VALÈNCIA. Últimamente, Netflix ha decidido sorprendernos al ofrecer series que no te esperas encontrar en la plataforma. Hablábamos no hace mucho de Ripley y ahora toca hacerlo de la muy sorprendente y autoral Mi reno de peluche. Pero si bien a la adaptación de la novela de Patricia Highsmith le está costando sumar espectadores a pesar de su enorme calidad, y tiene cierta lógica, dada su estética y su propuesta a contrapelo de lo habitual en Netflix, a Mi reno de peluche está llegando mucho público, parece que al margen del algoritmo y gracias al boca-oreja, atrapado por una historia, y sobre todo una forma de contarla, de la que es difícil escapar.
Mi reno de peluche (Baby Reindeer) es una creación del actor, escritor y cómico escocés Richard Gadd, inspirada en el acoso que sufrió durante años por parte de una mujer y otras experiencias nada agradables. Como Fleabag, en origen fue una obra teatral premiada en el Fringe Festival de Edimburgo, que ahora Gadd ha convertido en serie y, sin duda, en ejercicio catártico. Comienza como una comedia negra, pero, conforme avanza, la comedia va mutando en drama, atravesado por un sentido del humor desesperado y decididamente desgarrador, que deja el ánimo abatido y dolor de estómago. El reno no está relleno de peluche, sino de aflicción y trauma.
Con todo ello, la serie es adictiva: imposible ver el primer capítulo y no querer continuar. Consta de siete capítulos que fluctúan entre los 27 minutos del segundo y los 44 del cuarto, dolorosísimo, auténtico punto de inflexión y uno de esos episodios que quedan en la memoria y tras los que hay que tomar aire. A ratos la serie es espeluznante, una auténtica historia de terror, magníficamente interpretada por el propio Gadd y Jessica Gunning, en la piel de la acosadora, Martha, una mujer solitaria y extraña, capaz de mostrarse, con igual efectividad, vulnerable, aterradora, patética o cruel.
Hemos visto muchas historias de acoso en el cine y las series, pero esta no se parece a las demás. No es una historia al uso. El acoso, durísimo y contado con detalle, obliga al protagonista, aquí llamado Donny Dunn, a plantearse su vida, su identidad y a profundizar en lo más oscuro, allí donde no quiere mirar. Matizo, no es tanto el acoso como su confusa reacción al mismo y a los actos de la acosadora, incluido el sentimiento de culpa a pesar de ser la víctima, lo que le fuerza a actuar sin querer, a veces huyendo de su propia actitud y ahondando en el agujero negro y, otras, hurgando en él y enfrentándose a sus demonios. Y así es como la serie crece y crece, sorprendiéndonos a cada paso por su complejidad y, corolario inevitable, su incomodidad. Ni el protagonista ni el relato van por el camino fácil en busca de respuestas, solución o el simple equilibrio.
Por Mi reno de peluche desfilan traumas del pasado, violencia sexual, drogas, la asunción de la identidad ocultada, la relación con la familia, el fracaso laboral, el poder del teatro, las redes sociales, la precariedad económica, la salud mental, la soledad, el amor y el deseo, la falta de autoestima. Parece mucho, pero no lo es porque todo ello constituye la vida del protagonista, que estalla y se derrumba con el acoso de la extraña mujer que aparece un día en el bar donde Donny trabaja y malentiende la atención que él le brinda. Todo está bien imbricado en el guion y en el desarrollo de la historia, incluido el mundo de Martha y los modos inesperados y perturbadores en que Donny se siente unido a ella.
La serie forma un buen dúo con la magnífica Podría destruirte (I may destroy you, 2020), en la que su creadora, Michaela Coel, se enfrenta a la agresión sexual que sufrió en la vida real e intenta, a través de la ficción, encontrarle sentido y comprender cómo le ha afectado. A ambas les une no solo ser una autoficción, o su estética, su planteamiento narrativo y su condición claramente autoral. Sobre todo están unidas por la huida de las soluciones fáciles, por no conformarse con esas lineales y mecánicas relaciones de causa y efecto que saturan los relatos de este tipo, por plantear con honestidad y sin tapujos que la vida y los seres humanos somos muy complejos e impredecibles y las cosas no se resuelven con bellas palabras, buenas intenciones y psicología positiva. Son obras muy valiosas y libres, en la forma y el contenido, que dejan en nosotros una profunda incomodidad y más preguntas que respuestas. No contemporizan y escapan de la plaga del pensamiento binario, tan simplista y dañino. Los relatos desafiantes y nada conformistas que necesitamos.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame