VALÈNCIA. Solemos olvidar que los animales que nos han acompañado desde siempre y que han sido claves de nuestra supervivencia y civilización han sido los rumiantes. En efecto, los rumiantes han estado presentes en la vida del ser humano durante decenas de miles de años, como presas preferidas, primero, desde la sabana africana hasta Norteamérica; y cuando dejamos de ser nómadas y creamos ciudades y estados, siguieron siendo base de la sociedad. Los bóvidos acompañaron las migraciones de los pueblos indoeuropeos desde el Índico al Atlántico, como medio de transporte y fuente de alimentación y, después, como recurso principal para tareas agrícolas, alimento y abrigo.
Bueyes y carneros fueron idolatrados como dioses en las antiguas civilizaciones de Egipto y Oriente Medio. Las ovejas se convirtieron en el cordero de Dios en el cristianismo, y las vacas se siguieron considerando sagradas en la India. En las culturas mediterráneas heredamos la misma cultura que aún observamos en plazas de toros y carreteras o como icono de una conocida cadena de tiendas de origen valenciano.
Al margen de su simbolismo cultural, los rumiantes han sido la clave de nuestro civilizado presente, mucho más de lo que pensamos. Según el antropólogo norteamericano Marvin Harris (1927-2001), las civilizaciones del viejo continente establecieron el tabú del canibalismo, gracias a la existencia de una ganadería de rumiantes que abastecía suficiente alimento para satisfacer las necesidades de la población, algo que no logró la civilización azteca, donde adquirió una práctica estatal y masiva, como reflejaron los cronistas españoles Bernal Díaz del Castillo o Andrés de Tapia.
La tesis, expuesta en su remarcable obra Caníbales y reyes, afirma que sociedades avanzadas como las mesoamericanas recurrieron a comerse a sus semejantes al no disponer de otras fuentes de proteína y grasa animal, lo que afortunadamente no sucedió en Europa, Asia o Sudamérica, donde existía un variado y abundante número de cabezas de ganado. El aura divina de vacas, ovejas o llamas respondería a que esos animales no solo nos salvaron de la extinción sino también de la barbarie.
En España hay casi siete millones de cabezas de vacuno y más de dieciocho millones de ovejas y cabras, lo que nos convierte en el primer país de la Unión Europea en ovino, y el cuarto productor mundial de carne de vacuno. La importancia de esta cabaña ganadera es enorme: supone casi la tercera parte de la producción total de alimentos y el 4% del PIB, con más de setecientos mil empleos directos, contando su línea industrial y comercial. Con el porcino y las aves, más de dos millones de personas viven del sector en nuestro país.
"El ganado no compite con el ser humano ni por el territorio ni por su alimentación, porque los humanos no podemos comer hierba, que es lo que debe comer un rumiante"
La ganadería extensiva fija población al medio rural y constituye un motor que vitaliza regiones poco pobladas y con geografía difícil o no cultivable. El bulo que postula que las vacas contribuyen al cambio climático no solo es falso: es un tremendo error. El ganado no compite con el ser humano, ni por el territorio ni por su alimentación, porque los humanos no podemos comer hierba, que es lo que debe comer un rumiante. Si hay un sector 100% ecológico es el ganadero, que utiliza recursos renovables y genera subproductos derivados como leche, queso, lana o cuero, sin apenas dejar residuos, además de garantizar los suelos que ocupa: no solo no compite por espacio cultivable, sino que garantiza la protección de este.
Es posible que vacas, ovejas, búfalos y llamas nos libraran del salvajismo, pero, además, pueden garantizar nuestro futuro y contribuir decisivamente a nuestro desarrollo y nuestro bienestar. Es lo que repite como mantra en sus intervenciones el divulgador científico Brian Sanders: «Las vacas pueden salvar el mundo».