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El mayor espectáculo del mundo

25/08/2023 - 

VALÈNCIA. Llegué a Budapest en el último vuelo antes de que empezara el Mundial de atletismo. Un avión lleno de familiares, aficionados y periodistas tardones. A un lado iba la madre de Marta Pérez, la soriana, que antes del despegue y de entregarse a la lectura de ‘Los armarios vacíos’ ojeaba en el móvil una noticia con la foto de su hija. Al otro lado, en la butaca de al lado, viajaba Idoia Picó, una atleta asturiana que, haciendo patria, vestía toda de azul. Y así, uno a uno, ibas analizando a los pasajeros para ver, en un juego absurdo, si lograbas adivinar si tenía, y cuál era, un vínculo con el Mundial.

Ya en Budapest me enganché a Jesús España, todo un campeón de Europa de 5.000, que ahora está de comentarista en TVE y que te avasalla en el taxi para ir a recoger la acreditación con una avalancha de datos y conocimiento. Casi no había empezado el primer día del Mundial y España, la selección, no el de Valdemoro, ya tenía una medalla de oro. Al día siguiente, otra. Un festín que el jueves se multiplicaría por dos. De la Plaza de los Héroes había que coger un autobús al estadio. Ese es el territorio de los fotógrafos cargados con unos objetivos que parecen bazucas. Los japoneses son los reyes, pero sin tiempo para aclimatarse, se duermen en cuanto paran un segundo y  cada día los ves, agotados y somnolientos, dando cabezazos en cuanto arranca el autobús. Es una escena cotidiana: japoneses durmiendo en las lanzaderas, en la tribuna de prensa o directamente encima de un pedazo de césped. Eso hace gracia hasta que el Mundial es en Japón, como en la edición de 2007, en Osaka, y entonces eres tú el que te vas durmiendo por los rincones.

El Mundial no suele dar tregua. Cada día toca madrugar para entregarse a una jornada que concluirá por la noche, casi sin tiempo para encontrar un restaurante con la cocina abierta. Muchas noches te toca comerte una triste manzana y dejarte caer en la cama para dormir unas pocas horas antes de que suene el despertador bien temprano.

En Budapest, donde amanece más pronto que en España, sorprende la actividad frenética que reina en la ciudad desde primera hora. Sales a las siete de la mañana por la puerta y, donde esperas silencio y soledad, te encuentras calles repletas y un tráfico abundante. La ciudad ya hace rato que se puso en marcha a una hora en la que, en València, aún te cruzas a algún joven despistado que va camino de casa en zigzag.

Una de los regalos de los Mundiales es salir a correr por la mañana. Cuando el calendario te concede un respiro hay que aprovechar para quemar la mala alimentación de esa semana. Aquí lo obvio es arrimarse al Danubio y avanzar por la orilla. Ahí es fácil que te cruces con alguna leyenda. Me sorprendió la mañana que vi venir de lejos a una mujer de cierta edad, 65 años, que estaba afilada como una maratoniana y que corría con una economía de carrera envidiable. Cuando su galope elegante y eficiente se cruzó con mi trote de gorrino vi que era Rosa Mota, una leyenda de Portugal que fue campeona olímpica, mundial y europea.

Este año he corrido casi a diario con Alberto Hernández, de la revista ‘Corredor’. A Alberto le echó el lazo el covid cuando se había abandonado a los Phoskitos y el helado. Estaba pasado de peso y el virus lo postró en una cama de hospital. Las pasó canutas, pero salió triunfal y con hábitos renovados. El versátil periodista me enseñó hace un año, en el Europeo de Múnich, que hay otras formas de moverse, que no es imprescindible hacer carrera continua. Desde entonces soy feliz enlazando bloque de cinco minutos en los que corro durante cuatro minutos y camino el restante. Así soy feliz. Alberto, en Budapest, hace cada mañana una obra de caridad resignándose a mi ritmo penoso frente al Parlamento.

En los Mundiales comes cada día con una persona. Y si eres alguien con la capacidad de escuchar, si tienes la curiosidad por saber lo que piensa o conoce el que come frente a ti, te enriqueces. Un día Sergio Heredia, gran cronista y exatleta, te habla de la importancia de trabajar la fuerza máxima. Otro, el maestro Carlos Arribas, excitado porque acaba de salir del museo de Robert Capa, te cuenta algunas anécdotas del célebre fotógrafo nacido en Budapest bajo la hermosa vidriera de un hotel que mantiene el aspecto de cuando abrió sus puertas en el siglo XIX. Ramón Cid, gran entrenador y mejor conversador, te habla, entre batallita y batallita, de sus inquietudes con María Vicente, un talento azotado por la mala suerte. El donostiarra bromea con que les han echado mal de ojo sin saber aún que dos días después la fortuna volvería a burlarse de ellos en el foso del triple salto.

El atletismo es un deporte muy intenso. Cada día llora alguien en la zona mixta. El choque de las expectativas con el presente muchas veces es devastador. Pero también son habituales los atletas que salen eufóricos, parlanchines y con ganas de broma. Con quien más hemos hablado es con María Pérez y Álvaro Martín, claro, pues dos veces hubo que escuchar sus historias después de ganar la medalla de oro en los 20 y los 35 km marcha. Son gente humilde pero poderosa entrenada por técnicos humildes pero muy sabios.

Lo que han hecho los marchadores es una proeza, un hito del deporte español que está, como mínimo, a la altura del Mundial femenino de fútbol. El segundo día, después de proclamarse campeones del mundo por segunda vez, contaban en un tono tierno, nada hiriente ni desafiante, que ya que su primer triunfo coincidió con la final del Mundial, que a ver si con el segundo la prensa era más generosa con ellos. Pero me temo que a los dos se los ha llevado la corriente del caso Rubiales.

Así es este país, que sólo tiene ojos para el fútbol. Así de ignorante, añadiría, pues se pierde las fantásticas historias de gente como María Pérez y Jacinto Garzón, o Álvaro Martín y José Antonio Carrillo. O las de muchos otros atletas que se dejan el alma para que, llegado el verano, puedan tener un minuto de gloria en estadios como este del Centro Nacional de Atletismo, en Budapest, donde parpadean los focos y el público grita emocionado ante el espectáculo de los atletas. Porque un Mundial de atletismo, donde coinciden velocistas, fondistas, saltadores, lanzadores y marchadores, es el mayor espectáculo del mundo.

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