El delicado momento histórico aconseja la evasión. Que cada uno elija una vía de escape para no deprimirse. El cine brinda esta posibilidad. Cine hecho por mujeres con talento. ¿Y si vemos Cinco lobitos?
El verano ha caído devolviéndonos a la rutina. Se habló, cómo no, del calor, de un descuartizador —que en el fondo no es tan mala persona, según algunos periodistas afines— y del controvertido beso. Hoy se abre paso otro tema: los preparativos de un golpe que habrá de consumarse, bajo apariencia democrática, en octubre si se cumplen los pasos y los plazos del guion pactado por sus maquinadores.
La prensa te revienta el ánimo. Decadencia, crisis, fin de régimen, señales de deterioro económico; mueren María Teresa Campos y María Jiménez y colocan alarmas antirrobo en las botellas de aceite. Dan ganas de coger un avión para marcharse a Trieste, patria de Italo Svevo y Claudio Magris, pero no podemos: hay que cumplir con las obligaciones de un trabajo en el que no creemos, volver a representar el papel asignado en esta tragicomedia que es la vida, y pagar las facturas mientras ves envejecer.
¿Qué hacer? Compensarnos de alguna manera, como hablaba con mi amigo y compañero Imanol la semana pasada. Encariñarnos de nosotros mismos, darnos un caprichito y buscar el alivio de los domingos. Que cada cual obre en consecuencia eligiendo la mejora manera de curarse de las heridas del tiempo. Por ejemplo, con el cine. El día del infausto encuentro entre Yolanda Gucci y el locuelo de Waterloo me vengué viendo Cinco lobitos en casa. Días antes lo había intentado con Alcarràs, pero me la dejé a medio, no sé si por cansancio o por desinterés. Esto no me pasó con Cinco lobitos, triunfadora en el último festival de Málaga.
Está dirigida por una mujer, Alauda Ruiz de Azúa. Este nombre se suma al de otras realizadoras —la misma Carla Simón, Arantxa Echevarría, Belén Funes, Pilar Palomero y Andrea Jaurrieta— que se han propuesto renovar el cine español. Son las herederas de Pilar Miró, Josefina Molina, Gracia Querejeta, Icíar Bollaín e Isabel Coixet, pioneras de una industria dominada por hombres hasta hace bien poco.
Me costó entrar en Cinco lobitos porque Amaia (Laia Costa) me resultaba antipática en su papel de madre primeriza. El peso de la historia recae en ella y en su madre Begoña (Susi Sánchez). Es la historia de dos mujeres, o de tres si se tiene en cuenta a la pequeña Ione. Los hombres desempeñan un papel secundario, ejercen de comparsas: tanto Koldo (Ramón Barea), padre de Amaia, a quien Begoña ridiculiza a la menor ocasión, dejándonos ver que es un pobre hombre, de los que hay tantos, seco pero a veces tierno, como Javier (Mikel Bustamante), la pareja de la protagonista, que cumple el perfil del nuevo hombre aceptado en sociedad: treintañero, con barbita, aro en la oreja derecha, padre moderno y aliado que hace lo que puede entre idas y venidas, ya que vive de trabajos precarios que le obligan a estar lejos de su familia.
“Nunca he entendido a las mujeres ni la relación entre ellas, el pulso diario que libran en la familia, el trabajo y la calle”
Lo mejor de la película es la relación entre la madre y la hija y cómo se transforma a raíz de la enfermedad de Begoña. En ella hay tirantez, incomprensión, llantos, abrazos, gritos, silencio, secretos intuidos, ternura y, definitivamente, amor. Un hermoso tratado de psicología femenina. Nunca he entendido a las mujeres ni la relación entre ellas, el pulso diario que libran en la familia, el trabajo y la calle. He sido testigo de ello varias veces. Con los años me he dado cuenta de que por mucho que lo intente hay cosas —las más importantes— que se escapan a mi comprensión.
La película me recuerda, y no sé muy bien por qué, a una novela leída hace muchos años, El tiempo de las mujeres, escrita por Ignacio Martínez de Pisón. Recrea también el universo de tres mujeres, en este caso hermanas, enfrentadas por las circunstancias y sus diferentes visiones de la vida en la Transición. Quizá la fascinación por el eterno femenino —lejos de mi entendimiento, como decía— me haya llevado a establecer peregrinas asociaciones de ideas. La novela es espléndida: conviene leerla.
Cinco lobitos, cuyo título recuerda a una canción infantil que mi madre no me llegó a tatarear, fue una agradable sorpresa en una noche tibia de septiembre; diría más, una bendición para olvidarme, durante hora y media larga, de la decadencia de mi país.