Caminaba con pasos cortos, lentos, arrastrando los pies, la artrosis lumbar fue extendiéndose por huesos y articulaciones, brazos y piernas de movimientos forzados. Pero ella no consideraba la quietud y el descanso, a pesar de unas manos que ya no podían retener la destreza que tenía con el cuchillo o las cucharas de madera. Aquella pequeña cocina, siempre a media luz, contaba la historia de muchas mujeres. Cocina de leña, de piedra encimera y fregadero, con nevera de madera y zinc que albergaba la barra de hielo, y con aquella silla de enea pequeña que se convertía en el altar de los movimientos. Siempre sola y vestida de negro, encadenando lutos y alivios de luto, tantos que perdía la cuenta de tanta muerte. El santuario era la cocina, el ruido de cacharros, del hierro de las arandelas de los fogones, el ruido de su respiración que producía suspiros cuando expiraba. Y los aromas, porque aquella casa era la casa de las flores y de los guisos. Hierbas que se quemaban para aromatizar la casa, romero, tomillo, espliego, hojas de limón. Y recipientes repletos de jazmín que se abría al atardecer. Era una casa para los sentidos.
Laura Freixas advierte sobre el problema de la división política que relegó a las mujeres a un ámbito doméstico como si fuera su espacio natural y promovió su invisibilidad
Ella, mi abuela, tenía una rutina profunda, con epicentro en la cocina y en la mesa. Con pequeños recorridos entre el corral, patio y el huerto. Hoy la recuerdo frente a los fogones, preparando amorosamente aquellas intensas caracoladas tras días de purga y engaño a los pequeños caracoles. Preparaba minuciosamente la salsa en la cazuela de barro. Hierbabuena, pebrera, tomate, almendras, bajoqueta, cebolla tierna y los caracoles moros. Era un manjar que se archiva en la memoria, sobre todo en la olfativa, porque los olores son más profundos que el paladar en el mundo de los recuerdos. Otra de las habilidades que poseía era la preparación de la salmorra en aquellas tinajas de barro que guardaba en la oscuridad de la despensa. Pimiento y tomate que entraban y salían durante meses de aquella pócima de hojas de algarrobo, limonero, ajedrea, tomillo, romero. La misma salmuera en la que se sumerge este verano la escritora Fina Cardona-Bosch. Palabras en salmorra, alegrías, tristezas y vidas en salmorra, para emerger en el mes de septiembre, cuando todo se desempereza y comienza.
Los recuerdos de aquella mujer que era mi abuela y de aquella cocina renacen estos días al leer varias entrevistas de la escritora Laura Freixas en torno a su último libro A mí no me iba a pasar. Una autobiografía de un tiempo que se vive entre la impotencia y la culpabilidad. Un tiempo que atrapa a mujeres de todas las generaciones. Freixas cita a Doris Lessing para relatar la vida, “que es como subir una montaña. No solo vas estando en distintos lugares, sino que la mirada que tienes sobre el pasado va variando". Laura Freixas reflexiona sobre un periodo de su vida, en los años 90, en el que decidió dedicarse a la crianza de los hijos y a la vida doméstica. “Cuando yo me divorcié, ganaba 1.000 euros al mes, como mucho, y mi marido ganaba 10.000. ¿Por qué podía él ganar 10.000? Porque yo había renunciado a todo para que él tuviera disponibilidad total”. Para la escritora el problema es que esa división política que relegó a las mujeres a un ámbito doméstico como si fuera su espacio natural, también promovió su invisibilidad como sujetos políticos. Hoy la presencia pública de mujeres, su reconocimiento y su prestigio siguen siendo sustancialmente inferiores al de los hombres. Y así por los siglos de los siglos.
Elegir entre ser madre, esposa, dirigente doméstica y una carrera profesional sigue siendo una dura decisión y una pesada losa para muchas mujeres
Elegir entre ser madre, esposa, dirigente doméstica y tu carrera profesional es una dura decisión para muchas mujeres. Decidir, y doy fe, entre ser una buena madre, esposa, compañera y cuidadora de la casa frente a ser una buena periodista y no abandonar una buena carrera profesional era y sigue siendo una pesada losa para las mujeres de cualquier ámbito profesional. Además de integrar todas las trampas del patriarcado. Muchas mujeres se ven abocadas a elegir cuando todo podría ser compatible y asumible. Pero, aunque tengamos la teoría interiorizada, la vida y la sociedad nos relega a la crianza y cuidados en solitario. El patriarcado, el machismo, son muy antiguos y como bien explica Freixas “ahora se ha reinventado y se ejerce mediante consentimiento, seducción y tentación". A mí no me iba a pasar, ni a ella, ni a todas. Pero nos pasó, nos ha pasado a todas. Las trampas para las mujeres son infinitas.
También entre pucheros está el Señor, que diría Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada, la misma Santa Teresa de Jesús que hablara de desigualdad en la jerarquía eclesiástica y que denunciara “el mundo nos tiene acorraladas” y reivindicara que la mujer “no estuviera gobernada por lo masculino”. Porque entre fogones también anda Dios. Y en las cocinas santificadas se cocina de todo, desde datos y encuestas, campañas electorales, algún referéndum, leyes y decretos, hasta reportajes y entrevistas de salón que responden a algo, que desmienten, confirman, niegan o se modelan hasta el más allá de la normalidad. Lavados de imagen, dicen, o manipulación de la realidad para que no se apague la flama en la hoguera de las vanidades. Pasa en todas las estancias de todos los poderes. Cocinar a fuego lento para que no se socarre el continente ni el contenido, ni la esencia de lo que fuera y ya no es. Calentar comida atrasada para insistir en una sostenibilidad ficticia. Freír a altísimas temperaturas para agilizar los resultados. Macerar y conservar para no perder los principios. Trinchar y mezclar ingredientes dispares para no perder el ritmo de la hegemonía. Y así todo, por los siglos de los siglos.
Inocular el odio y el miedo en la ciudadanía es un arte ya consolidado en los tiempos modernos y en la nueva política
Tras ver la película Brexit, dirigida por Toby Haynes y magistralmente interpretada por Benedict Cumberbatch, podemos comprobar la influencia y el valor de las grandes cocinas del poder. Recuperar el control, Take back control, es uno de los eslogan que atrapa a la sociedad británica en un recorrido sucio, torticero, manipulador y cargado de falsas informaciones que desembocó en la victoria del movimiento brexit, la salida de la Unión Europea. Inocular el odio y el miedo en la ciudadanía es un arte ya consolidado en los tiempos modernos y en la nueva política. Las mentiras dichas mil veces acaban convirtiéndose en verdades como puños para los votantes. La guerra de los datos personales, adquirir o comprar toda la información posible de la ciudadanía que abre sus vidas en las redes sociales es hoy el mejor marketing político. De hecho, la estrategia del equipo victorioso del brexit fue compartida, a través de Cambridge Analytica, en la campaña electoral de Trump que también recibió una millonaria donación del mismo multimillonario británico Robert Mercer, uno de los patrocinadores del Brexit y relacionado con AggregateIQ y Cambridge Analytica, las empresas de datos que cocinaron los datos personales de más de un millón de personas votantes. Un bando se entregó a expandir la duda, la confusión y las noticias falsas y en la otra parte no había tregua para desmentir tanta ignominia. Es inmoral y mezquino manipular la frustración, el desencanto y la infelicidad ciudadana, así como promover la toxicidad y la confrontación como garantía de éxito. Esta película, tan excelente y tan real, produce escalofríos.