El 19 de octubre de 2021 los grupos parlamentarios reunidos en la Comisión de Cultura y Deporte del Congreso de los Diputados aprobaron por unanimidad la Proposición No de Ley referida al “reconocimiento y dignificación del sector del cómic en España”. Una de las medidas específicas que se incluyeron fue la celebración de un Día del Cómic “para promover la divulgación del medio artístico, reivindicar su papel social y de recuperación de la memoria artística e histórica de los autores españoles”. El colectivo comiquero español, con la punta de lanza de La Sectorial del Cómic ha propuesto el día 5 de marzo para la efeméride, en homenaje al nacimiento de la mítica revista TBO en marzo de 1917. Y aquí estamos…
ELCHE. El presente artículo está dedicado a todas las personas que desean ser lectoras de cómic, a todas aquellas cuyo principal objetivo es entender mejor el lenguaje de este género de muchos nombres: cómic, tebeo, funnies, cartoon, bande dessinée, fumetti, manga, gekiga, historieta, novela gráfica, dependiendo de tradiciones y costumbres, cuya principal característica es la de ser una narrativa secuencial basada en imágenes y texto, a veces más texto, a veces ninguno, lo que no implica que no tenga una gramática, una sintaxis propia y un discurso diferenciado del resto de narrativas, el arte secuencial que tan bien definieron y describieron Will Eisner y Scott McCloud, recogiendo la investigación de Tom Wolf, en su artículo publicado en agosto de 1977, en Harvard Educational Review: "Durante los últimos cien años, el actor de leer ha estado conectado de un modo bastante directo al concepto de alfabetismo […] Aprender a leer significaba aprender a leer palabras […] Pero la lectura ha ido estudiándose progresivamente más a fondo. Informes recientes demuestran que leer palabras es sólo una pequeña parte de una actividad humana mayor, que incluye la decodificación de símbolos, la integración y ordenación de información […] De hecho, podemos pensar que leer —en su sentido más general— es una forma de actividad perceptual. La lectura de palabras es una manifestación de esta actividad, pero hay muchas otras: la lectura de imágenes, mapas, diagramas de circuito, notas musicales...", cómics.
Meter la cabeza en un amasijo de papeles en forma de mazo, geométricamente cortados en igual tamaño y estructura simétrica, tocar y toquetear la satinada textura de la tinta cuatricómica, de los dos colores del blanco y negro, como si fuéramos un animal con genética disposición en el mecanismo de la vista que limite la percepción ocular a las masas de sombra, a las líneas claras de pureza arquitectónica, a la suciedad del trazo de brocha gorda, debe ser una experiencia sensorial e intelectual a partes iguales. La lectura de cómics como manifestación de la conciencia, la subjetividad del gusto en forma de experiencia estética, Stendhal con un álbum en formato franco-belga en las manos, babeando de placer.
El cómic es una explosión de regocijo en la vista y en el tacto, a veces, incluso, para los más devotos del trastorno estético, en el olfato. Por no mencionar la seducción del coleccionismo, la acumulación de títulos de una sola serie, de un género o de una comicoteca “nacional”: franco-belga, valenciana, japonesa, americana, las posibilidades de clasificación son múltiples.
Aunque existen ejemplos de arte secuencial desde la antigüedad, éstos eran, en la mayoría de los casos conocidos, poco transportables: las pinturas rupestres, la columna de Trajano, los jeroglíficos del Antiguo Egipto. Los tapices (en realidad, bordados) del Bayeux Tapestry que narran la conquista normanda requerían algo más que las alforjas de un caballo para ser considerados “literatura de alforja”. Tras la invención de la imprenta, se pueden encontrar ya, en el siglo XVIII, narraciones secuenciales con imágenes, todavía poco estructuradas. Pero no será hasta la generalización de la prensa y sus métodos de impresión rápidos y baratos que no se consolidará el género como tal, en una de sus primeras formulaciones estables, la tira de prensa, en la que se estabilizan algunos elementos que se transmiten hasta la actualidad: la viñeta como unidad mínima de información, los espacios entre viñetas como unidad de tiempo -la elipsis-, las nubes de texto y una formulación de las imágenes con alta carga simbólica. The Yellow Kid and his new Phonograph de Richard Felton Outcault, publicado en el New York Journal del 16 de febrero de 1896 ya gozaba de todas estas características. En el principio estaba todo.
