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CRÍTICA DE CINE 

'¿A quién te llevarías a una isla desierta?': Una noche en la que termina y empieza todo

14/04/2019 - 

VALÈNCIA. Desde que Netflix aterrizó en nuestro país ha ido poco a poco introduciéndose en el terreno de la producción, por una parte, como ventana online oficial donde exhibir las películas una vez acabada su carrera comercial y, por otra, a través de originales que se estrenan directamente en la plataforma. Este es el caso de ¿A quién te llevarías a una isla desierta?, la segunda película de Jota Linares después de Animales sin collar que parte de un cortometraje de juventud que más tarde reconvertiría en obra teatral junto a Paco Anaya y en el participaron actores como Maggie Civantos, María Hervás, Juan Blanco, Abel Zamora o Beatriz Arjona y que ahora son sustituidos por una pareja tan mediática como la formada por María Pedraza y Jaime Lorente (Élite) y por dos actores tan jóvenes como curtidos como son Andrea Ros y Pol Monen. 

La película se encarga de explorar en los miedos e inseguridades de una generación que está a punto de incorporarse al mundo laboral en un estado de profunda precariedad y que al mismo tiempo todavía vive sumergida en una burbuja de inmadurez emocional que les impide enfrentarse a sus verdaderas necesidades, ocultándose detrás de una red de mentiras. 

Ellos son Celeste (Andrea Ros), Eze (Pol Monen), Marcos (Jaime Lorente) y Marta (María Pedraza). Han vivido juntos durante ocho años en un piso de Madrid mientras estudiaban en la universidad, pero ha llegado el momento de que sus vidas se separen y tomen un camino diferente. Cada uno tiene sus sueños, aunque son conscientes de que es posible que nunca lleguen a alcanzarlos. Eze quiere ser director de cine. Es introvertido, se ha hecho una coraza para ocultar sus sentimientos. Celeste intenta ser actriz, pero solo consigue trabajos basura. Marcos y Marta son pareja y están a punto de iniciar planes en común, pero hay algo que no termina de estar claro entre ellos. 

Linares explora a través de estos personajes la complejidad de las relaciones de amistad sobre todo cuando se atisba un cambio en el horizonte. Mientras todo sigue igual, la propia monotonía contribuye a perpetuar el mismo tipo de comportamiento, pero cuando una chispa se enciende, ya no hay marcha atrás para que comiencen a salir los trapos sucios que durante tanto tiempo han permanecido ocultos. 

La película transcurre durante veinticuatro horas en uno de los días más calurosos del verano de Madrid. Es el día de la despedida y mientras los protagonistas empaquetan sus cosas, preparan la celebración nocturna que servirá para poner punto y final a una etapa y despedirse del hogar que les ha acogido durante sus primeros pasos para alcanzar la independencia. 

El director intenta alejarse del formato teatral del que procede para practicar una puesta en escena más dinámica, también más incómoda, un estilo directo con una cámara que primero sigue a los personajes para después situarlos en un primer plano muy cerrado que busca un impacto descarnado y que se apoya en una perfecta sincronización coreográfica de los cuatro intérpretes protagonistas, estupendos en sus respectivos papeles, sobre todo cuando son capaces de defender algunos diálogos un tanto artificiales que en algunos momentos chocan con la naturalidad de la propuesta. 


A medida que va avanzando la trama, la noche, las dosis de alcohol, la tensión se irá apoderando del relato en una espiral in crescendo de intensidad en la que habrá espacio para las confesiones de todo tipo, incluso las más dolorosas. Al derrumbarse las máscaras de las apariencias saldrán a relucir las miserias de cada uno de ellos, también su cara más amarga y autodestructiva.

¿A quién te llevarías a una isla desierta? sabe captar ese aquí y ahora que está condenado a desmoronarse, en el que deja de tener vigencia el pasado y el futuro no existe y se adentra con acierto en las luces y las sombras de una generación (cualquier generación) perdida antes de afrontar las servidumbres de la edad adulta. Habla del éxito, del fracaso, de la necesidad de encontrar un camino en la vida, de ser fieles a nuestros sueños en un mundo, el exterior (hasta ahora ellos habían permanecidos protegidos en una burbuja), en el que no queda más remedio que luchar por la supervivencia. 

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