Roberto García estrena en el Teatro Rialto su versión en valenciano de la última obra de Shakesperare
VALÈNCIA. En diciembre de 1983, con 17 años de edad, Roberto García asistió a la representación en el Teatro Principal de València de una versión de Jorge Lavelli de La tempestad donde Núria Espert daba vida a Próspero y a Ariel, y la solución escenográfica para reproducir la isla bajo su sortilegio era una caja de madera llena de puertas secretas.
El hoy dramaturgo y director de escena quedó tan impresionado con aquella función que, desde entonces, ha leído toda versión de la última obra de Shakespeare que ha caído en sus manos y rastreado las huellas del clásico en la cultura popular. En esa fijación ha descubierto que La tempestad es un referente obvio, aunque no revelado, tanto en películas como en series y realities televisivos. La isla de las tentaciones y Gran Hermano se intuyen en la secuenciación de tramas y en la invitación al público a ser espectador de un juego; El lago azul (Randal Kleiser, 1980), en la subtrama romántica entre Miranda y Ferdinand; y los personajes que presencian y experimentan sucesos sobrenaturales en la serie Perdidos, en los náufragos a merced de Próspero.
Con el paso de los años, García ha ido anotando ideas para una versión propia en valenciano que del 2 de febrero al 13 de marzo está programada en el Teatro Rialto y se titula La tempesta. Aunque un caso positivo en COVID ha retrasado las funciones hasta el 5 de febrero.
“Es una obra extraña, peculiar y poco representada. Plantea un exceso de retórica, pero me resulta muy atractiva por la coexistencia de universos diferentes. En La tempestad conviven lo trascendente, lo espiritual, lo mágico y diversos mundos humanos con sus defectos y sus partes oscuras, que también se plasman en el lenguaje”, alaba el responsable de la propuesta.
Como en aquella deslumbrante ocasión, el personaje del duque de Milán vuelve a estar interpretado por una mujer, en este caso, Teresa Lozano, Premio de Honor de las Artes Escénicas Valencianas 2020. En su adaptación cinematográfica de 2010, Julie Taymor también le brindó el rol a Helen Mirren, convirtiendo al personaje en Próspera e introduciendo la dinámica de la relación entre madre e hija, inexistente en la obra original. No obstante, tanto en el caso de Espert como en el de Lozano, no hay cambio de género.
Esta decisión actoral no le motivaba a García tanto por reproducir lo que le impactó en los ochenta, como por trabajar “con una gran intérprete valenciana”, que a excepción de un pequeño papel en una obra coral, hacía más de dos décadas que no participaba en una producción de la Comunitat.
“Teresa tiene una energía brutal, pero al mismo tiempo, la mochila que le dan todos esos años vividos le aporta un poso en la mirada y en la manera de caminar que conectan con ese elemento melancólico y crepuscular de la última creación de Shakespeare. El resultado es un claroscuro entre el color, la magia, la sorpresa y la ironía”, aplaude el director, quien expone que la poética del teatro le permite trascender etiquetas y géneros: “Desde el principio queda claro el juego y la audiencia no va a plantearse si Próspero es madre, padre o espíritu santo”.
A idéntico juego invita con Ariel, el espíritu del aire, interpretado por Paula García Sabio. “Es un personaje bigénero, una entidad que hemos convertido en un asistente virtual, como si la isla fuera un espacio domótico”, avanza el también director adjunto de Artes Escénicas del IVC.
El bardo de Avon reiteró en esta obra una serie de temas recurrentes en su trayectoria, como el ejercicio del poder, la libertad, las prisiones físicas y mentales, la relación paterno -filial, la venganza, el perdón y las segundas oportunidades. Todos los explora Roberto García, pero el principal aliciente de la obra está en su condición metateatral: “La isla no deja de ser el espacio de creación de Próspero, donde Ariel ejerce como director de escena sobre el destino de unos náufragos que son arrojados a ese lugar para vivir un viaje y una transformación. Es teatro dentro del teatro”.
La tempesta es paraíso e infierno, fábula mágica y cuento de terror. Próspero se conduce como mago y demiurgo del destino de sus enemigos. En esta versión, el engaño y la alquimia a los que somete a su hermano Antonio, a su sobrino Ferdinand y al rey de Nápoles es llevado al extremo. “Hay mecanismos que Shakespeare plantea en la obra que aquí hemos multiplicado por dos, porque me daban juego a nivel actoral y de puesta en escena. Su juego perverso lleva a sus criaturas prácticamente a la locura”, explica el autor.
No obstante esa tortura, el final de la pieza tiene “una naturaleza balsámica”, porque Próspero resuelve su conflicto interior y opta por perdonarlos.
Este solaz en los protagonistas y el espectador conecta, en palabras de García, con el papel de “vacuna espiritual” que la cultura ha asumido para aliviar la crisis sanitaria. “Por un lado está la lucha científica contra el virus, pero la solución de las secuelas en la salud mental apelan a la humanidad del teatro. Tras la sobredosis de pantalla y el encapsulamiento al que nos hemos sometido con el uso de plataformas como Netflix, es interesante recuperar la experiencia colectiva y los actos en comunión. El teatro como ritual social es también una manera de amortiguar los estragos de la pandemia”.
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