Los cómics pesan, incluso las grapas, los pequeños cuadernos unidos en el eje de su pliegue por un par de grapas (hay que ahorrar, con un par suele ser suficiente), tienen un peso específico mayor que cualquier otro pliegue de papel de similares características. Pesa el papel, que necesita un mayor gramaje para la reproducción de las imágenes con calidad suficiente para identificar los detalles más pequeños, y pesa la tinta. La tinta negra pesa, la cuatricomía CMYK pesa (Cyan, Magenta, Yellow, Black), si se incorporan más tramas, mayor cromatismo, va aumentando el peso. Un álbum en tapa dura de formato franco-belga, en un tamaño aproximado de 22x30, pesa unos 670 gramos, optimizando al máximo las posibilidades de impresión. Así que hay que tener en cuenta que para leer un cómic se necesitan una manos fuertes o un buen dispositivo para dejarlo reposar y poder pasar las páginas manteniendo la visibilidad sobre la cuadrícula completa de las páginas. Los cómics se abren desde la cubierta hacia la portada y, de ahí, a la secuencia de páginas numeradas, de izquierda a derecha en los cómics de tradición occidental, de derecha a izquierda en los que pertenecen a la tradición mangaka.
La viñeta, como hemos dicho antes, es la unidad mínima de información en el género del arte secuencial. Adopta diferentes tamaños, acompañados de multitud de soluciones gráficas que la hacen más o menos ortodoxa, lo que aumenta o disminuye su función expresiva. En el formato más ortodoxo se trata de un recuadro delimitado por una línea demarcatoria que encuadra el plano, mostrando una escena o un fragmento de esta (aquí, de nuevo, ortodoxia vs. heterodoxia). Desde el esbozo de una figura antropomórfica acompañada por una interjección, como en el caso de Calvin & Hobbes, en los que se cumple una de las máximas de Eisner, “el texto se lee como una imagen”, hasta la abigarrada construcción de una estampa arquitectónica de algunas de las viñetas de Daniel Torres, o las viñetas cargadas de pequeños mensajes humorísticos hasta el más mínimo rincón, de Franquin o Ibáñez. Una viñeta se puede captar como un cuadro o como una palabra, como un todo o como una parte del todo, o como ambas cosas a la vez.
Una página de cómic es una trama en forma de cuadrícula que engloba todas las viñetas que se muestran en una página (una vez más ortodoxia vs. heterodoxia: cuadrículas de cuatro filas de tres, de tres filas de cuatro, de una sola viñeta, de viñeta insertada en otra viñeta,...). Se lee en el sentido de la escritura (izquierda a derecha, de arriba abajo, en la tradición occidental, de derecha a izquierda, de arriba abajo, en la tradición oriental mangaka), pasando de una viñeta a la siguiente, entendiendo que texto e imagen constituyen una única unidad de información (intentar evitar leer todos los textos seguidos, sin parar atención en la imagen, aunque, por el contrario, puede ser un buen ejercicio para captar la calidad de la narración gráfica, hacer lo contrario, leer la imágenes en una sola secuencia de lectura y comprobar si se ha entendido algo. Cuanto más se entienda, mayor es la calidad de la narración. Y no, esto no solo depende de la calidad de quien dibuja, también de quien imagina, de quien construye el guión, coincidan o no ambos en la misma persona). Al acabar, pasar página.
En las cinco leyes de la biblioteconomía del matemático y bibliotecario indio Shiyali Ramamrita Ranganathan, los puntos dos y tres rezan, respectivamente: a cada lector su libro, a cada libro su lector. Estas máximas se pueden extender al género del cómic. A cada lector su cómic, a cada cómic su lector. En una reciente experiencia de recomendación comiquera, lancé sobre la mesa de un compañero de trabajo diez o doce títulos entre los que se encontraban clásicos de la contemporaneidad como Maus, nuevas experiencias de reporterismo comiquero, Los puentes de Moscú o Retratos de la violencia, y magníficas muestras de autoficción y memoria histórica, Los surcos del azar. Después de leerlos con fruición, interés y placer, me dijo que había caído en sus manos, casi por azar, un volumen recopilatorio de Batman y que se encontraba inmerso en la lectura bulímica de todo aquello que se pusiera ante sus ojos, relacionado con el hombre murciélago. A cada lector su cómic, a cada cómic su lector y, añadimos, a cada tiempo de cada lector, su cómic correspondiente.
Este artículo está ilustrado con las cubiertas de 12 títulos representativos de la ingente y magnífica salud de la edición comiquera en los 12 meses anteriores a su publicación: Daniel Torres, Archi Cúper: El futuro que no fue, Norma Editorial; Baudoin, Travesti, de Mircea Cărtărescu, Impedimenta; Yaro Abe, La cantina de medianoche. Tokyo Stories, 4. Astiberri; Ana Penyas, Todo bajo el sol, Salamandra Graphic; Jorge Carrión y Javier Olivares, Warburg & Beach, Salamandra Graphic; Raymond Briggs, Ethel y Ernest. Una historia verdadera, Blackie Books; Alison Bechdel, El secreto de la fuerza sobrehumana, Reservoir Books; Jordi Lafebre, Carta blanca, Norma Editorial; Miguel Calatayud, La pista atlántica, Desfiladero Ediciones; Teresa Valero, Contrapaso. Los hijos de los otros, Norma Editorial; Laura Pérez, Tótem, Astiberri; Paco Roca, El dibujado, Astiberri. Añado, como coda: Lola Lorente, Maganta, Astiberri.