ALICANTE. Creo en ser libre mientras que eso no invada la libertad de otra persona. “Arriésgate; ve a por ello. La vida siempre te da otra oportunidad. Es muy importante tomar riesgos enormes”, decía la recién fallecida diseñadora de moda Mary Quant. Y automáticamente después, pienso en que tenemos piernas gracias a ella. Recortó la falda hasta dar la conocida miniskirt –minifalda, en castellano– e hizo de las piernas femeninas un hecho que pasó a la historia.
Era 1964 Quant decidió subir dos palmos el bajo de las faldas, dejando su largo en solo 34 centímetros. Un gesto inocente que propició una de las más escandalosas revoluciones estéticas de la historia. Tras ella, una joven de 30 años, formada en el Goldsmiths College of Art de Londres, con un corte de pelo made in Vidal Sassoon y ganas de libertad. Porque, como tantos chicos y chicas de su generación, Mary Quant estaba cansada de esa Gran Bretaña de posguerra en la que el conservadurismo marcaba el paso también a los más jóvenes: había llegado la hora de derribar las barreras de lo socialmente correcto y asaltar las calles con sus ideas frescas, su música y, por supuesto, sus outfits. Sus dotes de empoderamiento femenino hicieron que este diseño triunfara como ninguna prenda lo ha hecho hasta ahora.
No quiero hacer un in memoriam a Mary Quant, pero creo en su revolución con causa. Creo en que la revolución debe tener una causa –a pesar de que fui un rebelde sin ella durante mucho tiempo–. En el victimismo, por otro lado, no creo. Con los años, he desarrollado una intuición similar a la de los gatos. He aclarado por qué debo luchar y lo que no merece la pena –aunque a veces se me despiste el tiro–. Cuando pienso que alguien se ríe de mí, normalmente lo hace. Cuando creo que una historia se acaba, debo cerrarla. Pensar en la distancia ya automáticamente suele llevar a echar de menos. Lo mismo me sucede con la locura y el amor. Los relaciono sin pensarlo mucho.
Me encanta el amor. Es que está en todas partes. Es uno de los grandes actos revolucionarios de un mundo en el que enamorarse parece un veto dedicado a unos pocos porque todos estamos demasiado ocupados como para dedicar un momento del día de forma desinteresada a otro –o a nosotros mismos–. “Siempre que me siento pesimista por cómo está el mundo, pienso en la puerta de llegadas del aeropuerto de Heathrow. La opinión general da a entender que vivimos en un mundo de odio y egoísmo, pero yo no lo veo así. A mí me parece que el amor está en todas partes. A menudo no es decoroso ni tiene interés periodístico, pero siempre está ahí. Padres e hijos, madres e hijas, maridos y esposas, novios, novias, viejos amigos… Cuando los aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas, que yo sepa, ninguna de las llamadas telefónicas de los que estaban a bordo fueron de odio o venganza, todas fueron mensajes de amor. Si lo buscáis, tengo la extraña sensación de que descubriréis que el amor, en verdad, está en todas partes”, decía la voz en off de Love Actually cuando llegó al cine el film en aquel noviembre de 2003.
Pasamos media vida buscando el amor sin saber que, quizá, lo tengamos más cerca de lo que pensamos. Y cuando lo hemos encontrado, muchas veces lo perdemos. Porque cuando nos enfrentamos al dolor en las relaciones, nuestra primera respuesta suele ser romper los lazos en lugar de mantener el compromiso –a veces con nosotros mismos–. Ya lo dijo Bell Hooks en Todo Sobre el Amor al afirmar que “el amor propio es la base de la capacidad de amar, porque es la primera revolución que podemos emprender”. Es cierto que no tenemos que amar, elegimos hacerlo. Cuando entendemos cualquier forma de amor como una forma de crecimiento propio y de los demás, queda claro que no podemos amar si somos dañinos o abusivos. El amor y el abuso no pueden coexistir en un mismo trozo de vida.
La vida nos enseña que los nuestros saltan cuando nosotros saltamos. Y que van a estar igual si nos hacemos un tres que si escondemos un as. Porque debemos aprender que para morir de amor primero hay que vivir de pie y con dignidad. Porque el amor no te pisa ni te humilla, tampoco duele y si lo hace no es amor. Y así, sin más, descubrí que el amor, como las minifaldas y la revolución, estaba, al final, por todas partes.