de actos para evitar lipotimias y resultó que se habían acabado... justo al acabar la legislatura. Porque no puede ser verdad que no se repartieran porque son de color rojo, que es uno de los colores corporativos de la Generalitat. El otro es el gris antracita, que usaba más Camps, que es igual de elegante porque Dani Nebot y Nacho Lavernia son unos genios. ¿Volverá el gris antracita?
Mazón anunció su primer gobierno, con macroconsellerias rotuladas con nombres rebosantes de competencias pero sin adjetivos. Entre los consellers, algunas sorpresas porque había nombres que no estaban en ninguna quiniela conocida. Llama la atención que el nuevo president haya apostado por la veteranía, que, según el dicho popular, es un grado. Solo dos, Salomé Pradas y Elisa Núñez son más jóvenes que Mazón (49 años); y la media de edad es de 53,5 años, con tres que superan los 60 años y la más joven, Pradas, que pronto cumplirá los 45.
También es reseñable que el Consell tenga un perfil bastante político, al contrario que el flamante Ejecutivo de Díaz Ayuso, lleno de tecnócratas, que para hacer política ya está ella. No hay consenso entre los politólogos sobre si es mejor una cosa o la otra, políticos o tecnócratas, por lo que probablemente lo adecuado sea una combinación de ambos.
A destacar, entre los nombramientos más técnicos, el de la hasta ahora secretaria general de la patronal hotelera Hosbec, Nuria Montes, un guiño a los empresarios, ya que Montes era vocal de la junta directiva de la CEV y miembro del Consejo de Turismo de CEOE.
Lo cierto es que la mayoría de los consellers, incluso los que tienen un perfil más político, como la vicepresidenta segunda, Susana Camarero, saben de la materia que les ha caído en suerte, cosa que no siempre pasó en las legislaturas del Botànic, especialmente en las consellerias de Sanidad y de Agricultura, y así nos ha ido. Se trata de un gobierno, en lo que respecta a la parte del PP –siete de diez, incluida la presidencia–, de corte más liberal que conservador. Será porque con los tres de Vox ya tiene suficiente conservadurismo.
Otra sorpresa, en las propias filas del PP, ha sido el nombramiento de Ruth Merino, que venía sonando como consellera de Hacienda pero ha sido triplemente premiada por su ruidosa salida de Ciudadanos con las competencias, además de Hacienda, de Economía y Administración Pública y con la portavocía del Consell. Esto último es llamativo porque Merino no habla valenciano o no lo habla con soltura –en las entrevista de À Punt responde en castellano– y parece exigible que la portavoz del Consell hable las dos lenguas oficiales. En cualquier caso, no será la portavocía su tarea más difícil. Según le advirtió Arcadi España en el acto de traspaso de la cartera de Hacienda, como responsable de administrar la caja a veces vacía de la Generalitat vivirá la incomprensión de todo el mundo, empezando por sus compañeros de gobierno.
Comienzan los cien días de gracia de los nuevos consellers, algunos de los cuales recibieron sus macrocarteras con cara de susto. Tiempo habrá de valorar su gestión, incluida esa primera bajada de impuestos aprobada el viernes.