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El talento de los otros y la ciencia en equipo

12/12/2022 - 

Sin la gloria ni el glamour de los científicos líderes, el asistente o técnico de investigación representa a la ciencia mundana, la menos cuqui en la esfera socialmediática, cual taller anónimo de los grandes nombres del arte barroco. El técnico de investigación es considerado, aunque no publicitado, como el caballo de batalla del laboratorio, sea en interior o al aire libre: configura, opera y mantiene el equipo técnico; prueba, monitorea y sigue en detalle los resultados de los experimentos. Con identidades perdidas entre los apellidos y las iniciales de la masa firmante de los artículos científicos, los más curtidos pueden llegar a conjugar el mantenimiento de los equipos informáticos complejos con la interpretación de datos, el desarrollo de conclusiones y la proyección de soluciones a problemas bajo la batuta del investigador a cargo.

Este talento, otrora clandestino, pertenece a una comunidad que se escapa de las definiciones cerradas por su amplia variedad de tipos y roles: desde aprendices y técnicos junior hasta especialistas y gerentes estratégicos senior. Los técnicos biológicos ayudan, por ejemplo, a los científicos en la investigación médica a encontrar curas para las enfermedades. Los técnicos ambientales realizan pruebas de campo para monitorear el aire y el agua. Los técnicos agrícolas trabajan con los agricultores para desarrollar mejores cultivos y procedimientos de cría de animales. Los técnicos de innovación intentan profesionalizar el canal que conecta lo que sale de los laboratorios y las necesidades de las empresas.

El día a día del personal técnico se expone a riesgos (productos químicos peligrosos, materiales tóxicos, enfermedades infecciosas) y sin ellos, el científico jefe es como un director sin orquesta, porque los técnicos no son solo fundamentales para la investigación, el intercambio de conocimiento, la transferencia y el mantenimiento de infraestructuras, sino también para la salud y la seguridad dentro de la ciencia, la medicina, la ingeniería y las disciplinas técnicas.

Por todas esas funciones, entidades como la UKRI (las siglas en inglés de la organización responsable de los fondos públicos de investigación e innovación de Reino Unido) se refieren a los técnicos como aquellas personas que realizan “una contribución vital a la investigación y la innovación, cumpliendo los objetivos de un proyecto, manteniendo y desarrollando el entorno de trabajo, los estándares, los recursos y las instalaciones, enseñando a otras personas y administrando presupuestos”.

La literatura laudatoria no impide, sin embargo, que el personal técnico, a menudo identificado como una fuerza de trabajo oculta, solo se siente reconocido cuando Santa Bárbara truena, cuando el técnico abandona o se jubila, y se añoran las habilidades y los conocimientos que proporcionó durante su pertenencia al equipo.

La triste realidad es que el talento técnico también deserta. En los últimos años, muchos técnicos han cambiado de trabajo debido a la falta de oportunidades de desarrollo profesional y por la falta de aprecio a sus conocimientos, aptitudes y experiencia que, si se aprovecharan, podrían ayudar a mejorar la adopción de decisiones clave en esferas como la dirección de programas, los protocolos de salud y seguridad o las adquisiciones.

Estas tendencias se recogen en encuestas estatales como la del programa TALENT, financiado por el área de investigación de la UKRI, publicado en febrero de este año con la misión de recopilar nuevos conocimientos estratégicos sobre la fuerza laboral técnica del Reino Unido en educación superior e investigación. El informe destaca que, mientras en el curso 2018/19 el 30% de la fuerza laboral técnica superaba los 50 años y el 18% los 55 años, con probabilidades de jubilarse en hasta 15 años vista, casi la mitad de los técnicos habían considerado la posibilidad de abandonar la profesión en los últimos tres años, además de que el 75% citó la falta de oportunidades para evolucionar profesionalmente, seguida de la falta de reconocimiento (el 44%).

Por mucho que nos encontremos en la era del team science, la ciencia en equipo, como se etiquetó en Estados Unidos a la cultura científica multidisciplinaria, el enfoque de la colaboración entre un grupo de científicos, elegidos entre varias disciplinas por sus habilidades y conocimientos individuales para abordar y resolver un desafío científico (bien en enormes empresas, como la secuenciación del genoma humano, bien a pequeña escala, donde los científicos ansían colaborar con expertos en áreas complementarias como estadística o imagen), los datos prueban la necesidad de salvaguardar el futuro del personal técnico.

La protección del talento técnico, que contribuye al mantenimiento de la investigación (“sin el personal técnico la ciencia se para”, como bien dice el lema de la Asociación Española Personal Técnico y de Gestión de los Organismos Públicos de Investigación), no puede limitarse a la aprobación de las partidas anuales del presupuesto estatal para la ciencia patria. La estabilidad laboral, en especial en las universidades públicas, sigue siendo una asignatura pendiente, una realidad del todo anacrónica cuando la propia ciencia muestra cada vez más cómo las instituciones más prestigiosas a menudo tienen grupos más grandes, con más personal y estudiantes, lo que impulsa, a su vez, una mayor productividad, como recientemente se hacía eco la revista Nature.

Parafraseando al padre de la cienciometría, Derek John de Solla Price, no se trata de divergir entre la gran ciencia y la ciencia pequeña. Una mayor autoconciencia sobre el trabajo científico ha permitido razonar en los últimos años sobre lo que realmente sí existe, la buena y la mala ciencia. Y la primera solo puede ser a través de unas instituciones y empresas que proyecten de manera estratégica el futuro de la comunidad técnica para marcar de forma eficiente la diferencia en la calidad y los resultados de la investigación y la innovación, siempre con un enfoque colaborativo que fortalezca la resiliencia del talento técnico.

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