En su libro “El espejismo de Dios”, publicado en el año 2017, el genetista británico Richard Dawkins exponía una brillante defensa del ateísmo, la doctrina que sostiene que no existe Dios. Entre otros muchos, daba un argumento relacionado con la herencia social: “Si se siente atrapado en la religión en la que le educaron, merecería la pena que se preguntara cómo sucedió. La respuesta suele ser que hubo alguna clase de adoctrinamiento infantil. Si usted es algún modo religioso, es más que probable que comparta la religión de sus padres. Si nació en Arkansas y piensa que el cristianismo es verdadero y el islam falso, sabiendo perfectamente que si hubiese nacido en Afganistán pensaría exactamente lo contrario, es usted víctima de adoctrinamiento infantil. <Mutatis mutandis> si usted hubiera nacido en Afganistán.”
Con la expresión latina “mutatis mutandis”, que significa “cambiando lo que se deba cambiar”, quería decir que usted pensaría que el cristianismo es falso y el islam verdadero si hubiese nacido en Afganistán.
Muchos indicios apuntan a que hay bastante de verdad en ese argumento, pero también es cierto que nadie puede desarrollarse adecuadamente excepto en el seno de alguna sociedad. Eso ya lo sabía Aristóteles cuando nos definió como el animal político o, más exactamente, el animal cívico. En efecto, somos animales intrínsecamente sociales. De hecho, la posibilidad de adquirir muchas de nuestras capacidades depende críticamente del adoctrinamiento infantil que Dawkins vituperaba. Privados del aprendizaje social, los niños quedarían muy mermados en varios aspectos. Desde esa perspectiva es fácil comprender que la crítica de Dawkins a las religiones valdría igualmente para los lenguajes. Es casi seguro que usted hablará francés si nació en Francia e inglés si nació en Inglaterra. Es más, lo mismo cabría decir de sus gustos literarios, sus preferencias gastronómicas y sus aficiones deportivas. Se sienta atrapado o beneficiado, resulta inevitable que comparta bastantes de las características de la cultura en la que lo criaron. Y también de las religiones, que forman parte de las culturas de los pueblos, siendo imposible erradicarlas sin modificarlas sustancialmente.
Aun teniendo mucho de cierto, el argumento de Dawkins no explicaba algunos hechos bien conocidos. Si la religión de cada persona siempre fuera que la que enseñaron sus progenitores, ¿cómo es que hay tantas religiones diferentes? En particular, ¿cómo es que los primeros cristianos no se mantuvieron en la religión de los judíos? ¿Y qué diremos de las persecuciones que padecieron? Nacido en el seno del judaísmo, ¿cómo es que Esteban prefirió que lo lapidasen a renegar de Cristo? Su martirio fue contemplado por Saulo de Tarso, un judaico fanático que, si primeramente perseguía a los cristianos, acabó siendo considerado el apóstol de los gentiles. Así pues, ¿no contradecía de plano esa radical conversión la tesis del carácter estrictamente hereditario de las creencias religiosas? En suma, ¿de dónde salió el típico “se os ha dicho, pero yo os digo…” con el que Jesús de Nazaret introducía su novedosa doctrina? Resulta obvio que la creatividad humana juega un cierto papel también en los asuntos religiosos. No todo es herencia biológica o cultural; también hay un genuino componente de elección personal. Y eso vale para los que reniegan de la religión en la que fueron educados.
Como el propio Dawkins implícitamente sugería, la religión predominante en Europa era la cristiana. De hecho, antes de su libro casi todos los Papas católicos habían sido europeos. Sin embargo, en marzo de 2013 el cónclave de los electores católicos eligió al cardenal Jorge Mario Bergoglio. Se trataba del primer Papa que adoptaba el nombre de Francisco, el primer Papa jesuita y el primer Papa americano. De lengua natal española, origen italiano y nacionalidad argentina, habría que retroceder cerca de trece siglos para dar con su inmediato predecesor no europeo. Constituía un buen ejemplo de las insuficiencias de lo dicho por Dawkins: los cardenales habían innovado.
No todo es herencia biológica o cultural; también hay un genuino componente de elección personal. Y eso vale para los que reniegan de la religión en la que fueron educados
En octubre del año pasado Francisco publicó su más reciente encíclica. Uno de los temas centrales era la superioridad del amor sobre el pensamiento. En términos simbólicos, del corazón sobre el cerebro. Así lo decía: “Se podría decir que, en último término, yo soy mi corazón, porque es lo que me distingue, me configura en mi identidad espiritual, y me pone en conexión con las otras personas. El algoritmo en acto en el mundo virtual muestra que nuestros pensamientos y lo que decide la voluntad son mucho más estándar de lo que creíamos. Son fácilmente predecibles y manipulables. No así el corazón.” (Nota del traductor: la inteligencia artificial quizás llegue a superarnos en memoria y cálculo; no así en amor y amistad.) Leído lo anterior es fácil comprender por qué el Papa había elegido el ardiente corazón de Jesús de Nazaret como hilo conductor de su encíclica. Y su título, Dilexit Nos, que significaba Nos Amó, aludía a que Jesús nos amó.
Como dotado de premonición, en el punto 160 decía: “ruego que nadie se burle de las expresiones de fervor creyente del santo pueblo fiel de Dios, que en su fervor popular intenta consolar a Cristo”. Pues bien, hete aquí que Laura Yustres, de nombre artístico Lalachus, ha creído oportuno desoír el ruego del Papa. Llevada de su exitosa vena cómica, la payasa de Fuenlabrada nos mostró la imagen típica del Sagrado Corazón de Jesús inscrito en el tórax del sonriente toro del programa Gran Prix. Supongo que, puesta a elegir talla, prefirió la del robusto bovino a la del delgado Jesús. Después de todo, ella también hizo su propio ruego en su particular encíclica televisiva: “Ojalá que para el 2025 dejemos de opinar de los cuerpos ajenos, porque todos los cuerpos son válidos del tamaño que sean”. Ahora la opinión pública está dividida: por un lado, los que aceptan el amor, simbolizado por el corazón de Cristo, y también los cuerpos de todas las tallas, simbolizados por el toro; por otro lado, los que aceptan los cuerpos de todas las tallas, pero rechazan el amor de Cristo. ¿Quiénes son más inclusivos? ¿Y quiénes, más libres?