CASTELLÓ (Rosabel Talavera/EFE). Vivir en Castell de Cabres, el pueblo más pequeño de la Comunitat Valenciana, ofrece una experiencia única enmarcada en la exuberancia natural de la Tinença de Benifassà, pero también se asume que podrás quedarte aislado en invierno y tendrás que sacrificar acciones cotidianas como comprar pan o tomar un café.
"Si se te olvida comprar pan, pues no comes pan, y te aguantas", asegura Isabel Orero, una de las diecinueve personas empadronadas en este municipio que pertenece a la comarca del Baix Maestrat pero que se siente más apegado a la de Els Ports, al interior norte de Castellón.
Vivir en él es demostrar amor, respeto y apego al territorio y al patrimonio natural como el de Isabel, que disfruta cada día de un paisaje único y exuberante pero que reivindica una acción real de las administraciones que "tanto hablan de la España vaciada".
Cuando vives aquí tienes que estar dispuesto a renunciar al ocio, asumir que te podrás quedar aislado durante días a causa de la nieve o asimilar que no te puedes permitir un olvido en la planificación de la compra. "Aquí cuando te levantas haces lo que todo el mundo: desayunas y miras las redes sociales. Y después, como no hay gimnasio, te vas a la montaña", explica Isabel a EFE.
El Parque Natural de la Tinença de Benifassà es el escenario de las caminatas de Isabel junto a sus dos perros, Patri y Nunu. Aún llama a un tercero que desapareció hace un año y que ella piensa que fue atacado por jabalíes, aunque no pierde la esperanza de que reaparezca.
Sale con una mochila, y ahora, de cara al otoño, con una pequeña cesta de mimbre, por si encuentra alguna seta. "No ha llovido apenas", se lamenta, por lo que las posibilidades de éxito descienden, aunque no tanto para quien sabe buscar, bromea. "Para mi marido y para mí siempre encuentro algo", añade.
Barrancos, bosques y fauna de todo tipo
Los parajes de alta montaña que rodean al municipio son el principal aliciente para los visitantes. Una infinidad de rutas con barrancos asombrosos, espacios boscosos de carrascales -los más importantes del territorio valenciano-, comunidades de pastos vegetales -donde campa el ganado vacuno- y algunas de las masas mejor conservadas de quejigar de la Comunitat, que constituyen uno de los paisajes más exuberantes de todo el territorio valenciano.
Además, cuenta con considerables extensiones de boj -cuya madera se empleaba tradicionalmente en la fabricación de cubiertos de palo- y microrreservas de flora únicas. La fauna es abundante y rica, y cuenta con numerosos ejemplares de aves rapaces -como el águila real, el águila culebrera, el halcón peregrino y el buitre leonado-, además de aves ribereñas como el martín pescador o el mirlo de agua. Y el mamífero más abundante es la cabra montesa, junto a otros como el murciélago, ginetas, gatos monteses y garduñas, así como jabalíes o corzos.
El turismo y la falta de un bar
Son alicientes naturales que atraen a gran número de visitantes a la zona, amantes de la naturaleza, el senderismo o la bici de montaña que, en algunos casos, lamenta Isabel, "dejan restos de basura" que ella va encontrando en sus paseos diarios. Visitantes que se pueden alojar en alguna de las cinco casas rurales municipales con que cuenta Castell de Cabres, pero que cuentan con un problema: el bar está cerrado.
La alcaldesa, María José Tena, lamenta las dificultades para reabrir un espacio que dotaría de mayor atractivo al municipio y serviría, además, de centro de encuentro para la decena de personas que vive durante todo el año en el pueblo. "Estamos trabajando en ello", indica a EFE, pero reconoce la dificultad del proceso.
Isabel no tarda en mencionar el bar. "Estamos pendientes de que la Diputación, la Conselleria o quien tenga que aprobarlo" dé el visto bueno al proyecto, indica la vecina, y añade algo no menos importante: "Esperamos que luego quiera venir aquí un alma bendita" a llevar el negocio.
El sacrificio del día a día
Es la falta de consideración especial para un pueblo tan pequeño lo que más reivindica Isabel. "No es lo mismo un pueblo con 19 habitantes que otro con 3.000" y "tenemos que regirnos por las mismas normas", cumpliendo unos requisitos que, a su juicio, "resultan imposibles". "Siempre perdurará la España vaciada porque no tienen consideración" con la realidad de un pueblo de dimensiones tan pequeñas, en una zona tan aislada y en el que vivir allí resulta casi un acto de fe.
Isabel, de 59 años, es originaria de Benicarló y se trasladó hace ocho a vivir a tiempo completo a Castell de Cabres junto a su marido, jubilado. En el pueblo trabaja para el Ayuntamiento gracias a un contrato de Labora -la agencia de empleo de la Generalitat- y hace "de todo", pero le "encanta". Ese contrato, sin embargo, se acaba en octubre, y aunque ella piensa, de momento, quedarse allí y buscarse "algún trabajo manual", esta falta de perspectiva profesional es la que más contribuye al descenso poblacional en este y en multitud de pueblos pequeños del interior de la provincia de Castellón.
Todo ello, sumado a la ausencia de transporte público, la lejanía de servicios esenciales como el sanitario o el educativo -que se prestan en Morella a 21 kilómetros (y casi media hora de trayecto)-, no plantea un panorama a corto plazo para repoblar un municipio que en el año 1900 tenía más de 400 habitantes y los 19 que quedan son "cada vez más viejos", apunta Isabel.