Si hubiese pasado en España, habría temblado el misterio. Entre 1999 y 2015, más de 900 titulares de oficinas de correos del Reino Unido fueron condenados por fraudes que no había cometido, fallaba el programa informático de Fujitsu comprado por Correos. Hubo embargos, suicidios, vidas destrozadas, gente en la cárcel. Ahora la cadena ITV, especializada en telefilms sobre casos reales -acaba de hacer el del covid-, ha lanzado una serie que cuenta cómo se desarrolló el proceso
VALÈNCIA. Comentábamos la semana pasada el buen trabajo que ha hecho ITV llevando a la pantalla la experiencia de una doctora de cuidados paliativos durante el covid en Breathtaking. Parece la especialidad de la cadena, porque en enero de este año lanzaron Mr. Bates contra Correos, una recreación de un escándalo judicial distópico. Cientos de titulares de estafetas de correos fueron acusados de robo por culpa de Horizon, un programa informático de Fujitsu, que en realidad no funcionaba bien.
Las cifras son estremecedoras. Los errores del software para llevar la contabilidad de las estafetas supusieron el procesamiento de 900 subdirectores de Correos y 236 llegaron a ir a la cárcel. Aunque no fuesen procesados o pasasen por prisión, en torno a 4.000 titulares de oficinas de correos se vieron afectados y tuvieron que devolver los números rojos que se inventaba el programa informático. Aparte de ruinas familiares, divorcios y decenas de problemas asociados, se contabilizaron cuatro suicidios. La broma le va a costar al Estado, se calcula, porque aún están en ello, unos mil millones de libras esterlinas.
La historia es impresionante e impensable en un país como el Reino Unido. Lo llamativo del caso es que el origen estuviera en un fallo informático y Correos no solo diera la callada por respuesta, sino que las indemnizaciones que recibía de dineros que no habían desaparecido, se las apuntaba a su cuenta de beneficios. El trauma fue importante porque Correos, por esa mística que tiene, era la empresa más fiable del país. Aquí a los bancos no se les quiere tanto, pero para contextualizar, su colocación fraudulenta de preferentes hace dos décadas afectó a 700.000 personas aproximadamente. También cuesta creer que con tamaño volumen no saltaran las alarmas.
Mr Bates contra Correos pone el foco en uno de los afectados que, por pura testarudez, se negó a aceptar que le imputaran un descubierto que no había creado y supo comprobar que la contabilidad que hacía el software daba fallos. La serie comienza cuando le embargan su oficina de correos y vemos cómo va reuniendo poco a poco a otros afectados que, con escasos medios a su disposición, consiguen litigar poco a poco.
En IMBD, la serie tiene un 8,6. Una de las mejores series británicas que han aparecido en los últimos años, Top Boy, tiene un 8,4. ¿Qué quiere decir esto? Que los que la han votado lo han hecho desde un punto de vista emocional. No es para menos, a raíz de la serie han seguido apareciendo afectados y también se sospecha que otros softwares también hayan dado fallos similares. Pero eso no quiere decir que la serie merezca esa puntuación según los estándares que manejamos.
Pese al extraordinario papel que realiza Toby Jones, se trata de una historia de juicios canónica. Primero la injusticia, luego el sufrimiento, el crecimiento en la adversidad, la determinación y la alegría de las sentencias favorables. La realización británica es exquisita y sus actores, otro nivel, pero el guión no se sale de lo establecido y muchas veces visto.
Es normal, por otra parte, porque se trata tan solo de un telefilm que quiere poner en el acento sobre unos hechos que han ocurrido y tienen una relevancia extraordinaria, pero leyendo sobre el caso aparecen muchos más enfoques que podrían haber sido brutales. Por ejemplo, el de Seema Misra, que fue condenada a prisión cuando estaba embarazada. Tardó once años en demostrar su inocencia y dijo que de no estar esperando un bebé, se habría suicidado.
Aun así, la serie sí refleja un fenómeno contemporáneo: la crueldad corporativa. Esa organización que te persigue camelándote y seduciéndote para atraparte y, cuando te tiene dentro, si hay un problema solo recibes frío helador, desesperación y muchos trámites que rellenar. Las leyes y los protocolos ya se ocupan de la atención al cliente, pero raro es quien no tenga una experiencia en la que ha tenido que pelear hasta el agotamiento por algún problema o error.
El diario The Guardian, de hecho, comparaba la serie con un capítulo de Black Mirror. Es lo mismo que podríamos decir, y que se dijo, de Breathtaking, la serie de la misma cadena sobre el covid. Esto habla de nosotros. A los problemas que vienen derivados de la interconexión de todo el planeta o del avance de las tecnologías, reaccionamos con estupefacción y con la palabra distópico. Como si eso no tuviera que estar ocurriendo, como si lo normal fuese que no ocurriera nada.
Tal vez ese estado mental explique la facilidad que han tenido las nuevas tecnologías para introducir el fraude de ley a plena luz del día. Hablo del fraude a los usos del suelo que tienen los alquileres de airbnb o del fraude al Estatuto de los Trabajadores de las app de entregas a domicilio. Es distópico, es ditópico, nos limitamos a decir pero a quien le compete velar por los derechos y la seguridad jurídica no actúa y lo que es ya ciencia ficción es que lo haga de forma proactiva, porque las tecnologías siguen avanzando y cambiando nuestras vidas y van a seguir haciéndolo. Eso es una constante desde que un cavernícola le tiró una piedra a otro y le abrió la cabeza.
Para prueba, esta misma serie, donde Fujitsu puede detectar que su software tiene más agujeros que un queso gruyere, pero tanto ellos como Correos, si se callan la boca consiguen que se coman el marrón los usuarios, dejándolos sin casa, sin ahorros familiares y metiéndolos en la cárcel. Durante años. Y la única alarma saltó en una vieja revista de informática. Más que distopía parece sitcom.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame