VALÈNCIA. La mascarilla se ha convertido en una prenda básica y diaria para toda la ciudadanía. Un complemento simplón que tiene la misión de proteger y ser protegidos ante los peligros de la covid-19, esa enfermedad al tiempo ruidosa y silenciosa que ha causado la muerte de más de 32.000 personas en España y ha cambiado nuestra manera de relacionarnos, además de abrir la puerta a un miedo irrefrenable respecto a la seguridad económica y laboral del país.
Con este escenario, el calendario se detiene en el 9 d'Octubre, Día de la Comunitat Valenciana. Una jornada otrora festiva que, al margen de las celebraciones y citas tradicionales, solía aprovecharse para reflexionar sobre las virtudes y defectos del autogobierno. En esta ocasión, podría decirse que el autogobierno también atraviesa un año enfundado en la engorrosa y asfixiante mascarilla. Protegido y atrapado.
Ha tenido algunas buenas noticias pero también otras malas. Entre las primeras, la Comunitat Valenciana con el Consell del Botànic al frente, ha mantenido en líneas generales unas cifras mucho mejores que la media nacional en lo que se refiere a fallecimientos y contagios. El Ejecutivo que lidera Ximo Puig supo reaccionar ante problemas tan graves como la falta de material sanitario y evidenció que, en muchas ocasiones, un gobierno autonómico con carácter e iniciativa puede gestionar mejor la situación que uno que mira a Madrid en busca de soluciones.
También ha habido errores. De hecho, varios de ellos llegaron cuando el Gobierno de España capitaneado por Pedro Sánchez lanzó la pelota a las CCAA tras el estado de alarma para que tomaran todas las decisiones que consideraran pertinentes. Aquí el miedo, el deseo de equilibrio y, especialmente, el tratar de contentar a todos, condujo a cierta lentitud en la toma de decisiones como la aplicación obligatoria de la mascarilla o el cierre del ocio nocturno, a lo que hay que sumar la discutible manera de llevar la comunicación desde la Conselleria de Sanidad. Unos factores que pusieron en entredicho la preparación y capacidad del Gobierno valenciano para asumir todas las grandes responsabilidades en esta crisis.
Un problema, eso sí, común al resto de CCAA que, curiosamente, puso sobre la mesa con mayor energía la cuestión del autogobierno de las distintas regiones de una manera muy distinta de cómo se venía afrontando hasta ahora: es decir, la independencia de Cataluña y las facturas a pagar al País Vasco.
No es fácil dilucidar si esto ha sido -o terminará siendo- una buena noticia, dado que el debate se ha dirigido a menudo a criticar el hecho de que cada autonomía pudiera tomar decisiones distintas de cara a la lucha contra la pandemia: una nueva manera de segar la hierba al Gobierno de Sánchez acusándole de dejación de funciones, debilidad y desorientación con ese mensaje reduccionista de que "no puede haber 17 modelos sobre una misma cosa" cuando ya hay 17 modelos -o más- sobre muchas cosas, porque así es el sistema autonómico previsto en la Constitución, pese a que algunos quieran ponerse la mascarilla para protegerse de él.
Más allá de esta remozada imagen de las CCAA como epicentro de la polémica -quién sabe si el debate progresará o si cesará cuando en la capital de España encuentren otro juguete que manosear-, la pandemia ha servido para que un presidente del Gobierno haya celebrado continuas conferencias -hecho insólito- con los máximos responsables autonómicos con el objetivo de frenar la covid-19. Una costumbre que quizá no debería perderse cuando algún día pueda decirse que el virus ha sido derrotado.
Con este camino recorrido, llegamos a los debates de ahora y siempre, aunque esta vez en circunstancias especiales. Habrá que aprobar unos Presupuestos Generales del Estado (PGE), en los que la Comunitat Valenciana lucha por llegar a ese soñado 10% de inversiones que viene reclamando desde hace años. Y también habrá que pelear -esperemos que Puig no se quede afónico- por la reforma del sistema de financiación cuyo primer borrador ya debería haber llegado.
Todo ello mientras la sociedad valenciana, posiblemente al igual que otras muchas, vive con el botón de 'cámara lenta' permanentemente presionado. Hacer planes, emprender, lanzarse, salir, divertirse, disfrutar... acciones que forman parte de la idiosincrasia de este pueblo que vive con cierta nostalgia y desazón un periodo gris en el que, incluso hoy, 9 d'Octubre, debe limitar esos momentos espléndidos -a veces excesivos- y atrevidos que, en cierto modo, caracterizan a los valencianos.