Las escisiones de la iglesia mormona en Estados Unidos siguen practicando la poligamia y, en muchos casos, la pederastia, al forzar matrimonios con menores de edad. Tienden a aislarse de la sociedad, localizándose en regiones remotas, donde llegan a instalar sus propias cabañas e, incluso, se distancian en la ropa, con la que quieren diferenciar a cada miembro del culto desde que es niño. Las detenciones policiales de sus líderes por incesto y abusos no hacen más que aumentar las escisiones, que llegan a ser dirigidas desde la cárcel
CASTELLÓ. La excelente serie de Netflix sobre los raelianos que acaba de estrenarse volvía a abundar sobre lo mismo. La inmensa mayoría de sectas, ya sea por un mensaje de Cristo distorsionado, por dioses inventados o por los extraterrestres, como en Raël, el profeta de los extraterrestres, son tretas de algún hombre para aumentar su campo sexual. Se pinte como se pinte, se mire como se mire.
Buena prueba de ello es la docu-serie que acaba de estrenarse en Prime Video sobre las sectas cristianas fundamentalistas de Estados Unidos, Secrets of Polygamy. El primer capítulo se centra en las escisiones de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, los mormones, que siguen practicando la poligamia. Cabe recordar la serie Big Love, de HBO, en la que un matrimonio de un hombre y tres mujeres seguía bajo el culto de la rama oficial, la que rechazó la poligamia a finales del siglo XIX, pero mantenía esta práctica a escondidas. Las mujeres segunda y tercera eran vecinas solteras del matrimonio principal.
El problema que se plantea en este tipo de cultos es evidente. No se trata de elecciones personales autónomas realizadas por adultos, sino que las mujeres son casadas con hombres mayores cuando son menores de edad. El grupo condena duramente la apostasía y cualquier tipo de pequeña, mínima rebelión en el día a día, es castigada con el rechazo y el aislamiento.
Es lo que cuenta una de las mujeres entrevistadas, que logró escapar de la secta, sobre, paradójicamente, el que fue el desencadenante de su huida. Prácticamente nadie quería hablar con ella porque había empezado a razonar a raíz de que expulsaran a su padre de la iglesia, lo que se veía reflejado en su actitud cotidiana y por lo que habían dejado de mirarla a la cara las demás. Esa forma de tortura se volvió insoportable para ella, pues ese era el único mundo que conocía.
Las purgas, por lo visto, son frecuentes en este tipo de organizaciones. Los expulsados a veces ni siquiera saben por qué les echan, pero esas salidas son la fuente de los mayores conflictos. Media familia se queda dentro, media fuera, entre los que se quedan, algunos huyen; entre los que se van, algunos escapan para volver. Un desbarajuste importante, pero parece, según explican en capítulos más adelante, que cuando alguien sabe demasiado se le repudia por el bien del grupo, aunque hayan trabajado muy estrechamente con el líder (o precisamente por eso) en empresas secretas u otro tipo de tinglados para conseguir dinero que desconocen los fieles.
Una de ellas ha escrito el libro Breaking Free para ver si lograba que otras personas metidas en esos cultos tuvieran la posibilidad de leerlo y decidir por sí mismas si querían continuar profesando esa religión, lo que es bastante contradictorio.
Desde que son pequeñas, cuenta, les obligan a vestir completamente diferente al resto de la gente. No basta con recluirse en comunidades aisladas, pueblos pequeños y regiones remotas, también tienen que estar marcados. La ropa es un símbolo cargado de significado y estar toda la vida diferenciado termina calando en la personalidad. Sin embargo, lo más duro, según cuentan, es pasarse todo el día cosiendo en un rancho rodeado de alambre de espino.
Aunque esto no es lo único. Si hay un flujo continuo de fieles que se acaban escapando, es por las prácticas de incesto y pederastia normalizadas. Ya no es solo casarse con el líder cuando se es menor, que tiene decenas de esposas, sino que se relatan encuentros sexuales con más personas, presenciados por el capo, que están muy alejados de cualquier doctrina cristiana por mucho que se haya llevado a extremos delirantes. Es simple perversión sexual y los fieles aprenden a complacer a los miembros poderosos que dominan el cotarro por miedo o simple instinto de supervivencia.
Lo más impresionante, no obstante, es la organización de la comunidad, que es exactamente igual a la de la mafia. Cuando la policía detuvo su líder, Warren Jeffs, se produjo un vacío de poder que fue inmediatamente ocupado por otro hombre, Sam Bateman, que se autoproclamó profeta y escindió la comunidad. Hay que tener en cuenta que tanto él como su antecesor, al asumir la condición de profetas, son la única voz autorizada a través de la cual habla nada menos que Dios y el grupo, evidentemente, les debe obediencia.
Una ruptura que trató de impedir Waters desde prisión designando su propio profeta y dividiendo el grupo una vez más, el cual dirigía desde la cárcel, donde cumple cadena perpetua. Cuando Bates cayó, cuando también fue detenido, lo hizo conduciendo una camioneta cargada de niñas destinadas al matrimonio. Parecía una escena propia de un tebeo de la editorial Bruguera.
El enfoque poliédrico sobre la naturaleza de estas escisiones mormónicas está bastante bien logrado a través de la figura de Matt Browning, un investigador que va viajando por el país y entrevistándose con miembros de estos grupos uno a uno. En el segundo capítulo, el tema son niños desaparecidos o robados. Desde la cárcel, las instrucciones que da Jeffs es que hay que hacer acopio de niños, aislarlos y educarlos en otro lugar. Unas tácticas que recuerdan a épocas Antes de Cristo en la efervescencia de confesiones en Oriente Medio. El pedazo de puzle que tiene que recomponer la policía de familias rotas y reventadas por estas prácticas es algo impresionante. Un fenómeno difícil de creer que hace que esta docu-serie merezca la pena. Es austera, pero informativamente relevante.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame