Qué triste es asistir al declive de un gran artista como Pedro Almodóvar. Poco queda del director irreverente de ‘¿Qué he hecho yo para merecer esto?’ y ‘La ley del deseo’. Su última película ‘Madres paralelas’ se entrega a lo políticamente correcto. Es una cinta menor, aburrida y lastrada por la ideología
La gente vuelve al cine, al menos la gente de cierta edad, la que ha cumplido los cuarenta y aún disfruta de una película en una sala a oscuras, mientras comete el error de dejar a sus hijos viendo la serie El juego del calamar en casa. Allá ellos.
Hace dos sábados me acerqué al centro a ver un estreno de la nueva temporada. Para mi sorpresa había colas en las taquillas. En mayo, en ese mismo cine estaba solo viendo El padre. En cambio, ahora tenía a veinte personas delante de mí. Me fijé en que habían rebajado los precios. Ver una película cuesta 6,50 euros; antes te salía por unos 9 euros. Así se recupera al público.
Me equivoqué en la elección de la película. Debía haber escogido El buen patrón o Las leyes de la frontera, pero me decanté por la de Almodóvar. Los últimos estrenos del director manchego los he visto por una mezcla de inercia y nostalgia de las películas de su primera época, irreverentes y divertidas, que se sacudían la caspa del cine español.
Supongo que algunos de los espectadores que esperaban a ver Madres paralelas pensarían como yo. La sala casi se llenó. No vi a nadie que tuviera menos de cincuenta años. Eran, sobre todo, matrimonios de orden y grupos de amigas que vendrían de merendar de alguna cafetería en la Gran Vía Marqués del Turia.
Si hay algo que aún le funciona a Almodóvar es su talento para venderse. Es un maestro del marketing. Estudia al detalle las campañas de promoción de sus películas. Sabe crear expectativas en torno a sus trabajos. Concede entrevistas; se hace el interesante; se deja querer en los festivales de Venecia y Cannes. Y así una parte de su avejentado público le responde acudiendo a los estrenos.
Erré eligiendo Madres paralelas. Ya lo dije. Fueron dos horas de una película menor en su filmografía, como casi todas las de su última etapa, en las que el humor almodovariano se reduce a alguna intervención aislada de Rossy de Palma o de la sirvienta de la protagonista. La historia de dos madres embarazadas (Janis y Ana), víctimas de un equívoco con sus bebés, me deja indiferente. Ni frío ni calor siento. Asisto a la película como el que oye llover debajo de una marquesina, y espera a que llegue el autobús cuanto antes para volver a casa.
He aquí un artista en decadencia, Pedro Almodóvar, que utiliza su película para catequizar a los espectadores. Lo tiene casi todo para complacer al Régimen que envía a ministros a sus estrenos. Sectarismo contra la derecha (al poco de comenzar la película se critica al bueno de Rajoy); superioridad ideológica de los progresistas (“Todos los actores son de izquierdas”, dice un personaje); feminismo (Penélope Cruz exhibe una camiseta con el lema We should all be feminists); promoción de lo LGTBI (el lío lésbico entre las protagonistas) y, por supuesto, el antifranquismo después de Franco y la desmemoria histórica (al parecer, en la última guerra civil sólo asesinaban algunos falangistas, pero no los del otro bando).
Para que esta película-panfleto hubiese sido redonda, eché en falta que Penélope Cruz hubiese sido vegana y Milena Smit, voluntaria de una ONG defensora de los derechos de los animales. Tal vez el crítico Carlos Boyero comparta mi opinión.
“ALMODÓVAR DEBERÍA HABER FILMADO UN DOCUMENTAL O, PARA SER MÁS EXACTOS, UN NODO SOBRE LA AGENDA 2030. TAMBIÉN SE LO HUBIERAN SUBVENCIONADO”
Se equivocó el antifranquista Almodóvar con esta película; debería haber filmado un documental o, para ser más exactos, un nodo sobre la Agenda 2030. También se lo hubiesen subvencionado. Se equivocó al mezclar cine e ideología. Le salió una película menuda en ambición artística, y muy aburrida. Es lo que pasa cuando pones tu arte al servicio de la propaganda gubernamental, y aceptas ser un vocero de lo políticamente correcto, aunque te paguen muy bien.
Pedro, ¡con lo que tú has sido!
Esta película, como otras que hiciste en los últimos quince años, no te la tendremos en cuenta. Pese a fiascos como Madres paralelas, siempre estarás entre los cinco o seis grandes directores de la historia del cine español. Huérfanos del espíritu cachondo de Chus Lampreave, nos agarramos al recuerdo de películas como ¿Qué he hecho para merecer esto?, La ley del deseo, ¡Átame!, Matador, Mujeres al borde un ataque de nervios y alguna más.
Aquellas películas, gozosamente frívolas y superficiales, reflejo de una España en la que había libertad de expresión, nos hicieron felices en nuestra lejana juventud. Las últimas, como Madres paralelas, nos han hecho bostezar.
En la cartelera de 1981 se pudo ver El Príncipe de la ciudad, El camino de Cutter, Fuego en el cuerpo y Ladrón. Cuatro películas en un solo año que tenían los mismos temas en común: una sociedad con el trabajo degradado tras las crisis del petróleo, policía corrupta campando por sus respetos y gente que intenta salir adelante delinquiendo que justifica sus actos con razonamientos éticos: se puede ser injusto con el injusto