VALÈNCIA. Entre las risas de Mbappé cuando le cuestionaron el uso de un avión privado para recorrer una distancia que podía hacerse perfectamente en tren, el gesto del nuevo Rey Carlos exigiendo al ‘servicio’ que le retiraran el tintero de la mesa o que 500 millonarios no paguen impuestos porque Madrid actúa como un paraíso fiscal interior hay muchas cosas en común. La primera es que creen que merecen esos privilegios. Y eso lleva a no entender el porqué de las críticas. Cuando uno es demasiado bueno como para viajar como la mayoría, por derecho dinástico no debe utilizar las manos o ha ganado suficiente dinero como para que el Estado no deba tocarlo sin que se considere un robo, nadie debería opinar. Y si opinan, sin duda, debe ser debido a la envidia.
Es así como se construyen los modelos de éxito y como se asocia el éxito con la ausencia de empatía. Llegar tan alto para permitirte el lujo de que no deba importarte nadie, sería la máxima. Ni el planeta, ni quienes lo habitan. Además, no va a detenerse el cambio climático porque tú vayas en un vagón, dejes de tener alguien que te mastique la vida o puedas acumular sin mirar atrás.
Sin embargo, como recuerdan los profesores Ariño y Romero en ‘La secesión de los ricos’, ese plan tiene un enorme fallo. Uno de los problemas que tiene esta actitud consiste en que ese distanciamiento entre su realidad y la del resto acaba por empeorar todo aquello que les rodea. Puedes aislarte, pero vivir aislado no es un gran horizonte para nadie. Una jaula de oro no deja de ser una jaula, como comprueban aquellos que viven en el mejor lado de las urbanizaciones que colindan con guetos en ciudades donde la desigualdad es irrespirable y peligrosa. Y, en este caso, esas risas, ese gesto, esa ostentación golpea directamente con la realidad de un momento extraordinariamente difícil para muchas personas y familias.
Un millonario riéndose de la gente corriente, un monarca tratando con desprecio a una persona a su cargo o una gran fortuna no arrimando el hombro pueden ser siempre objeto de crítica, pero en estos momentos son sal sobre la herida. La dinámica aspiracional sólo funciona en el tiempo cuando, aunque estemos lejos, la desigualdad es tolerable. Porque es cierto que sólo un esfuerzo mayor por su parte no iba a solucionar los problemas climáticos, laborales o las dificultades para financiar los servicios públicos, pero entre llamadas al esfuerzo colectivo es difícil asumir que haya quienes se libren de esforzarse nada.
Como lo fue en otras épocas el reclutamiento colectivo que podía ser esquivado a cambio de pagar una suma de dinero determinado, hoy habría que debatir si ante frases como la pronunciada por Macron anunciando ‘el fin de la abundancia’ puede evitarse el coste a partir de un número suficiente de ceros. Y hay comportamientos que no pueden permitirse, aunque se puedan pagar. Porque de lo contrario es muy difícil justificar que quien no pueda permitirse ese pase de ciudadano VIP deba esforzarse o renunciar a sus pequeñas comodidades. Ganadas con mucho más esfuerzo, dicho sea de paso. ¿No sería más fácil de entender un plan de ahorro energético europeo, en el que bajáramos la calefacción o subiéramos el aire acondicionado, que a la vez gravara hasta hacer imposibles los vuelos privados? ¿No sería más sencillo sobrellevar momentos de dificultad por la subida de precios si es visible que quienes más tienen se esfuerzan en evitar un empobrecimiento colectivo? Porque la cesta de la compra sube para todos, pero lo que representa sobre cada situación económica no tiene nada que ver. Y sobre la monarquía no hago ninguna pregunta, porque evaluarla en términos de equidad es una contradicción en sus propios términos.
Si hacemos caso al ocaso de una época anunciado por Macron, habrá que recordar que a lo largo de la historia ningún privilegio ha sido abolido voluntariamente. Por lo que en ese nuevo pacto climático y de rentas solo existe una posibilidad y es que la mayoría se haga valer. Una mayoría consciente de que tiene la capacidad de decidir el mundo en el que quieren vivir.
Y aunque echar la vista atrás nos haga no confiar en el voluntarismo, siempre me quedaré a futbolistas que como Juan Mata utilizó la tribuna de su éxito para impulsar iniciativas solidarias o con aquellos millonarios que, pese a sus contradicciones, pidieron pagar más impuestos. Como mínimo demostraron la inteligencia de saber que, por poderosos que fueran, no son nadie sin el resto. Sin quien compra su camiseta o quienes consumen sus productos. La empatía siempre es un síntoma de inteligencia. Su ausencia puede llevar a que haya un día en que todos decidamos reírnos de Mbappé y el problema sería suyo.