VALÈNCIA. La carrera como actriz de Magüi Mira (València, 1945) arrancó a los 36 años, edad a la que interpretó a la esposa del protagonista del Ulises de James Joyce, Molly Bloom. Aquel personaje hablaba de su sexualidad, de la infidelidad, del paso del tiempo y de la maternidad durante una noche de insomnio aliviada frente al público. Al borde de los 80, la intérprete ha retomado aquel soliloquio descarnado en una gira que alterna con la dirección de dos obras, Salomé, que tras su visita este verano al Teatre Romà de Sagunt se instalará el año próximo en el Teatro Olympia, y Adictos, que del 4 al 15 de octubre apunta a nuestro sometimiento a la tecnología en el teatro de la calle San Vicente. Puede que tardara en subirse a un escenario, pero nada consigue apearla.
- ¿Qué provocó esta obra, la adicción propia a la tecnología o la ajena?
- La palabra adicción siempre pasa por un momento de placer porque te da tranquilidad. En el caso de la tecnología, se te mueven las hormonas de la felicidad, porque, por ejemplo, ir a Google, te da acceso fácil a preguntas que te haces, pero esta comodidad crea adicción y pierdes el control. A mí me quita el sueño saber quién tiene ese control. Me preocupa la perversión, el uso que están haciendo los Gobiernos de los avances científicos. Y no es ciencia ficción: sin ser conscientes somos violados en nuestra privacidad y esta democracia no nos da las herramientas para protegernos.
- ¿Dónde consumes información?
- Me gusta la multiinformación, porque ninguna noticia es neutra, venga de donde venga, todo está contaminado. Así que hay que estar despierta, permanecer alerta, con fuerza y energía, para detectar de dónde proceden los datos y no caer en la desinformación.
- ¿Tú también has caído en la viralización de algún bulo?
- Sí, pero cada tropezón me lleva a tener mayor conciencia. Tengo 79 años, así que no lo voy a ver, pero intuyo el cariz que tomará el debate sobre la inteligencia artificial. El avance de la ciencia se pervierte por la intromisión de ciertos poderes y por las corruptelas. En España estamos abonados a la picaresca desde el siglo XVII, por eso somos un país empobrecido. La picaresca es una filosofía de vida, que en este momento implica que los ciudadanos seamos víctimas de un acoso digital permanente.
- ¿Eres de las que se pasa un ratito marcando o desmarcando las casillas de las cookies o sucumbes, con las prisas?
- El avance de la ciencia es imparable, pero quiero usarla de la mejor manera posible y protegerme de esa adición y de la manipulación. Lo importante es el progreso de la civilización, pero no hacia una situación envenenada, como la que estamos viviendo con Putin, que me preocupa muchísimo. Para mí, contra la desinformación, que es el quinto poder, hay dos palabras fundamentales: la conciencia y el compromiso.
- ¿Qué dilemas éticos te provoca la expansión de la inteligencia artificial?
- La inteligencia artificial no se va a comer nunca a la natural, porque es la que la alimenta, pero hemos de distinguir: lo que no puede suceder es que fagocite la ética.
- Una de las razones tras las huelga de guionistas y actores en Hollywood ha sido las consecuencias laborales del uso de la inteligencia artificial. ¿Cómo vives tú esta amenaza?
- Me preocupa, pero son procesos por los que hemos de pasar y cada cosa tiene su lugar. Es como cuando el video parecía que fuera a acabar con el cine, igual que se temía que el cine se comiera el teatro, pero eso no sucederá nunca. La prueba es que los teatros se siguen llenando, hay una energía viva en el arte escénico que no se puede eliminar, no tiene sucesor ni sucedáneo. Mi Salomé la vieron este verano 30.000 personas en 10 días durante el Festival de Mérida. Pasa igual con la IA: podrán generar actores por ordenador, pero nunca desplazarán las interpretaciones, porque tienen que ver con el pálpito del ser humano.
- ¿Cuál ha sido tu inspiración para esta distopía?
- Mi propuesta está trufada de música de Schubert, porque he querido enfrentar la civilización al salvajismo que estamos viviendo. El sumun de la civilización, ese momento de grandes compositores que no se ha repetido, se sitúa frente a la destrucción de la ética. Otro contraste buscado ha sido situar a tres mujeres de tejidos laborales de altísima gama, la psiquiatría, el periodismo y la tecnología, en una escenografía marcada por las imágenes de los conflictos bélicos del presente. Hay seis sillas rotas que podrían ser de un hospital destrozado por drones, una cama roída y vieja, que puede proceder de entre los escombros de un bombardeo.
- ¿Te hubiera gustado interpretar alguno de los tres papeles o la dirección es incompatible con la actuación?
- La dirección es de una intensidad abrumadora y cada vez entro más en las tripas para encontrar la sangre que late en el interior de la obra para luego hacer que lo que ocurre en el escenario esté sincronizado con el pálpito del patio de butacas. Si no consigo ser ese enlace, no consigo nada.
- Esta es la tercera vez que trabajas con Lola Herrera, tras La velocidad del otoño y En el estanque dorado. ¿Qué aliciente tiene volver a colaborar con ella?
- Es un privilegio estar cerca de Lola Herrera. Nos entendemos muy bien, hay una gran complicidad, es un motor inmenso. Todos tenemos una red de relaciones en la mente, pero a veces la vida te lleva por caminos diferentes, así que trabajar juntas ha sido una manera de aprender de ella y disfrutarla.
- Este año has participado con un cameo en Olvido, ambientada en 1957, y dirigido de Salomé, contextualizado en el año 34 Después de Cristo y Adictos, ambientada en un futuro cercano. ¿Cómo se lee el presente en nuestro pasado y en nuestro futuro?
- En el pasado se cocina el presente y en el presente se cocina el futuro, así que ambas miradas creativas son imprescindibles. Durante los ensayos de Adictos, creíamos que la acción estaba situada en el futuro, pero es hoy en día. Hemos de protegernos de esta dictadura digital, dominada por los poderes económico y político, para disfrutar de una democracia sana.
- Además de todos los proyectos citados, acabas de rodar Buffet libre, bajo las órdenes de Zoe Berritatúa, y también has participado en Alguien que cuide de mí, de Elvira Lindo y Daniela Féjerman. ¿La interpretación te da vida?
- Quiero avanzar, seguir aprendiendo y haciendo mejor mi profesión, que en este caso es múltiple, como dramaturga, actriz, directora y docente, porque es mi obligación transmitir mi conocimiento. Lo siento como algo natural. Tengo curiosidad, no soy agua estancada, sino agua de río.
El actor y dramaturgo español Rafael Álvarez, más conocido como El Brujo, trae al Teatro Olympia el próximo 19 de junio la historia tras la meditación en Autobiografía de un Yogui, una obra plagada de humor y reflexiones sobre la calma, la destrucción y la manera de pronunciar un largo ‘hummm’ frente a ambas