VALÈNCIA. ¿Qué le parecería disociar completamente su trabajo del resto de su vida? ¿Que de las horas de curro no quedara ningún recuerdo al salir y que, fuera de él, no recordara nada de su esfera laboral? ¿Cuántas veces ha dicho o pensado aquello de que el trabajo y la vida son cosas diferentes? Pues Separación (Severance), la serie creada por Dan Erickson y producida y dirigida en seis de sus nueve capítulos por Ben Stiller, lleva esta idea hasta su máxima expresión.
Los empleados de Lumon se someten de forma voluntaria a una innovadora tecnología que, tras el implante de un chip en el cerebro, una operación irreversible, les permite dividirse y tener algo así como dos yos, completamente independientes: uno para la oficina y otro para todo lo demás, de forma que no hay el menor recuerdo de uno en el otro, ni viceversa. Cada uno de los protagonistas tendrá su motivación para hacerlo, aunque en principio solo conoceremos la de Mark, el protagonista brillantemente interpretado por Adam Scott. Es muy posible que sea una tragedia y mucho dolor lo que haya detrás de una decisión tan drástica, algo así como la necesidad de olvidar algo durante las ocho horas diarias de trabajo, pero no lo sabemos, nos va a tocar suponerlo para casi todos los personajes.
Severance es muchas cosas y todas buenas: un muy perturbador relato de ciencia ficción, un retrato implacable de la alienación a que nos somete el sistema económico, una denuncia de la deshumanización que las exigencias laborales imponen. También es una sátira sobre el propio mundo laboral, con un planteamiento que recuerda a veces el teatro del absurdo: la actividad profesional que llevan a cabo los protagonistas es incomprensible y no parece tener el menor sentido, reciben premios ridículos e inquietantes, los movimientos y las expresiones dentro de la oficina son mecánicas, casi robóticas a veces. La organización empresarial es más bien una secta, con un extraño culto al fundador, sus palabras sagradas, sus frases motivacionales, sus jerarquías incomprensibles y sus muchos enigmas.
Con todo ello, mucho más allá de la esfera laboral, la serie plantea una profunda reflexión en torno a la identidad en nuestro mundo actual y cómo el trabajo es determinante en ella. “¿Qué eres?” y “¿a qué te dedicas?” suelen ser sinónimos en la interacción social cuando, obviamente, son cosas bien distintas. No hay más que pensar en lo difícil que es para cualquiera de nosotros responder a ese qué o quién eres sin mencionar la actividad profesional.
Estamos hablando de alienación, claro, ese efecto inherente a la venta de nuestra fuerza de trabajo tal y como Karl Marx explicó y conviene recordar. O, en palabras más cotidianas del paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, “la vida no puede ser trabajar toda la semana e ir el sábado al supermercado”. Efectivamente, no puede ser. Que el trabajo deshumaniza ya nos lo contó Chaplin en Tiempos modernos (Modern Times, 1936). También Billy Wilder en El apartamento (The apartment, 1960). Jacques Tati en Playtime (1967). La serie The office, versión británica o USA. El tintero (1961), aquella maravillosa obra teatral de Carlos Muñiz. Smoking room (J.D. Wallovits, Roger Gual, 2002). La chica de la fábrica de cerillas (Tulitikkutehtaan tyttö, Aki Kaurismaki, 1990). Herman Melville en Bartleby el escribiente (1853), etc.
Severance rima con casi todas las series y películas citadas. En ellas encontramos un esquinado sentido del humor, la parodia, el absurdo, el surrealismo en ocasiones, la repetición (de lugares, movimientos, diálogos, encuadres) como principal figura retórica de la ficción, remedando la realidad de muchos trabajos y de la burocracia. También una profunda dimensión metafórica y/o simbólica de los espacios y objetos, y el juego con la escala entre el edificio y la figura humana, siempre sobrepasada por la arquitectura.
Severance juega a fondo todas estas bazas y por eso funciona tan bien; ya sabemos que no basta con tener una buena idea o un gran concepto, hay que saber contarla. Y Erickson y Stiller saben cómo hacerlo. Igual que hay dos yos, uno dentro de la empresa y otro fuera, hay dos ámbitos que no son solo espaciales, también son mentales y simbólicos: dentro de la empresa y fuera de ella. El edificio de oficinas es un espacio laberíntico con enormes pasillos blancos y rectilíneos sin puntos de referencia. Se dedican muchos minutos a los desplazamientos por esos pasillos, con movimientos de cámara y encuadres que a veces siguen a los protagonistas, pero la mayoría de las veces no, más bien la cámara parece salirles al encuentro al mismo tiempo que ellos descubren otro pasillo nuevo. Es una justa correspondencia con el desconocimiento que los empleados tienen del propio espacio que habitan y de la empresa en general. La oficina donde trabajan los protagonistas es, a su vez, un espacio inusitadamente grande y desangelado, con las cuatro mesas amontonadas en el centro, separadas por paneles, en perfecta expresión de la deshumanización que la serie denuncia.
La repetición, el desencuadre y los reencuadres son los recursos visuales más utilizados. No hace falta detenernos en la repetición, dado que es la propia esencia del trabajo incomprensible que llevan a cabo. El desencuadre, y el desequilibrio o la incomodidad visual que provoca, es casi una marca de estilo: son esos planos de los empleados casi empastados en la pared blanca, sin profundidad, descentrados y ocupando la parte inferior del encuadre, lo cual deja mucho aire por arriba y la visualización exacta de su propio desconcierto y alienación.
Los pasillos, los espacios geométricos en los que trabajan, los techos (omnipresentes), las puertas o el ascensor someten a las figuras humanas a constantes reencuadres, encerrándoles entre verticales y horizontales que refuerzan la sensación de opresión. Pero también el espacio exterior tiende a ser opresivo y monocromo, y en él siguen los reencuadres y desencuadres, porque ese yo escindido es un desequilibrio, una aberración, un cercenamiento que se expresa visualmente a través de toda la puesta en escena.
Severance es algo que, a pesar de la gran oferta, escasea: una serie que sorprende. Y no solo por la audacia de un argumento muy llamativo, sino por el magnífico trabajo de puesta en escena, que incluye tanto la realización como la dirección artística y la interpretación, un trabajo muy sutil por parte de los intérpretes entre los que es de recibo destacar, aparte de a Adam Scott, a Patricia Arquette componiendo, principalmente a través de su expresión corporal y la mirada, uno de los personajes más odiosos que he visto en tiempo y a John Turturro y Christopher Walken, inolvidables las escenas que comparten.
Si solo pueden ver una serie, que sea Severance, de verdad. Por si les queda alguna duda sobre ella, dejo aquí la cabecera, con la certeza de que una vez vista es imposible no querer continuar.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado