MURCIA. “Me gustaría ser jefa de prisiones. Rodeada de tías todo el santo día”. “Qué heavy que eres, Juana” le respondió el personaje de Verónica Forqué a Juana, aquella chica para todo, hermana de un actor porno adicto al sexo y fugitivo que interpretaba Rossy de Palma en Kika. En ese mismo film, minutos antes, la misma actriz nos había dado un tip de vida: “Un hombre con bigote es facha o maricón o las dos cosas juntas”. Eran los años noventa. Seguramente, mucha gente se escandalizaría al escuchar eso en la gran pantalla hoy en día. Y yo pienso: qué heavy eres, Pedro. “Siempre me ha gustado mucho estar en los extremos” admitía divertido.
Su estilo es un olor a infancia que nos inunda desde el momento en el que nos piden que pensemos en él. Rojos por todas partes, combinaciones de estampados y una personalidad arrolladora nos acompañan en el momento en el que imaginamos a Pedro Almodóvar. Una España castiza de final de siglo se relaciona con las principales firmas de moda y decoración de este país –y del mundo–. Cuando se hace la luz en la sala, nada está puesto en su película sin pensarlo previamente. No hay casualidades en su arte, solo meditación. Porque si hay un director que ha sabido hacer suyas las pasarelas y las tendencias, ese es Pedro.
Cada película es el reflejo social de un momento, una época y unos personajes. La historia del director con la moda se remonta a los ochenta, cuando comenzó́ a colaborar con diseñadores como Francis Montesinos o Sybilla, y que escaló rápidamente –como también lo hizo su popularidad– de la mano de casas como Chanel o Armani, que le abrieron las puertas del circuito internacional con la película Tacones lejanos en 1991. Un hito luego perpetuado hasta la internacionalización por firmas como Max Mara, que colaboró en La flor de mi secreto (1995); Gucci, que hizo lo propio en Hablé con ella (2002); Marc Jacobs, con Volver (2006); Pierre Cardin, con Los abrazos rotos (2009); David Delfin, en Los amantes pasajeros (2013); Dior en Julieta (2016), o Miu Miu, Louis Vuitton, Dior y Missoni en Madres paralelas.
Cuando pensamos en su forma de narrar, tan solo puede venirnos un arte magistral de unir las palabras y que cine, moda y literatura se relacionen en un escrito, así como la vida misma. “En más de una ocasión me han ofrecido que escriba mi autobiografía y siempre me he negado. También me han ofrecido que la escribiera otro por mí, pero sigo sintiendo una especie de alergia a ver un libro que hable enteramente de mí como persona. Nunca he llevado un diario y cuando lo he intentado no he pasado de la segunda página; sin embargo, este libro supone mi primera contradicción. Es lo más parecido a una autobiografía fragmentada, incompleta y un poco críptica”, decía para presentar El último sueño (Reservoir Books, 2023), en el que una recopilación de relatos rescatados por su ya mítica asistente, Lola García, fueron recuperados del archivo y llevados a editar.
Sin cambiar nada de cuando se escribieron –algunos hace más de treinta años–, reflejando que, a pesar de no ser el mismo que hace un año, Almodóvar sigue siendo el mismo que hace setenta y tres. Cada uno de sus relatos de hace alusión a un momento de la vida del autor y van ligados, al final, a su vida de cineasta. Y en esa relación con el todo, nos encontramos con la moda entre las palabras.
Lo que hace especial y a la vez diferente al cine del manchego en relación con la industria es que, en sus cintas la ropa, además de vestir a gente, forma parte de la conversación banal del día a día. Ya lo decía en Todo Sobre Mi Madre la hermana Rosa, interpretada por Penélope Cruz, después de compartir unas botellas de cava con La Agrado (Antonia San Juan), Manuela (Cecilia Roth) y Huma Rojo (Marisa Paredes): “A mí Prada siempre me ha parecido ideal para monja”. Porque Prada es genial para monja, pero también para cualquier miembro del nuncio papal. O cuando en Hablé con Ella piensan en ir a comprar ropa y después de preguntar a dónde iban una contesta, sin más, “Vamos a Sybilla”. Comentarios que podrían pasar por pura improvisación de no ser porque en los rodajes del manchego ese concepto no existe.
“Me llaman la Agrado, porque toda mi vida he tratado de agradar a los demás. Además de agradable soy muy auténtica. Miren qué cuerpo, todo hecho a medida. Rasgado de ojos, ochenta mil pesetas. Nariz, doscientas. Tiradas a la basura porque año después me la pusieron de lado de otro palizón, que sí, que me hace muy auténtica, pero lo llego a saber y no me la toco. Continúo. Tetas, dos, porque no soy ningún monstruo, pero estas las tengo ya más que amortizadas. Labio, frente, cadera y culo. El litro de silicona cuesta unas cien mil pesetas. […] Lo que les estaba diciendo, que cuesta mucho ser auténtica. Y en estas cosas no hay que ser rácana. ¿Por qué? Porque una es más auténtica cuando más se parece a lo que ha soñado de sí misma.” decía la Agrado, aquella mujer transgénero y prostituta que, para terminar Todo Sobre Mi Madre, nos dio una lección de estilo, pero también de vida, como siempre que este manchego nos habla a través de su arte.
Y así, sin más, entendí que lo que caracterizaba la moda de Almodóvar era que esta podía ser él mismo a través de su estilo inconfundible.